Una famosa frase que circula en las redes sociales dice que las «sociedades prósperas generan individuos débiles que, a su vez, generan sociedades caóticas que generan individuos fuertes».
Habría que analizar a fondo la historia universal para determinar qué tan precisa es esta frase, ya que si bien podemos encontrar ejemplos de ello, también podemos encontrarnos con sociedades caóticas producto de factores que poco tienen que ver con el «debilitamiento» de la calidad de los individuos producto de la prosperidad, como la República de Weimar castigada con el Tratado de Versalles que dio origen al régimen nazi o la Rusia en la que acaeció la Revolución de 1917.
Pero, más allá de qué tan precisa sea aquella frase, no es un secreto que conforme la sociedad se vuelve más próspera, los individuos se debilitan en varios sentidos, pero ello es una consecuencia natural porque los seres humanos no hacemos nada más que adaptarnos a nuestro entorno para funcionar lo mejor posible en él.
Por ejemplo, casi nadie de nosotros (ni los preocupados por la «fragilidad de las nuevas generaciones») podría sobrevivir en la selva como lo hacían nuestros antepasados. No tenemos ni la fortaleza física ni las habilidades necesarias, la gran mayoría pereceríamos ahí. Pero es que para sobrevivir en la actualidad no necesitamos dichas habilidades.
También es cierto que cada vez menos nos vemos necesitados de ir a la guerra. E incluso ahí, con el tiempo, la fuerza física, aunque sigue siendo muy importante, se ha vuelto progresivamente menos relevante ya que los ejércitos dependen cada vez más de la tecnología para poder triunfar en el campo de batalla. Paradójicamente, la existencia de las armas nucleares (que actúan como disuasorio) junto con la forma en que están configuradas las economías actuales, hacen cada vez menos viable una guerra en el sentido tradicional.
Vaya, nuestro mundo se ha vuelto cada vez más próspero, donde la fuerza ha dado paso al intelecto como medio de producción y de supervivencia. Ya no nos importa ser muy fuertes, nos basta con tener un cuerpo sano y relativamente atlético, y en el mejor de los casos. Y de igual forma hemos buscado, en la medida de lo posible, construir un mundo que sea lo más confortable con respecto a la psique. Por ello hemos venido humanizando los trastornos psíquicos de tal forma que aquello que podíamos calificar como locura (un trastorno de ansiedad o un TOC) se ha venido convirtiendo de forma progresiva en algo parecido a una gripe.
Debido al progreso, hemos procurado una sociedad más confortable para todos: desde el mercado, desde el Estado, desde la familia y desde diversas instituciones. Nuestras camas son más cómodas que las de hace un siglo, desde el celular realizamos ciertas actividades que nos facilitan la vida, nos preocupa la salud más que nunca. Y es evidente que así, las generaciones que nazcan en ese mundo de confort, lo den por sentado. Recordemos que los individuos construimos la realidad de forma subjetiva por medio de nuestra educación e interacción con el entorno.
Es curioso que muchas de las personas que aseguran que los millennials y los centennials son «generaciones de cristal» son los mismos que se esmeraron por construirles esa vida llena de comodidades, los que pensaron que habría que alejar a los hijos de cualquier dolor. Son los mismos que se quejan de una presunta falta de tolerancia a la frustración. Ellos, como cualquier otra generación, lo único que hicieron fue adaptarse a su entorno. ¿Por qué ellos habrían de tener la culpa?
Bien podría decir que estas generaciones, como todas, tienen sus particularidades y no todas ellas son necesariamente buenas, aunque ha caído un severo escarnio sobre ellas y creo que se ha hecho un juicio, a veces, excesivamente lapidario, casi como asumiendo que las generaciones pasadas (la generación X y los Baby Boomers) eran generaciones con un gran tesón y una fortaleza de espíritu digna de ejércitos imperiales, lo cual, siento decirles que no. No es como que las dos generaciones pasadas fueran muy diferentes en este sentido.
El problema es que las comparaciones entre generaciones son, en muchos casos, complicadas de hacer porque éstas se desenvuelven en contextos distintos. Por ejemplo, estaba leyendo un artículo del caso del ITAM donde muchos alumnos salieron a manifestarse por el caso del suicidio de una estudiante. El autor explicaba varios casos del trato que algunos maestros les daban a los alumnos, y la verdad que esto hace algunos años habría sido casi igual de escandaloso e indignante. En mi secundaria (hace ya 20 años) llegaron a correr a profesores por menos que eso (producto de la presión de los alumnos y padres de familia).
Es cierto que, en algunos casos, sí se han manifestado algunos excesos en aras de proteger la psique de los estudiantes que les podrá traer más problemas que beneficios en el largo plazo, como la creación de espacios seguros que solo ayudan a aislar y tribalizar al estudiantado. Pero tampoco nos engañemos y pensemos que las generaciones pasadas tenían una fortaleza moral profunda y eran capaces de hacer frente a cualquier obstáculo que tuvieran enfrente.
La hiperconectividad que existe ahora tampoco ayuda a la hora de hacer comparaciones. Asumimos que esto que estamos viendo es nuevo, como si antes no hubiesen existido casos de suicidios o de alumnos indignados por la conducta de los maestros, pero antes no recibíamos tanta información. Casos como estos se centraban en las comidas familiares de personas que se habían enterado del caso y que en la actualidad se esparcen y viralizan por medio de las redes sociales.
