
Hasta no hace mucho tiempo yo pensé que la realidad tal cual era eso que tenía enfrente.
Sí, creía que lo real es eso que estoy viendo con mis ojos y que mi contacto con la realidad es directa. Pero en realidad ello no es así y voy a explicar por qué.
Partamos del hecho de que la realidad objetiva existe (aquella que reside fuera de la mente del observador).
Ciertamente no tengamos la certeza absoluta de ello, no podemos comprobar que no estamos siendo engañados, o que no estamos conectados a una computadora de tal forma que vivamos en una realidad virtual (algo parecido al argumento principal de The Matrix). Pero para efectos de este texto asumamos que la realidad objetiva existe.
Sigamos: nuestro contacto con la realidad no es objetivo, sino subjetivo y, además, indirecto. Lo que tenemos enfrente no es la realidad en sí, es la reinterpretación hecha por nuestro cerebro de aquello que nuestro organismo percibe de la realidad y cuyo objetivo no es conocer la realidad en sí, sino sobrevivir y adaptarse al entorno.
Para nuestro organismo la supervivencia es más importante que la búsqueda de la verdad.
No conocemos toda la realidad porque no es prioritario para nuestro funcionamiento, sólo conocemos una porción de ella que recibimos a través de los sentidos. Por ejemplo, no podemos ver todo el espectro de radiofrecuencia, sino solo aquello que llamamos «luz visible»; no podemos ver directamente los rayos infrarrojos; no vemos el wifi del Internet pero sería terrible si lo pudiéramos ver ya que obstruiría toda nuestra vista.
Tampoco podemos ver la materia en sí, lo que vemos son los fotones de luz que interactúan con ella. Prueba de ello es cuando apagas la luz de tu recámara, casi no hay fotones de luz merodeando de tal forma que entonces no puedes ver nada y lo poco que alcanzas a ver lo ves en blanco y negro: esa camisa roja que tanto te gusta de pronto se «volvió gris» pero esa cosa en sí no sufrió el más mínimo cambio.
Dicho esto, digamos que si percibiéramos la realidad tal cual es en sí misma tendríamos todo un desmadre frente a nosotros y nos veríamos profundamente saturados por un gran exceso de información, nos volveríamos disfuncionales y ni siquiera podríamos sobrevivir como especie. Una página de Internet puede servirnos para explicar este caso: esta página en la que estás leyendo está compuesta por distintos tipos de código que no ves y que no necesitas conocer, sino que tan solo ves la reinterpretación que el navegador ha hecho de dicho código. ¿O a poco te sería útil ver mi sitio web así?

Lo mismo ocurre con la realidad. No necesitas conocerla toda, sino sólo representaciones que tu organismo hace de ella. Kant no estaba muy equivocado cuando decía que no percibimos la cosa en sí (noumeno) sino representaciones de ella (fenómeno).
Y aquí no termina todo, apenas estamos empezando. No solo estamos frente a una reinterpretación que nuestro cerebro hace de algunos elementos de la realidad porque además éste utiliza atajos para poder interactuar con el mundo exterior y no perdernos dentro de él. ¿Por qué podemos distinguir un vaso de un monitor y por qué podemos guardar ciertas actitudes ante ciertos elementos que se nos presentan a nuestros sentidos? Digamos que nuestro cerebro «simboliza» aquello que ve para identificarlo. Ello no es tarea de la realidad tal cual es, sino de nosotros quienes categorizamos aquello que se nos presenta a nuestros sentidos.
La materia y la disposición de la materia tal que configura un tren existe objetivamente, pero la definición de lo que es un tren no, es un hecho social que ontológicamente no puede ser objetivo porque no reside fuera de la mente del espectador; se trata más bien de una categorización intersubjetiva ya que hay un consenso entre diversas personas donde tal disposición de la materia configura un tren. Aunque no sea objetiva la definición no la puedo cambiar arbitrariamente porque, aunque yo quiera decir que eso no es un tren, no puedo romper el consenso social que dice que sí lo es.
Lo mismo ocurre con las categorías hombre y mujer. Las definiciones como tales son hechos sociales con base en fenómenos que podemos observar y que los seres humanos construimos para interactuar con la realidad. Podemos ver que un sexo puede embarazarse y tiene una vagina mientras que el otro tiene un pene: es decir, existen algunas diferencias en las disposiciones de la materia de tal forma que decidimos categorizarlas y a partir de ahí construimos identidades. Las diferencias de las disposiciones de la materia son hechos brutos o realidades objetivas, las categorizaciones que hacemos de ello no, ni la construcción de identidades. Todo ello es un hecho social que yo no puedo cambiar arbitrariamente pero que la sociedad en su conjunto sí puede cambiar en tanto modifique o rompa el consenso. Podremos decir «ya no vamos a categorizar dichas disposiciones de la materia a través de los conceptos hombre y mujer y vamos a crear otras a partir de otras disposiciones de la materia, ¿qué tal si en lugar de hombre y mujer catalogamos a las personas por su temperamento?».

