En los últimos años la ciencia ha recibido muchos ataques. Todo aquello que sea visto como ciencia o intelectualidad ha sido vilipendiado por aquellas figuras que insisten representar a aquellos que no forman parte de las élites científicas o intelectuales. Hemos visto ya actitudes muy preocupantes en liderazgos demagogos de derecha como los de Donald Trump y Jair Bolsonaro cuya fobia hacia la ciencia se ha puesto en evidencia en una crisis sanitaria como la actual.
Pero lo sorprendente (o quizá no tanto) es que sea López Obrador y su caballada la que haya impulsado una cruzada contra la ciencia en México, y no importa si con esa cruzada atente con varios mecanismos de movilidad social que podrían dar más oportunidades a los que menos tienen. Esta cruzada será mucho más letal en México que en Estados Unidos dada la autonomía de las instituciones y empresas que se encargan de esa chamba en el país del norte.
El significante «ciencia neoliberal» ha sido elegido como el concepto bajo el cual justificarse para arremeter contra la ciencia. Si el término «neoliberalismo» es muy ambiguo y retórico, si el significado personal y particular que le da AMLO lo vacía todavía más de significado real, el significante «ciencia neoliberal» no significa nada: significa más bien lo que López y los suyos quieren que signifique de tal forma que el significado quede supeditado a los intereses del gobierno: es decir, no tiene siquiera un significado propio ya que es relativo a las arbitrariedades de quienes han creado ese concepto.
Partamos desde abajo. Es cierto que, como dice Mario Bunge, la ciencia se hace desde el zeitgeist en el que se encuentra inserta, y es verdad que la ciencia no opera desde el vacío ideológico. Pero ello no significa que la ciencia como tal sea ideológica, los que poseen la carga ideológica son los que hacen la ciencia (que no es lo mismo).
El método científico es neutro en este sentido ya que per sé no es ideológico. El método científico es perfectible en el entendido de que nuestra relación con la realidad es complicada ya que solo podemos sustraer como seres humanos una realidad subjetiva y condicionada por nuestra forma de pensar. Pero justamente lo que se busca con el método científico es acotar en la medida de lo posible estas consideraciones y busca siempre perfeccionarse a sí mismo como método para acotar lo más posible las inevitables influencias ideológicas y culturales entre quienes hacen ciencia. Las críticas a la forma en que se hace ciencia (que si tal ejercicio tiene algún sesgo cultural marcado, que si tiene una carga machista o demás) no tendrían que hacer otra cosa que fortalecerla y mejorarla. La ciencia no es un monolito ideológico, por el contrario, es el resultado de varias contraposiciones que, se espera, derivarán en un consenso científico. La ciencia en este sentido es conflicto, el conflicto es el medio para llegar al consenso el cual incluso puede romperse por medio de otro conflicto para llegar a otro más sólido.
El resultado no es perfecto e incluso tal vez nunca lo sea por completo dado que somos animales subjetivos, pero lo cierto es que sí logra aunque sea aproximarse más a la realidad en sí (esa que no podemos conocer por completo) que las meras opiniones e intuiciones que no están sujetas a este proceso. Es inobjetable que la ciencia ha mejorado nuestra calidad de vida y ha disminuido dramáticamente la pobreza mundial (incluso en la «etapa neoliberal»).
Si es cierto que la ciencia se lleva a cabo dentro de un contexto cultural e ideológico y que ejerce cierta influencia en la forma en que se hace ciencia ¿puede entonces hablarse de que en México se hace ciencia neoliberal? Algún incauto podría responder que sí ya que asumirá que como vivimos en una «etapa neoliberal», entonces la ciencia debe ser neoliberal, pero entonces tendría que haber una suerte de consenso científico en hacer ciencia bajo convicciones neoliberales.
Lo cierto es que en México gran parte de la comunidad científica más bien tiende a inclinarse hacia la izquierda política; lo cierto es que las universidades públicas, más que las privadas, son las que hacen ciencia en el país. Algunos de ellos incluso votaron por López Obrador (naturalmente arrepentidos). Por más que el «neoliberalismo» fuera hegemónico, lo cierto es que esa hegemonía nunca ejerció tal control sobre la forma de hacer ciencia como para llamarla así porque en cierta medida parece haber renunciado a ello al mantenerse ausente.
Y es que lo que se criticaba de esa etapa «neoliberal», aquella que va desde Miguel de la Madrid hasta Enrique Peña Nieto, era que la inversión en ciencia y tecnología tendía a ser reducida y no llegaba siquiera al 1% del PIB recomendado por la OCDE. Se reprochaba también que no existiera una cultura ni en la IP ni en incluso parte de la academia para invertir más en I+D. Se criticaba su corto alcance. Uno de los mayores reproches a esa «etapa neoliberal» que explica en gran medida por qué no crecimos mucho es su no muy grande interés por la ciencia (aún así, pareciera que este gobierno está todavía menos interesado) y la formación de capital humano.
