¿Son opresoras las jerarquías?

Feb 29, 2020

Cuando pensamos en "jerarquías", los conceptos de "poder" y "opresión" se nos vienen a la cabeza. Pero ¿son las jerarquías necesariamente opresoras? ¿O son necesarias como forma de organización?

¿Son opresoras las jerarquías?

En las últimas décadas, las jerarquías han recibido una avalancha de críticas (unas injustas otras injustas), sobre todo por aquellas corrientes posmodernas quienes, desde una perspectiva muy foucaultiana, ven en ellas relaciones de poder y, por tanto, de opresión.

Pero ¿podemos reducir a las jerarquías a una relación de poder donde el uno domina al otro? ¿No existe algo más allá de eso para explicarnos la esencia de las jerarquías?

Las jerarquías han estado presentes a lo largo de la historia de nuestra especie y gracias a ellas hemos logrado configurar sociedades. Es cierto que a lo largo de nuestra historia hemos atestiguado en muchas ocasiones cómo una jerarquía puede llegar a ser opresora con quienes están debajo de ella, en especial dentro de las dictaduras o de las relaciones rígidas donde quien estaba arriba de dicha jerarquía no tenía contrapeso alguno para evitar el abuso de poder sobre sus subordinados.

En nuestros tiempos casi se ha asumido que por más horizontal sea una forma de organización ésta va a ser irremediablemente mejor, y es cierto que en muchos casos hemos logrado construir cosas muy interesantes con jerarquías muy flexibles. El problema es que si no existiera una jerarquía alguna la sociedad básicamente no podría existir.

Evidentemente en cualquier jerarquía habrá una relación de poder, pero quienes insisten en que las jerarquías son per sé opresoras están ignorando dos cosas: 1) ignoran que dentro de una jerarquía puede existir un componente consensual (es decir, que todos pueden estar de acuerdo en la existencia de una jerarquía) y 2) que las relaciones humanas no son necesariamente relaciones de suma cero.

Por ejemplo, si yo soy una persona que quiere estudiar filosofía, entonces podré ir con un profesor filósofo y que me dé clases. Al momento en que yo reconozco que el filósofo sabe mucho más de filosofía que yo se crea una jerarquía en el cual él es profesor que me va a enseñar y yo soy el alumno que va a recibir ese conocimiento. Con la jerarquía se establece una relación de poder ya que el maestro, dada su posición jerárquica superior, puede influir intelectualmente sobre mí y por lo tanto influir sobre mi pensamiento, cosa que yo muy poco o nada podré hacer con él.

¿El maestro obtiene un beneficio a la hora en que ejerce este poder intelectual? Obviamente sí, no solo recibirá dinero de mi parte, sino también el placer de influir intelectualmente sobre otros. Pero nótese que en esa dinámica no hay una condición de opresión per sé (a menos que el maestro decida abusar de su poder) y también está presente un elemento consensual, ya que ambas personas acordaron crear esta dinámica jerárquica. Tampoco existe un juego de suma cero, ambos ganan con ello.

Lo mismo pasa en una familia sana donde los padres ejercen poder sobre sus hijos. Los padres se valen de ese poder para educarlos, y los hijos se benefician de ello. Es cierto que los padres pueden llegar a ser muy rígidos, autoritarios y abusar de su poder, pero ello no es una condición para formar una familia. Es cierto también que el relajamiento excesivo de dicha jerarquía (permisivismo) derivará en hijos con pocos valores y una escasa tolerancia a la frustración.

La sociedad patriarcal, esa de las que las mujeres buscan emanciparse por completo (y a lo cual tienen todo el derecho en tanto seres que valen lo mismo que el hombre) tampoco se explica meramente por una condición de opresión (aunque evidentemente el componente existe). Es evidente que en una sociedad patriarcal hay una asimetría de poder entre el hombre y la mujer: la mujer es desprovista de parte de su libertad y a cambio se le otorga la protección que le da el hombre (protección que, en algunos casos, también podía derivar en abusos, en tanto que casi no había quién sancionara la conducta del protector). El hombre, quien estaba a la cabeza, era quien tenía mayor libertad, quien escribía la historia y construía el mundo, aunque no necesariamente todo fue miel sobre hojuelas para el hombre: a los hombres no se nos permitía llorar ni expresar nuestras emociones mientras que a las mujeres sí. Ello nos trajo muchas consecuencias adversas a nuestra psique, de la misma forma que explica por qué nuestra esperanza de vida sea históricamente menor que la de las mujeres.

La asimetría de poder, como decía, era evidente, al grado en que no se podía concebir que la mujer votara e incluso que hablara de política. Pero, con todo esto, esta jerarquía (hombre sobre mujer) patriarcal no solo se reduce a una condición de opresión (que evidentemente está presente, e incluso se llegó a decir que por naturaleza era inferior al hombre), sino que, hasta cierto punto, tenía un elemento consensual y es el que tiene que ver con la protección que la mujer recibe del hombre. La mujer no cedía su libertad a cambio de nada, sino más bien recibía protección a cambio. Muchos de los patrones de conducta que nos parecen todavía normales tienen que ver con esta cultura patriarcal y es posible que desaparezcan por consecuencia: la caballerosidad es un gran ejemplo: si la mujer es débil, nosotros tenemos que protegerla, ayudarle, dejarla pasar primero, abrirle la puerta. También este estado de cosas patriarcal explica por qué una mujer ha tenido, por lo general, preferencia sobre la patria potestad de sus hijos que el padre.