Los significantes pueden cambiar si cambia el consenso, aunque las disposiciones de la materia como tales no pueden ser cambiadas porque son hechos brutos y objetivos, y también es cierto que hay formas de significar la realidad más eficientes que otras: posiblemente deshacernos del género para construir nuestra identidad en favor del temperamento no sea la mejor idea.
¿Asustado? No hemos terminado porque resulta que hay cosas que creías que eran objetivamente reales y no lo son.
Resulta que hay cosas que creemos que son reales y que existen por sí mismas, pero en realidad son construcciones humanas: el dinero, las marcas y los países son un buen ejemplo. Imaginemos que el ser humano desaparece y ya no hay nadie quien observe lo que hay en nuestro mundo. El dinero no va a existir, tan solo tendremos cúmulos de papel que no tendrán valor ni significado alguno. Los logotipos de las marcas comerciales no serán más que alguna suerte de jeroglífico sin significación alguna y se perderán entre toda la materia. ¿Los países? Desaparecerán por completo.
Para entender esto pongo un claro ejemplo: dale un billete de 500 pesos a un niño de un año. Posiblemente lo rompa porque el niño todavía no sabe que hay un consenso que dice que ese billete puede ser cambiado por otros bienes. Lo único que existe para ese niño es la materia con la que interactúa y no tiene más valor más allá de la materia en sí.
La realidad objetiva existe, pero la percepción que tenemos de ella es más bien problemática.
Y si esto no fuera suficiente para matar la ilusión de que tenemos contacto directo con la realidad en sí, estamos condenados a tener predisposiciones cuando interactuamos con la realidad de tal forma que aquello que tú percibes de una forma, alguien más lo percibe de otra o le evoca sentimientos distintos, ¿por qué pasa eso?
Porque nuestro cerebro no solo representa la realidad, sino que también la va construyendo a medida que interactúa con el mundo exterior, y como ninguna persona interactúa con el mundo exterior exactamente de la misma forma, entonces ninguna persona percibe la realidad exactamente de la misma forma. La acumulación de experiencia a través de los años, la educación recibida y el entorno en el que uno se encuentra inserto determina la forma en que una persona percibe la realidad.
Haz un simple experimento. Pregunta a varios amigos tuyos que se imaginen un vaso. Luego pregúntales qué vaso se imaginaron y te van a hablar de vasos diferentes. Tal vez uno de ello haya recordado un vaso de cristal mientras que otro se acordó del vaso de los Tiny Toons.
De igual forma, una misma cosa puede evocarnos distintos sentimientos e impulsarnos a llevar distintas acciones, y ello es resultado de la construcción de la realidad (o de la representación que se hace de ésta) a lo largo del tiempo. La foto de un niño no provocará los mismos impulsos en mi cerebro que en el tuyo, tal vez ese niño me haga recordar un momento feliz de mi infancia y tú recuerdes uno más bien sombrío.
Los seres humanos interpretamos la realidad a partir de relatos o ideologías que nos dicen cómo es o cómo debería ser el mundo y que recibimos por medio de la educación, la escuela, los medios de comunicación u otras formas. Estos relatos o cosmovisiones son abstracciones muy complejas que incluyen una serie de valores éticos y morales, patrones culturales y significantes que son muy útiles para movernos dentro del mundo real pero que, a su vez, siempre terminan siendo insuficientes para explicar la realidad como un todo.
Al interactuar con la realidad estamos condicionados por dichos relatos. No podemos interactuar con ella sin ningún condicionamiento porque sin éste no tendríamos formas de conducirnos en la realidad. Gracias a los relatos es que podemos darle una forma al entorno con el que interactuamos. El recién finado Mario Bunge, férreo defensor del método científico, llegó a decir que las hipótesis (científicas) necesariamente cuentan con un soporte cultural que consiste en su compatibilidad con la concepción del mundo prevaleciente, que la ciencia no crece en un vacío cultural y que a lo más que podemos aspirar es a cobrar conciencia de ello. Es decir, podremos hacer mejor ciencia en tanto reconozcamos que estamos, como personas y sociedad, condicionados por nuestra construcción de la realidad y la cosmovisión vigente.
Para concluir, podemos observar que nuestra interacción con la realidad es más bien problemática. No solo porque lo que nos llega no es la realidad tal cual es sino una representación de ella por parte de nuestro cerebro que recibe impulsos del exterior por medio de los sentidos, ni porque muchas cosas que asumimos como objetivamente reales no lo son, sino también porque de la misma forma nos hacemos necesitamos valernos de símbolos y patrones psicológicos y culturales que no son objetivamente reales para darle una forma y poder funcionar dentro del mundo.