Pero si entonces aquello era «ciencia neoliberal», entonces uno esperaría que el Estado se involucrara más, que diera más becas a científicos y estudiantes, que abriera más instituciones, pero ello no está ocurriendo sino todo lo contrario: la ciencia está siendo recortada, comprometida, avasallada y, paradójicamente, está siendo acotada desde consideraciones meramente ideológicas. Si el «neoliberalismo» no logró ejercer una fuerte presión hegemónica sobre el ejercicio de la ciencia, ellos sí aspiran a que su discurso ejerza presión hegemónica sobre de ella. En vez de que sea la ciencia la que acote la ideología, es la ideología (o más bien la visión personalista de López Obrador) la que está acotando a la ciencia misma.
Es más, ni siquiera las ciencias sociales y humanidades (que generalmente son defendidas por la izquierda) se salvan del tijerazo. Parece haber un desprecio con todo lo que suene a ciencia y conocimiento.
Bien es cierto que el término «neoliberalismo» es un término ambiguo con una fuerte carga retórica, pero si nos referimos neoliberalismo como el significante que tiene un mayor consenso en las ciencias sociales: aquel que tiene que ver con el monetarismo de los 70 que contrastó con el keynesianismo otrora dominante y que se vió reflejado en los gobierno de Margaret Thatcher, Ronald Reagan y el Consenso de Washington, entonces podría argumentarse incluso que muchas de las medidas de este gobierno con respecto de la ciencia son neoliberales (dados los recortes que ésta está sufriendo).
Pero recordemos que el término «ciencia neoliberal» es un significante vacío de significado relativo a los intereses del poder en turno, y por ello el gobierno «se salva» de esa crítica. Para ellos el Fonca es neoliberal porque fue creado por su némesis, Carlos Salinas, a quien llaman neoliberal, aunque la creación del Fonca como tal no tiene nada de «neoliberal». Neoliberal es cualquier cosa que tenga que ver con los gobiernos a los que se opuso AMLO, incluídas las medidas «antineoliberales» que hayan tomado.
Lo que existe es en realidad una cruzada anticientífica y antiintelectual que tiene anonadados incluso a algunos intelectuales de izquierda. Los amagues en contra del CIDE (si al Colmex no lo tocan nomás es porque es más complicado hacerlo), el Instituto Mora y todos los centros de investigación, la cancelación de becas Fonca y un largo etcétera de una mujer como Álvarez-Bullya que se imagina capaz de imaginar una revolución científica a la Thomas Kuhn como si ella fuera la Einstein de nuestro siglo cuando en realidad está destruyendo la estructura científica e intelectual de este país acotándola a consideraciones ya no necesariamente ideológicas, sino a los caprichos del gobernante en turno.
Para el gobierno todo lo que tiene que ver con ciencia e intelectualidad es un ejercicio de élites. En realidad sí es así y es inevitable que lo sea, siempre van a ser unos pocos que hacen ciencia sobre muchos que no lo hacen, y siempre habrá pocos intelectuales sobre muchos que no lo son (principio de Pareto), y todo aquello que están recortando son precisamente las vías de acceso para que la gente que no nació en condiciones privilegiadas pueda acceder a dichas élites por medio del mérito y su talento y no por su privilegio (básicamente se trata de un mecanismo de movilidad social).
Si es inevitable la existencia de élites científicas e intelectuales, entonces la única alternativa (y que parece ser que es la que está siguiendo el gobierno) es crear una élite más mediocre, o bien, pueden aspirar a desaparecer cualquier función del Estado dejando que la élite, si es que queda algo, sea formada solamente de los grandes capitales (y dado que los grandes empresarios en México no invierten mucho en ciencia, sobre todo aquellos rentistas como Salinas Pliego y Carlos Slim a los que AMLO favorece, no podríamos esperar que ella sea de una gran calidad).
Lo cierto es que esta cruzada anticientífica y antiintelectual puede comprometer seriamente el desarrollo de nuestro país y este «cambio en reversa» sumado con el sinnúmero de errores cometidos por este gobierno nos llevará a un estancamiento económico, social, intelectual y económico del cual nos podrá llevar muchos años recuperarnos mientras otras naciones de «nuestro nivel» nos continúan rebasando. A esto hay que agregar que tenemos a un gobierno que guarda ciertas sospechas con la iniciativa privada y que es incapaz de ver los beneficios que de ella han sacado muchos países como motor de desarrollo. En vez de ello, apuesta a desarrollos tecnológicos y económicos de una etapa que como país ya deberíamos haber superado (apostar al carbón y el petróleo) en vez de usar estos mismos recursos para financiar aquello que ellos mismos quieren recortar: el desarrollo científico, tecnológico e intelectual.