En política siempre hay un discurso hegemónico dominante, incluso en las democracias consolidadas. Los discursos hegemónicos siempre han existido y siempre van a existir.
Un discurso hegemónico es básicamente un conglomerado de valores o ideas impuestos o promovidos por una élite o clase dominante (dice Gramsci) bajo los cuales se dice lo que el mundo es y lo que debería de ser.
En las democracias distintos discursos hegemónicos pueden coexistir, en tanto que aquellos discursos que no son dominantes pueden llegar a tener cierta expresión por las garantías que la democracia misma les da.
Aún así, el discurso hegemónico dominante siempre va a tener más visibilidad, tendrá más puertas abiertas en los medios de comunicación y en la mayoría de las instituciones. Siempre existirá cierto consenso en torno a dicho discurso hegemónico.
En Occidente, existen tres discursos hegemónicos dominantes. Pueden coexistir entre sí porque uno trata de explicar la organización política, otro lo económico y el otro lo cultural.
Esos discursos son la democracia liberal (la forma de organización política) la economía de mercado (la forma de organización económica) y el progresismo social (lo cultural).
Aunque epistemológica e ideológicamente estos discursos puedan tener diferencias, coexisten porque rara vez uno invade el espacio del otro e incluso pueden interactuar. Un claro ejemplo son todas las empresas participando en el mes del orgullo LGBT y expresando libremente su postura.
En los medios de comunicación, una persona tendrá más puertas abiertas si va a hablar de economías de mercado y si los cuestionamientos a éste no implican su supresión (por ejemplo, hablar sobre desigualdad o de subir impuestos en tanto el sistema de mercado no quede comprometido). Si hablas de un intervencionismo muy excesivo o incluso de un cambio de modelo, pocas puertas te serán abiertas. Lo mismo pasa con el tema social: las posturas liberales y progresistas tienden a ser mejor recibidas en la mayoría de los medios de comunicación que el conservadurismo confesional.
Lo que no coincide con el discurso dominante se convierte en lo extraño, en lo otro. El conservadurismo social y el socialismo económico son vistos con recelo por parte de lo establecido.
Y lo «otro», al no ser bienvenido en la mayoría de las plataformas del establishment, busca espacios alternativos de expresión. En el pasado consistía más en panfletos, revistas o medios alternativos, aunque en la actualidad las redes sociales juegan un papel muy importante.
La Segunda Ley de la Termodinámica dice que todos los sistemas tienden a la entropía, y si los sistemas tienden a la entropía, los discursos hegemónicos también lo hacen. La ventaja de las democracias sobre los regímenes autocráticos en este sentido es que permiten, en cierta medida, criticar al discurso hegemónico, aunque ésta sea limitada en comparación con el poder político y mediático que el poder dominante tiene. Ello puede ayudar a que los discursos puedan recibir cierta retroalimentación y pervivan por más tiempo o incluso se actualicen. A la vez, podrán ser sustituidos más fácilmente si los discursos terminan siendo ineficientes.
La polarización ideológica de estos últimos años es muestra patente del deterioro de este mecanismo de retroalimentación, ya que requiere un mínimo de apertura. Cuando discurso hegemónico deja de recibir y asimilar retroalimentación entonces se comienza crear un contradiscurso que se vuelve cada vez más fuerte.
Pueden ocurrir dos cosas: 1) que en algún punto el sistema logre ser consciente de su deterioro y asimile la retroalimentación (que se ha acumulado) para mantenerse vigente o 2) que sea sustituido por otro: esta sustitución puede ocurrir en un relevo de poder (democrático), un cambio cultural que no es (mayormente) promovido por el poder político o por medio de una revolución.
El primer punto implica entrar en un terreno fangoso, porque el discurso hegemónico debe asimilar qué tanta retroalimentación está dispuesta a admitir pero que no sea tanta que el discurso se modifique a tal grado que termine perdiendo su esencia, ni tan poca que termine creando un discurso adverso dispuesto a suplantarlo.
En el segundo, se puede dar el caso de que el relevo de poder sea insuficiente para hablarse de un cambio. Un régimen que ha relevado a otro con un discurso distinto, podrá verse con el problema de que, aún estando en el poder, su discurso no es el hegemónico. Podrá toparse con que los medios de comunicación tienen más influencia en la sociedad que su gobierno.
También se puede dar el caso que un régimen hegemónico cambie sin que haya grandes cambios dentro del poder político. Por ejemplo, que la cultura sea modificada por los medios de comunicación dominantes o instituciones ajenas al poder político-institucional.
Las posibilidades de que un discurso hegemónico sea sustituido serán más grandes en tanto el discurso se acerque más a la entropía, pero dichos discursos suelen mantenerse por un buen periodo de tiempo, sobre todo aquellos que son más eficientes que los otros.
La sustitución de un discurso hegemónico por otro se puede dar de dos formas:
1) Una sustitución total por otro relato opositor que mantiene su misma forma al volverse hegemónico.
2) Por medio de una dialéctica (a la Hegel) donde el discurso hegemónico actual (tesis) se contrapone a un discurso opuesto (antítesis) para dar paso a una superación de ambas (síntesis). Un ejemplo podría ser el liberalismo del siglo XIX contrapuesto con las corrientes socialistas que dieron paso a una economía de mercado con un Estado de bienestar.
En los regímenes democráticos es más deseable la segunda (dado que implica menor inestabilidad) en tanto que en los autocráticos, sobre todo cuando la opresión y la concentración de poder sea mayúscula, puede llegar a ser más deseable la primera.
Y para terminar, es muy probable que el nuevo discurso hegemónico termine, con el tiempo, repitiendo muchos de los vicios del discurso al que sustituyó. Los discursos, en tanto son oposición, apelan con más energía a la libertad que cuando ya se han vuelto hegemónicos.