
Como ya muchos saben, diversos grupos feministas convocaron un paro nacional en el cual se convoca a que las mujeres no realicen sus actividades (que no trabajen, que no vayan a estudiar o no vayan al súper) y los hombres ayuden a que puedan llevarlo a cabo sin ningún problema, no solo para protestar contra la violencia de género (que es el motivo principal) sino para visibilizar al género femenino como tal en aras de lograr una real equidad de género.
Ante esta idea, hay quienes se muestran escépticos, desde aquellos que sin ningún afán destructivo dicen que no creen en las marchas, que no va a resolver la problemática o que corre el riesgo de ser una marcha de clase media alta que no visibiliza a las mujeres de las clases más bajas (donde la cultura machista es mucho más intenso), hasta quienes incluso con agresiones y descalificativos buscan desestimar este movimiento (gente que se siente amenazada, etc).
Pero, ¿por qué considero que el paro nacional sí es una buena idea?
Antes que nada, hay que recalcar que esta iniciativa ha escalado mucho más allá de los activismos de los colectivos feministas ya que gran parte de la sociedad se ha sumado (incluso algunos políticos de derecha se tan tratado de subir al tren). Hay quienes no se explican por qué, pero la respuesta es muy sencilla: y es que la sociedad se siente muy indignada por lo que ha ocurrido en estos últimos días (los brutales asesinatos de Ingrid y Fátima).
Ello en sí explica en parte por qué sí es una buena idea.
Es cierto que una protesta por sí misma no va a acabar con la violencia, pero la protesta no tiene la función de crear políticas públicas (eso es lo que viene después) sino de socializar y visibilizar una problemática o una serie de problemáticas: la protesta es lo que antecede a la propuesta. No se puede proponer nada sobre algo que no se conoce o no se sabe cuál es su real dimensión.
La protesta podría ser vista, en cierta medida, como una continuación de aquello que pretendió hacer el #MeToo, y que era visibilizar la violencia que sufre la mujer. El #MeToo fue polémico y evidentemente por su configuración no estaba libre de arbitrariedades (que hubiera quienes aprovecharan el momentum para difamar gente), pero logró mostrar a la luz el problema: fue muy chocante, sobre todo para aquellos que se desengañaron y aquellos que se vieron amenazados. Pero esta protesta lo que hace ya no es solo visibilizar en sí el problema, sino reconocerlo. El #MeToo y todas las protestas que le siguieron decían: a las mujeres nos acosan, nos violan y nos matan. El paro nacional va más allá ya que busca internalizar ese mensaje en gran parte de la sociedad.
La protesta opera a nivel de la narrativa, busca trastocar un relato hegemónico en el cual la violencia contra la mujer era algo que estaba mayormente oculto por otro donde éste se reconozca. El hecho de que gran parte de la sociedad (mujeres y hombres que apoyan) se haya unido implica una asimilación de ese mensaje: reconocemos que hay mucha violencia contra la mujer, reconocemos la importancia que tiene la mujer dentro de la sociedad, reconocemos que la equidad de género es un mandato. Y ello es una condición sine qua non para que posteriormente se busquen soluciones al problema.

La convocatoria misma es ya parte de esta aspiración de cambiar el relato hegemónico: el hecho de que muchas mujeres y hombres más allá de los círculos que cotidianamente abordan estos temas se estén solidarizando ya genera un impacto mediático; el hecho de que la gente en las redes sociales comparta las imágenes y use ciertos avatares crea la percepción de que se está generando cierto consenso hacia dicho tema.
Ese reconocimiento y esa asimilación ya implica algún grado de cambio cultural, el mismo «previo» de la protesta ya genera una suerte de efecto; pero, evidentemente, la marcha, que romperá con la cotidianeidad, también generará un efecto sobre parte de la población.
Hay otros críticos que apuntan a que la marcha se puede quedar en algo de «clases medias y altas», y en cierto sentido no se equivocan. También es cierto que salir de ahí es una empresa más complicada por la configuración y estratificación social dentro de nuestro país, pero bien valdría hacer el esfuerzo (por ejemplo, que aquellos jefes y jefas que socialicen el tema dentro de sus empresas) sobre todo porque la cultura machista está más arraigada en aquellos sectores.
Pero aún cuando su impacto termine limitado a la clase media y alta ya es un avance y es mucho mejor a que no ocurra absolutamente nada. Amén de que el mensaje llegará a quienes tienen una mayor capacidad de incidir sobre la sociedad en su conjunto.
También dicen que el fin de esta protesta es la catarsis. Pero ni siquiera ello es algo malo. El mero hecho de expresar como sociedad el repudio a ciertas conductas es sano para la psique, una que se ha visto amenazada por el sentimiento de vulnerabilidad que sienten las mujeres.
Sería ingenuo pensar que una protesta por sí misma va a resolver el problema. Sería ingenuo que será cuestión de poco tiempo para que el problema desaparezca y que se reconozca el lugar de la mujer donde debe de estar. Llevará mucho tiempo, y más porque al día de hoy no sabemos muy bien qué hacer siquiera para resolver esta problemática, pero sí que ayudará a ir construyendo los cimientos de una nueva cultura en la que toda la violencia contra la mujer sea visibilizada y condenada y donde se reconozca que la mujer y el hombre deben estar en condición de equidad.
Esta protesta por sí misma no va a llevar a cabo una transformación revolucionaria, pero sí va a poner su granito de arena, por más pequeño que sea, para que ello suceda. La iniciativa opera en lo simbólico, en el discurso, en lo que los ciudadanos opinamos respecto del tema, porque es lo que tiene que modificarse primero. Y basta eso para que haya valido la pena.
Habrá quienes se incomoden y hagan burlas hirientes, pero quedarán aislados y su discurso será relegado a la periferia. La buena noticia es que parece haber una suerte de consenso tal que no solo la gran mayoría de las y los líderes de opinión y personajes importantes se están sumando, incluso lo están haciendo alumnos de universidades tradicionalmente conservadoras y personas que hasta hace poco habían permanecido ajenos.