Las dinámicas sociales el día de hoy son diferentes, hasta para la misma organización de protestas con el fin de solicitar a una institución que tome cartas en el asunto. Las comparaciones son, en muchos casos, muy tramposas y engañosas.
Por ejemplo, se dice que hay menor compromiso de los empleados con las empresas (lo cual muchas veces no es falso), pero ¿el compromiso de las empresas con los propios empleados es igual que antes? En el pasado un empleado entraba a una empresa y sabía que ahí crecería y trabajaría toda su vida, lo cual evidentemente generaba un fuerte compromiso y hasta cariño con la empresa que trabajaba. Hoy eso no ocurre. El individuo da casi por sentado que trabajará en varias empresas a lo largo de su vida, que en algún momento será dado de baja por un recorte de personal (y que muchas veces no estará ligado a su desempeño) o buscará otro lugar donde seguir creciendo dado que asume que su crecimiento no está ligado a una empresa, sino a su trayectoria personal. Ya ni hablemos de los freelancers o autónomos que cada vez abundan más.
También se asume, en varios casos, que ciertos problemas que existen en la actualidad no existían en el pasado, como si el propio pasado fuera idílico, como si en el pasado todas las personas tuvieran una gran capacidad para sortear la tolerancia a la frustración. Por ejemplo, muchos hablan de la mediocridad de muchos estudiantes, que falta compromiso en los estudios. Pero desde que tengo uso de memoria eso siempre, en mayor o menor medida, ha existido.
Hay quienes agregan como ejemplo de la fragilidad de las nuevas generaciones el ambiente de crispación que hay en las redes sociales. Pero ¡es que antes no había redes sociales y por lo tanto no había un punto de comparación! No sabemos cómo habría sido dicha interacción si en 1970 hubiera existido Facebook. Les aseguro que no estarían debatiendo con galletitas y café. Otros todavía tienen la osadía de incluir a ciertos movimientos reivindicativos como responsables de la fragilidad de las nuevas generaciones: «ya no puedo decirles maricones, ¡qué frágiles!» o señalan a los excesos de corrección política como si la corrección política no hubiese existido en muchos otros ámbitos en el pasado (promovida en esos entonces más bien por sectores conservadores).
Y lo mismo ocurre con la relación de los jóvenes con la democracia. Al parecer, existe un menor compromiso, parte de ello tiene que ver con el hecho de que a ellos no les tocó conocer algún régimen distinto como a muchos de nosotros sí . Ellos suelen votar menos (aunque, al parecer, sí son capaces de involucrarse en otras formas de hacer política y que responden a sus preocupaciones actuales) ¿Hong Kong, Chile, hola? ¿Hemos hecho lo suficiente para transmitirles esos valores? ¿Nos hemos dado cuenta de sus propias dinámicas para adaptar esos valores a las suyas? Ellos la dan por sentado porque todos damos por sentado aquello con lo que crecemos y de lo cual no conocemos alternativas en carne propia, nos familiarizamos y lo asumimos como si fuera algo natural, es algo muy humano. Y seamos sinceros, no es como que muchas de las generaciones pasadas (las hoy molestas) hayan luchado por su vida para construir países más justos, la mayoría solo fueron meros espectadores mientras seguían su rutina cotidiana. De los Boomers y la Generación X en México prácticamente nadie fue a la guerra y los contratiempos más bien fueron de carácter económico (crisis, devaluaciones y demás).
No pocos se quejan de la frustración de las nuevas generaciones, pero también les entregaron un mundo hipercompetitivo determinado por el capitalismo en lo económico y el posmodernismo en lo cultural (y que por más antagónicos se presuman, actúan como fraternos aliados moldeando las estructuras sociales): una sociedad líquida y cambiante, más inestable que la que vivieron las generaciones pasadas que saborearon las mieles del crecimiento de los años de la posguerra. Les entregaron un mundo paradójico: un mundo que procura confort y libertad, pero a la vez carente de un piso firme. Y tampoco es como que les hayan entregado un mundo tan horrible como los pesimistas y los nostálgicos del pasado (a veces ellos mismos) aseguran, pero tampoco les entregaron un mundo igual al que ellos vivieron como para esperar que se comporten igual.
¿Son las nuevas generaciones más débiles? La respuesta es que, como todas, lo único que han hecho es adaptarse a su entorno. En algunos ámbitos podríamos hablar de algunas manifestaciones de fragilidad o falta de tolerancia a la frustración, pero tampoco creo que sea algo tan dramático o exacerbado como algunos aseguran (y que creen falsamente que sus generaciones tuvieron un gran tesón) y ello es producto de su adaptación al entorno que la otras generaciones les crearon.
Me rehúso a pensar que se trata de una generación perdida. Las nuevas generaciones, así como tienen ciertos defectos, también tienen cualidades particulares: son, por lo general, más multitarea lo cual les facilita más adaptarse a los cambios, son más especializados, son más flexibles y curiosos. No es casualidad, por ejemplo, que la filosofía, que ya había sido casi descartada, esté recobrando cierto auge (no dentro de las aulas, sino más bien por otros medios, sobre todo, digitales).
En resumen, me atrevo a decir que estas críticas lapidarias no son más que uno de esos tantos conflictos generacionales, con el aditivo de que el conflicto actual es propagado y magnificado por Internet y las redes sociales.