Recuerdo muy bien el momento en que me enteré por redes sociales que había ocurrido un sismo en el centro del país. Por los primeros «tuitazos» no parecía ser la gran cosa: «ay, este se sintió duro», «tenemos sismo». Pero pocos segundos después alguien habló de un edificio que se vino abajo (igual estaba viejo y descuidado, solo le faltaba un «empujoncito», pensé), pero luego fue otro, y otro. Pasaron muy pocos minutos para entender lo que había ocurrido.
Y solo pasaron pocos minutos para que se fuera conformando toda una red de ayuda a través de las redes sociales y que duró muchos días. Todo México se movió para ayudar, había pensado: médicos, ingenieros, rescatistas, gente común que se puso a ayudar con lo que podía. Y aunque el gobierno no actuó tan mal como lo hizo en el 85 y el ejército sí jugó un papel importante, el activismo de los ciudadanos terminó salvando muchas vidas.
Me quedé con la impresión de que México era un país solidario, donde toda la gente se ayuda. Pero a veces las impresiones pueden ser engañosas.
Un sismo y una pandemia son crisis trágicas, pero son dos fenómenos muy distintos entre sí. El primero te obliga a salir a la calle, la segunda más bien te invita a no salir. El sismo es un evento que dura unos segundos o minutos y justa cuando termina es cuando hay que salir a ayudar al prójimo. La pandemia es un evento que dura semanas o meses, la crisis es un continuum que está ahí y que no nos deja.
El terremoto corta de tajo nuestra cotidianeidad y crea un sentimiento de urgencia que nos obliga a reaccionar inmediatamente para reparar el daño (después del activismo, la gente se percata de que ha gastado muchas energías y está muy cansada). La pandemia no corta dicha cotidianeidad sino que la infecta y se vuelve parte de ella. El individuo no puede utilizar todas las energías que utilizaría para rescatar a las víctimas de un sismo a lo largo de varias semanas o meses, es imposible. Quienes desean ayudar en la crisis sanitaria deben compaginar su activismo con la vida cotidiana, por ello su labor no se nota tanto, y también se vuelve más invisible por el hecho de que están confinados en sus casas: no se ven muchos voluntarios en la calles.
Posiblemente la naturaleza de ambos eventos explique por qué en el primero hayamos visto a un México muy solidario y a otro a un México más bien egoísta donde hemos visto incluso agresiones a médicos: es cuestión de percepciones y tiene que ver con lo que salta a la vista.
Después de un sismo, el México egoísta se vuelve invisible al punto en que crees que no existe. No te percatas de ello porque se queda en sus casas sin hacer nada. Lo que está en el centro son las montañas de personas ayudando a rescatar gente, las personas en redes tratando de ayudar, los médicos y los rescatistas. De ahí se infiere que todo México es solidario: incluso se dice «México se solidarizó con las víctimas», «México hizo esto y aquello», pero en realidad es solo una faceta, la otra está ahí escondida.
Con la pandemia ocurre algo muy distinto que genera la percepción de que la sociedad es de lo más ruin y egoísta que podría haber:
Primero, el activismo en redes no es tan intenso porque como la crisis no es inmediata sino lenta y continua no hay un sentimiento de urgencia. Como comenté, la gente tiene que compaginar su activismo con la vida cotidiana. Sí hay activismo, pero no vemos todas las redes inundadas de gente ayudando, los activistas tienen que dosificar la ayuda porque ayudar también implica esfuerzo y gastar energía. Sería humanamente imposible emplear la energía utilizada para ayudar las víctimas del sismo durante las semanas o meses que dure la epidemia.
Segundo, porque lo visible, lo que queda al centro, es aquel México egoísta. Si en el sismo quienes acuden a las calles son los voluntarios, en una epidemia quienes salen a las calles son aquellos que no están dispuestos a quedarse en sus casas (claro, exceptuando a los que tienen que salir por necesidad). Lo que sale a la luz no es tanto la gente que ayuda, sino la gente que no está dispuesta a hacer el mínimo sacrificio por los demás: los que se van a Vallarta, los que pretenden seguir con su vida diaria y los cuales, presas de un pánico irracional combinado con egoísmo, agreden a doctores y enfermeras porque tienen miedo de que «les peguen el bicho».
Pero tal vez nuestra sociedad no sea tanto ni lo uno ni lo otro. Tal vez no es tan solidaria como pensamos que en 2017 era, pero tal vez no sea tan ruin como hoy pensamos que es. La diferente naturaleza de las crisis nos mostró a dos Méxicos diferentes, uno puso al México solidario al centro y escondió al egoísta en la periferia, el otro puso al México egoísta al centro y escondió al solidario en la periferia.
La realidad es que, a pesar de que no lo parezca, sí hay gente ayudando. Hay gente que dona parte de su tiempo y talento para que otras personas tengan una cuarentena más llevadera. Otros buscan herramientas de trabajo, cubrebocas y trajes para los médicos (mientras los otros los agreden). El problema es que en una crisis como la actual el impacto que genera el «México egoísta» es considerable al punto en que podemos no salir bien librados por ello y su displicencia tiene un mayor impacto que el esfuerzo de la gente que quiere ayudar: tener más gente en la calle implica que la tasa de contagio es más elevada y los sistemas de salud se ven más rebasados, lo cual se traduce en más muertes. En el sismo pasaba lo contrario: tal vez ni siquiera era necesario el «México egoísta», bastaban las manos del México solidario para hacer las labores de rescate.
Tal vez tenemos que pensar en que México es algo heterogéneo: tal vez no hay algo así como un México solidario o un México egoísta como tal, sino gente solidaria y gente egoísta. Es cierto que la cultura y la idiosincrasia moldea la forma en la que la sociedad se manifiesta y que por ello las sociedades de algunos países están más a la altura que otras (o están más a la altura en ciertos eventos como en otros, como es nuestro caso), pero también es cierto que la gente tiene libre albedrío y tiene la capacidad de decidir si es solidaria o egoísta.