¿Por qué la violencia contra las mujeres importa?

Dic 3, 2019

¿Por qué es necesario atender el tema de la violencia contra las mujeres en vez de pensar que es como cualquier violencia? ¿Por qué es un tema más complejo del que las distintas partes asumen que es?

Partamos de la idea de que la vida de todos, hombres y mujeres, valen igual. Parto de la idea liberal, sí, que incluso es heredada del propio cristianismo, de que el ser humano es digno por el mero hecho de serlo.

Cuando se habla de la violencia contra las mujeres se dice que a los hombres nos matan más, y que se está ignorando ese hecho; pero, a grandes rasgos (excluyendo tal vez a algunas expresiones misándricas que son minoritarias) no creo que sea así. Me voy a explicar.

A los hombres nos matan más, creo que nadie puede estar en desacuerdo con ello porque es empíricamente comprobable, pero el hombre, a la vez, tiene más margen de maniobra para evitar ser asesinado. El hombre se involucra mucho más en situaciones de riesgo que la mujer, se involucra más en peleas, en pandillas, hasta en cárteles. El hombre puede decidir no involucrarse en situaciones de riesgo y las posibilidades de ser asesinado disminuyen dramáticamente.

Eso no sucede con las mujeres. Si bien, a las mujeres las matan menos, una mujer tiene menos margen de maniobra para que la maten porque 1) a ella también se le debe incluir en la mayoría de aquellas situaciones en las que el hombre no tiene margen de maniobra (como el hecho de ser asesinada por algún asaltante en la vía pública) 2) sobre todo, porque la violencia contra la mujer ocurre más bien en el ámbito privado (en el hogar) donde el margen de maniobra para evitar ser violentada e incluso asesinada es mucho menor (no es que no llegue a existir violencia doméstica contra el hombre, pero suele ser menor en cantidad e intensidad) y 3) porque debido a la diferencia de fuerza física y a la forma en que ambos sexos se atraen sexualmente, un hombre tiene más incentivos y mayor facilidad para violar a una mujer que una mujer a un hombre.

La violencia hacia el hombre suele ser pública, y la violencia contra la mujer suele ser más bien privada. Ese es un problema, porque entonces la violencia contra la mujer (en el hogar o incluso en el ámbito laboral) no solo es menos visible, sino es que es casi invisible. Otro problema es que la forma en que las políticas y estrategias de seguridad se enfocan más en lo público que en lo privado. Es decir, la mujer dentro de casa está menos protegida.

Dicho esto uno puede responder a la pregunta: Si a un hombre lo matan más, ¿por qué las mujeres se sienten más vulnerables cuando salen a la vía pública? ¿Por qué ellas se la piensan más en tomar un taxi o un Uber?

La respuesta tiene que ver con la situación de vulnerabilidad.

No se trata de hacer absurdas y falsas distinciones de que el hombre es malo y la mujer es buena, ambos pueden ser crueles y abusivos, una mujer puede llegar a destruir la vida de un hombre también. Vaya, ambos son seres humanos imperfectos y con muchos defectos. Se trata de entender cómo el sistema de cosas (social, cultural, económico, político) mantiene a la mujer en una situación de mayor vulnerabilidad.

Nunca he estado cómodo con el término «patriarcado» porque, como lo he sostenido en este espacio, me parece que implica un régimen de total dominio del hombre hacia la mujer, y a estas alturas creo que ya no es tan así: la mujer tiene cada vez más espacios de poder y mayor participación en la vida pública. Lo que sí podría argumentar es que todavía existen varias reminiscencias de un régimen patriarcal anterior. Me voy a explicar:

Los roles de género tienen mucho que ver con el contexto histórico, social, económico y tecnológico en el que se encuentran insertos. Durante mucho tiempo el hombre (que tenía más fuerza) era quien salía a trabajar por el pan y la mujer era quien criaba a los hijos (evidentemente esto con muchos matices a lo largo del tiempo y entre diferentes culturas). Como el hombre era quien más participaba de la vida pública, quien trabajaba y hacía la guerra, era también quien tenía más poder, por lo cual había una asimetría de poder entre el hombre y la mujer. La mujer cedía poder pero en cambio recibía alimento y protección: sí había una suerte de hegemonía patriarcal pero también, hasta cierto punto, podría hablarse de una suerte de consenso. El hombre era quien hacía las leyes y construía el mundo, la mujer se quedaba en casa básicamente a criar a mujeres y a esos mismos hombres que tomarían roles protagónicos en el futuro. Vaya, la mujer estaba tan fuera de la vida pública que no tenía derecho a votar.

