
Empecemos respondiendo esta pregunta con una de las filósofas que ha promovido más esta creencia y que incluso ha llevado a Nietzsche y su idea del superhombre muy al extremo:
La filósofa positivista Ayn Rand decía que el problema no es que fuéramos una sociedad profundamente egoísta, sino que más bien tendríamos que aspirar a serlo todavía más. Decía que el altruismo y el capitalismo son incompatibles e incluso más allá: se atrevió a afirmar que el altruismo es inmoral y lo culpaba del surgimiento de las dictaduras colectivistas.
Bajo su cosmovisión, todo lo que hacemos (incluso nuestras relaciones cercanas) tiene un interés propio. Pareciera que los demás, al final del día, son instrumentos para utilizarse en favor de nuestros intereses.
Pero Ayn Rand se equivoca, y medio gacho.
Si los individuos fuéramos seres egoístas que solo son capaces de perseguir sus intereses ¿qué nos separaría entonces de los psicópatas que no tienen la capacidad de sentir lo que el otro siente y quienes no sienten remordimientos por sus acciones? ¿Qué los psicópatas no buscan sus propios intereses también?
Se equivoca cuando dice que el capitalismo y el altruismo son incompatibles, y para ello basta leer al propio Adam Smith:
Adam Smith aseguró que cuando los individuos buscan sus propios intereses, hay una mano invisible que hace que todo el colectivo se termine beneficiando de ellos. Pero Smith nunca dijo que el ser humano fuese un ser meramente egoísta. Basta leer su libro «Teoría de los Sentimientos Morales» para darse cuenta del valor e importancia que Smith le da a la simpatía hacia los demás como mecanismo necesario para el funcionamiento de las sociedades.
Muchos somos liberales no porque creamos que el ser humano sea intrínsecamente egoísta y que el egoísmo lo defina por completo, sino porque, dada la capacidad de ser altruistas, es posible conciliar en cierta medida la libertad individual con el bien común. Muchos liberales pensamos que el bien común es necesario, pero que ello no debe buscarse por medio de la coacción sino por la libertad de los individuos que buscan, sí, perseguir sus intereses personales, pero que, a la vez, tienen la potencialidad de ser altruistas y de sentir empatía por el otro.
También es falso que el altruismo nos conduzca a dictaduras colectivistas. El acto altruista es voluntario, jamás es impuesto. Si es impuesto el acto deja de ser altruista porque entonces no hay una sincera voluntad de serlo. Las dictaduras colectivistas, en el fondo, desconfían del hombre; igual que Rand, se han esforzado en pintarlo como un ser egoísta con la única diferencia de que había que coaccionarlo y despojarlo de su voluntad para procurar el bien común.
Para terminar, el ser humano no solo tiene la capacidad de preocuparse por los demás, sino que tiene la capacidad de ejercitar su capacidad de sentir compasión (que no es lo mismo que lástima) y de ser altruista. El mismo Darwin (al que se le ha sacado de contexto muchas veces, sobre todo en el uso del concepto de «darwinismo social») insistió en que existe un componente altruista que forma parte de la evolución. Dicho esto, para él, la cooperación de los individuos dentro de un grupo y que va más allá de los meros intereses individuales se vuelve indispensable para la supervivencia de una especie dada.
El altruismo del ser humano no es infinito (ello sería inviable), ni ello significa que habrá un momento idílico en la historia de nuestra especie en que se acaben los conflictos y lleguemos a la paz mundial eterna. Pero es cierto que la capacidad para ser altruistas se puede ejercitar, y ellos nos puede ayudar a construir, aunque sea, un mundo un poco mejor que el que tengamos.