Una semana sin Facebook

Dic 4, 2019

Bastó ser baneado una semana en Facebook para darme cuenta cómo es que las redes sociales están cada vez más impregnadas en nuestra cotidianeidad. ¿Por qué es importante hablar de esto?

Por ahí dicen que no valoras lo que tienes hasta que no lo tienes.

No es que tengamos que valorar a las redes sociales, pero algo análogo ocurre cuando nos desconectamos de ellas. Solo cuando esto ocurre nos damos cuenta cómo es que cada vez están impregnadas en nuestra vida.

Hace una semana me banearon de Facebook por subir esa imagen del funcionario de MORENA haciendo una seña obscena. El ban iba a ser por un mes, aunque apelé y a la semana decidieron que había sido un error y lo levantaron, con lo cual el ban terminó durando una semana, lo cual aparentemente no es mucho, pero sí lo suficiente para darme cuenta de la forma en que las redes ya son parte de mi cotidianeidad.

Es chistoso, porque el ban me evocó al instante a un capítulo de Black Mirror: podía entrar a Facebook y ver todas las publicaciones, pero no podía interactuar con nadie, ni darle «like» a ninguna publicación. Yo los veo, pero ellos no me ven.

Me di cuenta que, debido al ban, tenía que hacer algunos ajustes. Resulta que por ese medio me comunico con algunos clientes (de uno ni siquiera tenía su contacto fuera de Facebook) y que parte de mis actividades en las organizaciones civiles a las que pertenezco se llevan a cabo ahí, entonces como no podía tampoco administrar las Fan Pages, tuve que coordinarme con otras personas para que me ayudaran.

Evidentemente tampoco podía dar mis «opiniones políticas» ni interactuar con la de los otros (porque vaya que me gusta debatir), lo cual me dejó como cierto vacío al ver las opiniones y no poder opinar de nada. El ban pasó a ser algo así como una «ley del hielo colectivo» donde yo los veo pero nadie me habla, como si solo fuera un expectador del mundo.

Si algunos hablan sobre el transhumanismo como una cuestión del futuro, tendrían mejor que comenzar a abordarlo desde el presente. Tal vez nuestro organismo biológico no esté directamente intervenido pero sí que lo está indirectamente al utilizar cada vez la tecnología como una extensión de nuestro cuerpo.

Y este sentimiento que tuve me llama la atención, porque las redes sociales como Facebook se alimentan de toda la información que le damos, a través de la cual van construyendo bases de datos cada vez más grandes y alimentando algoritmos para que por medio de machine learning, se vuelvan más inteligentes. Yuval Noah Harari tiene razón cuando dice que los datos son poder, porque por más sofisticados se vuelvan estos algoritmos podrán hacer cada vez más cosas, podrán predecir con mayor fidelidad nuestra conducta y nuestras decisiones. No sabemos las consecuencias que ello tendrá en el futuro.

Pero básicamente cada vez, sin darnos cuenta y sin sentirlo, estamos más integrados a un sistema que extrae de nosotros datos que no solo se convierten en negocio sino en poder. Datos que en teoría tienen propósitos comerciales pero que también pueden utilizarse, como ya vimos en 2016, para propósitos políticos y propagandísticos.

El problema será cuando llegue ese momento en que los algoritmos nos conozcan un poco más de lo que nos conocemos nosotros mismos, como dice Borja Moya en su libro Data Dictatorships. Cuando ese momento llegue, podríamos llegar a estar en aprietos.

Mientras, las redes cada vez se impregnan más en nuestra cotidianeidad, hacen muchas cosas por nosotros, nos facilitan la vida en muchos sentidos, aunque a cambio de ello les cedemos nuestra privacidad, le entregamos datos para fines comerciales y, sobre todo, para seguir entrenando a esos algoritmos.