Hubo un momento en el cual la mujer se comenzó a dar cuenta de que no necesitaba ese alimento y protección porque podía ganárselo ella misma, ahí el «consenso patriarcal» se comenzó a resquebrajar, aunque ese resquebrajamiento no se dio de forma paulatina en los diversos sectores, prueba de ello es que mientras la sufragistas buscaban el voto había ligas de mujeres en contra de adquirir dicho derecho. El inicio de este resquebrajamiento ocurrió básicamente después de la Revolución Industrial, sobre todo cuando la fuerza comenzó a ceder a otras habilidades y al conocimiento como medio principal de producción, donde la mujer ya no se encontraba en desventaja. Casualmente, las primeras organizaciones feministas comenzaron a surgir en este contexto y algunos fenómenos aceleraron ese proceso, como la Segunda Guerra Mundial, donde las mujeres tomaron los trabajos de los hombres que habían ido a la guerra.

Hoy, a pesar de la insistencia de algunos necios, no hay razón alguna como para que la sociedad persuada u obligue a la mujer tomar el rol pasivo y el hombre el activo porque aquellos rasgos se volvieron totalmente irrelevantes en el contexto actual. La tendencia actual ahora va más en función de la adopción de la división de tareas entre mujer y hombre. Digamos que los avances tecnológicos y sociales promovieron por sí mismos la idea de equidad de género, que tiene que ver, sobre todo, con la equidad dentro de lo público. Pero los cambios no son completamente tersos ni lineales, sino un poco disparejos y abruptos.

Y considerando la naturaleza de estos cambios, entendemos que en un estado de cosas que ya no debería esperar que ambos géneros tomen roles diferentes, siguen existiendo manifestaciones de esa sociedad patriarcal que aparentemente ya habría sido superada. El machismo, los celos de algunos hombres cuando las mujeres cobran relevancia dentro de lo público, y demás problemas que son los que aquejan a la mujer, son ejemplo de dichas manifestaciones. Son como una suerte de desfase, de rasgos propios de un sistema que ya no existe dados los avances sociales y hasta tecnológicos.

Las estrategias para combatir la violencia y el crimen no están exentas de esas reminiscencias patriarcales. Posiblemente la idea de que el hombre fuera quien participara de lo público, y el hecho de que él tenía a su cargo a la mujer, hizo que la violencia hacia ella no fuera visible y de hecho por mucho tiempo llegó a ser legal que el hombre golpeara a la mujer y lo sigue siendo en algunos de los países más atrasados. Incluso socialmente era más aceptado que el hombre tuviera una pareja fuera del matrimonio que el hecho de que la mujer lo tuviera, algunas mujeres tenían que callar cuando eso ocurría y, por el contrario, si ellas eran infieles, el más pesado escarnio caía sobre de ellas. Todo ello se explicaba por esta idea de que el hombre era, de alguna forma, el protector de la mujer. Las leyes no contemplaban una situación de igualdad, sino una donde la protección del primero a la segunda se asumía.

Todo esto no implica que la violencia contra la mujer sea meramente un asunto de género. Pero el género sí está inmiscuido, es lo suficientemente relevante, y no puede negarse por todo lo que he comentado anteriormente. Pero son varios factores los que la detonan y los que la magnifican y hay que entenderlo como el fenómeno complejo que es. Que en México haya una impunidad generalizada y una crisis de seguridad evidentemente incrementa de forma drástica el número de mujeres asesinadas y violadas; pero como había comentado, la lógica de las estrategias de seguridad atienden más lo público que lo privado y también hay factores culturales propios que son reminiscencias de una sociedad patriarcal obsoleta, y por ello entonces también deben de ponerse los puntos sobre las íes en este tema.