Hoy cuestionamos esa jerarquía patriarcal debido a que la mujer, dado el estado de cosas, ha luchado por obtener la libertad de la que solo gozaba el hombre en el pasado y porque conforme evolucionan nuestras formas de organización nos va pareciendo incluso repugnante que exista una asimetría de poder entre el hombre y la mujer por el simple hecho de su género. Esa jerarquía que nuestra especie consideró necesaria durante mucho tiempo se ha vuelto progresivamente inviable al punto de buscar desaparecerla por completo, pero de ahí no se sigue de ninguna forma que desaparezca la jerarquía que tienen ambos padres sobre los hijos, dada su necesidad para criarlos. La jerarquía se ha vuelto inútil y por eso está desapareciendo, no por el hecho de ser una jerarquía per sé.

Al pensar que las jerarquías se reducen a simples condiciones de opresión también caemos en el riesgo de ignorar todo el legado histórico de nuestras sociedades, ya que con este reduccionismo no lograremos nunca entender nuestra historia en el debido contexto y pensaremos inevitablemente que todo nuestro pasado es negro y que tenemos que deshacernos de éste (como si ello se pudiera hacer).

Las jerarquías son necesarias porque sin ellas es imposible construir cualquier cosa (Las críticas de Habermas a Foucault lo explican bien), lo que habría que evitar en dado caso son los abusos de poder dentro de ellas, para ello habrá que considerar lo siguiente:

1) Evitar la concentración excesiva de poder. El poder per sé no es malo y Michel Foucault acierta cuando dice que el poder está siempre ahí presente y que se trata de una serie de relaciones recíprocas o bien de relaciones humanas, pero falla cuando parece reducir esta dinámica a una mera opresión. No hay que erradicar el poder ni mucho menos las jerarquías, ello es imposible y es un despropósito, pero sí es importante evitar que alguien en la punta de la pirámide jerárquica acumule un poder tal que nadie le pueda hacer frente en caso de que abuse de él.

2) Crear contrapesos dentro de la jerarquía. Del primer punto se sigue que para evitar los abusos de poder se vuelva necesaria la creación de contrapesos. Por ejemplo, si un patrón aprovecha su poder para acosar sexualmente a su empleada, entonces debe haber un mecanismo para que el patrón reciba una sanción tal que el costo de acosar a una mujer sea más alto que el beneficio que recibe. De igual forma, si un padre agrede violentamente a sus hijos, debe verse en la necesidad de enfrentarse a la ley y, en algunas circunstancias, de perder la patria potestad.

3) Flexibilidad. Es importante que exista cierta flexibilidad dentro de la jerarquía a un punto en que prevenga el abuso de poder pero no al punto en que termine comprometida. Por ejemplo, el alumno podría cuestionar los argumentos que esgrime su profesor en vez de aceptar lo que dice sin ningún cuestionamiento en tanto ello no implique dejar reconocer su jerarquía de superioridad intelectual que el maestro goza sobre el alumno.

4) Los privilegios no pueden trascender la jerarquía a la que pertenece. Una persona millonaria con dinero bien habido tiene el derecho de gozar de los privilegios inherentes a la jerarquía a la que pertenece (es parte de una élite económica y tiene empleados a su cargo) como ganar dinero producto de sus negocios, pero no puede transmitir dichos beneficios a otros órdenes jerárquicos a los que no pertenece, por ejemplo, que gracias a sus recursos pueda comprar beneficios excepcionales ante la ley la cual presupone a todos los individuos iguales.

5) La jerarquía no puede trasladarse a lo moral ni a la dignidad humana. Se puede reconocer cuando una persona está en un orden jerárquico más alto que el nuestro y, por tanto, puede ejercer poder sobre nosotros. Pero esa condición por sí misma no le debe dotar de una superioridad moral ni mucho menos lo hace más digno que nosotros. Evidentemente yo puedo dotarle a un individuo cierta superioridad moral de forma voluntaria (por ejemplo, un líder social) pero él no puede exigirla de ninguna manera por el hecho de estar en un orden jerárquico superior.

6) Humildad. La humildad guarda estrecha relación con el punto anterior. La humildad y la sensibilidad con aquellos sobre quien ejerce el poder es necesaria dentro de aquellas personas que están dentro de una jerarquía privilegiada. Podemos obtener beneficios de el ejercicio del poder sobre otro jerárquico, pero la humildad y la sensibilidad con el otro nos privará de perjudicarlo, ya que procuraremos su bienestar y que él también obtenga un beneficio de dicha relación.

Para concluir: no, las jerarquías no son per sé opresoras, pero es cierto que muchas veces nos hemos valido de ellas para oprimir a alguien más. No se trata de acabar con ellas, son necesarias para sostener cualquier tipo de civilización humanas, sino de repensarlas, de pensar en el diseño que cualquier orden jerárquico debiera tener de tal forma que pueda crear un entorno humano y justo del cual todos nos beneficiemos.