Es importante, sí, crear un Estado de derecho donde cualquier crimen y asesinato sea castigado, de poco sirve un gobierno que pregone tener «conciencia de género» y presuma de pasar leyes para proteger a la mujer cuando su estrategia de seguridad general es un desastre. Pero, por otro lado, quienes relativizan el problema o dicen que es cualquier violencia porque todas las violencias importan igual (lo cual es un falso dilema) no ayudan en mucho. Hay muchos países donde los niveles de seguridad son relativamente bajos pero donde sin embargo aquellas violencias que son privadas y que son las que afectan más a la mujer siguen estando muy presentes.

Live and Learn staff pose with a ‘Stop! Violence against women’ sign. (L-R) Wilson David, Clifton Mahuta Mainge, Ellison Sau and Francis Rea.

Si se crean políticas públicas a partir de estos dos extremos: que es exclusivamente un tema de género, o que el género es completamente irrelevante, tarde o temprano nos daremos cuenta de su ineficiencia. Hay alguna cuestión de género cuando un hombre golpea a su esposa o viola a una mujer, la hay cuando la mujer decide no contarlo por miedo a ser juzgada; pero también hay otros factores: que el hombre sea una persona psicológicamente inestable o tenga ciertos traumas, etc. Combatir la violencia hacia la mujer requiere de una estrategia multidisciplinar.

Si el feminismo ha crecido a pesar de los pronósticos que decretaban su fin (más allá de cuestiones ideológicas, intereses, imperfecciones, excesos y demás cuestiones propias de cualquier causa social) es en gran medida porque las mujeres, en tanto han comenzado a externalizar aquello que estaba invisible, se han dado en cuenta que el sistema (como estado de cosas económico, social, político y cultural) tal como se muestra es incapaz de enfocarse en aquello que les aqueja. Dicen las feministas que lo privado es público, y en ese sentido, eso que ocurre en lo privado ha sido subido al ágora. Las mujeres cada vez callan menos la violencia de la que muchas veces son objeto y que hasta hace poco habían enterrado por miedo al juicio de la sociedad (sí, otra reminiscencia de lo que fue una sociedad patriarcal).

No solo es el hecho, como dije, de que la impunidad general sea muy alta y la ineficiencia de las autoridades en torno a la seguridad agrave fuertemente el problema, sino que en el caso específico de las mujeres el paradigma del sistema de seguridad invisibilice su problema.

Todos somos iguales ante la ley porque todos somos dignos como seres humanos, pero de ahí no se sigue que deba establecerse un paradigma unidimensional para atacar las diversas problemáticas que existen, sino que debe entenderse la heterogeneidad de la sociedad y atender las problemáticas específicas. Así como hay leyes y normas que protegen a las personas de la tercera edad o para proteger a la niñez, entonces ¿por qué no tendría que haber un enfoque específico que atienda los problemas de la mujer, así como también debería haberlo para atender los problemas del hombre?

Y por alguna razón, es la violencia contra la mujer la que más se regatea, a la que más se le ponen peros. Concuerdo con que, en varios casos, falta empatía sobre el tema (lo que incluye burlas por parte de algunos hombres y hasta mujeres), pero en muchos casos también falta el conocimiento para poder empatizar, porque no se puede empatizar con lo que se desconoce. Mucha gente no empatiza porque en realidad no entiende. Y lo que hemos visto en las últimas fechas es un grito para alertar, para llamar la atención de lo que está pasando.

Y no se trata de presumirse feminista o aliado (siendo sinceros, a veces su uso por parte de los hombres me llega a causar cierta sospecha) ni es imperativo siquiera adoptar el discurso o evitar disentir con aquellos movimientos, sino simplemente de empatizar con el dolor de los otros a partir de la idea del ser humano como digno por el hecho de serlo, y desde ahí entender este problema que aqueja a las mujeres, que es real, y que es muy duro (porque incluso las violaciones destruyen muchas veces su ser como los hombres no tenemos idea).

Porque las viscerales burlas por parte de quienes en teoría están preocupados por que los movimientos feministas se radicalicen solo harán eso, radicalizarlas. Porque justamente es la falta de empatía y la impotencia la que genera el encono.

El problema es real, y no se puede ocultar.