La ilusión del progreso

Nov 17, 2019

Se dice que nuestra especie progresa con el tiempo, que cada vez es más pacífica y que tiene una mejor calidad de vida. Pero ¿por qué, a pesar de eso, las depresiones y la angustia son una constante?

La semana pasada debatía con unos amigos sobre si nuestra especie humana ha progresado con el tiempo o no. Yo argumenté que sí, que aunque el progreso es dispar dentro del globo terráqueo y que éste no es estrictamente lineal sino que más bien se trata de una línea sinuosa (no se podría entender de otra forma al nazismo en el siglo XX) además de que los progresos siempre traen externalidades que hay que solventar (por ejemplo, la equidad de género y el problema que en un principio trajo a la hora de acordar roles para cuidar a los hijos), el progreso existe y es completamente medible.

El contraargumento que me hacían es que dichas métricas están sujetas a una narrativa propia del sistema económico vigente que tiene sus intereses propios: el capitalismo. Yo rebatí al decir que, aunque muchas de las métricas ciertamente responden al diseño y a los intereses de un sistema capitalista, era una obviedad que la gente tiene una mayor esperanza de vida, que tiene una mejor calidad de vida y que esto ocurría incluso ocurría dentro de la mayoría de los países históricamente oprimidos. De la misma forma no se pueden soslayar los avances tecnológicos, médicos y científicos que han mejorado nuestra calidad de vida. Por ello es que, a la fecha, la economía de mercado me sigue pareciendo la menos mala de todas las alternativas existentes.

Pero luego me puse a pensar ¿qué implicación tiene este desarrollo para nuestra psique? Podemos hablar de un desarrollo o progreso objetivo que reside fuera de nuestras mentes y que puede ser medible más allá de consideraciones ideológicas. Pero al final, ¿qué implica ese progreso objetivo para cada uno de nosotros? ¿Podemos hablar entonces también de un progreso subjetivo? Aquí la respuesta se vuelve mucho más turbia y complicada.

Partamos del hecho de que, si bien la realidad que reside fuera de nuestra mente es objetiva (el hecho de que haya árboles o montañas no cambia debido a nuestra actitud o percepción), la forma en que nosotros percibimos la realidad e interactuamos con ella es una construcción subjetiva producto de nuestra interacción con dicha realidad objetiva (a la que no podemos acceder completamente) que se da a través de la experiencia, la educación recibida y los rasgos biológicos que influyen sobre la forma en que nos desenvolvemos (como nuestro temperamento). Es más, se puede decir que construimos, en parte, nuestra percepción de la realidad con base en la construcción que han hecho de ella otras personas (como nuestros padres, nuestros maestros y demás). Los individuos no conocemos toda la realidad, conocemos tan solo una interpretación subjetiva de una parte de ella, a la cual se dice que podríamos acceder de mejor forma si tenemos una buena educación o diseñamos estructuras o sistemas para reducir esa subjetividad (como el método científico) y que nos han permitido acelerar el progreso objetivo, aunque tampoco terminan de ser una garantía absoluta ya que no terminan por eliminar lo subjetivo por completo.

¿A qué viene todo esto? Básicamente que nuestra percepción de nuestra realidad es contextual y está muy enclavada con la realidad en que vivimos y nos desenvolvemos, y no la realidad de forma completa, la cual es prácticamente infinita (en espacio y tiempo).

Por ejemplo, cuando nos imaginamos la forma en la que vive una persona que vive en condición de pobreza, sentimientos de angustia y dolor se nos vienen a la cabeza. Pero muchos pobres no viven angustiados ni sufren mucho más que lo que sufrimos nosotros. ¿Por qué entonces nos sentimos angustiados y tenemos un terror a caer en la pobreza en la que viven la mitad de nuestros connacionales quienes están, por lo general, menos angustiados de lo que nosotros pensamos que podríamos llegar a estar? Porque a la hora de imaginar la pobreza imaginamos la pérdida: imaginamos la caída de nuestra posición de clase media a la posición de clase baja y con base en esa caída juzgamos a la pobreza. Y ocurre lo mismo cuando nos imaginamos a los ricos: pensamos que si nos volvemos ricos estaremos jubilosos y seremos eternamente felices cuando la realidad es que ese gozo solo se da en el momento en que transitamos de nuestro estado actual a un estado de riqueza, ya que con el tiempo nos acostumbramos a nuestra realidad. Ello explica que haya ricos que entren en estados de depresión o tengan problemas psíquicos muy fuertes.

Ahora, si hablamos de progreso a través del tiempo, ocurre una situación análoga. Si nos imaginamos la forma de vida de la Edad Media nos perecería terrible y hasta inhumano vivir en esos tiempos: podíamos morir asesinados, encarcelados o contagiados por la peste bubónica, pero no estoy seguro que los medievales se sintieran mucho más desgraciados que nosotros. Básicamente, a la hora de comparar se nos olvida contextualizar.

Lo mismo pasa con este escarnio que cae sobre los millennials a los cuales acusan de ofenderse de todo e incluso de ser un tanto más frágiles. Tal vez, objetivamente, no estén tan equivocados quienes hacen ese señalamiento al compararlos con los baby bommers, aunque el escarnio me parece un tanto injusto por lo anteriormente mencionado: un millennial creció en un contexto diferente al de un baby boomer y se adaptó a él. El baby boomer juzga al millennial desde la realidad tal como él la construyó y que no es igual a la realidad construida por el millennial. Incluso, objetivamente (más allá de las construcciones) ambas realidades no son iguales: no es lo mismo 1950 que el año 2000, y por ello no podemos esperar que construyan la realidad de la misma forma si la base es diferente.

Dicho todo eso, ¿cómo podemos hablar de un progreso subjetivo? Si concluimos que el estado de la psique del individuo a través del tiempo (es decir, su capacidad para sufrir dolor o gozar de alegría) ha permanecido relativamente estable, ¿cómo podemos asegurar que el progreso objetivo ha hecho que nos sintamos mejor, que es básicamente a lo que hemos aspirado a la hora de construir civilizaciones más avanzadas o hacer descubrimientos científicos? Ciertamente, una persona del siglo XVIII perdía hijos de forma más fácil y vivía menos, pero seguramente el impacto que tenía la pérdida de un hijo en la psique habría sido menor que la que tiene para nosotros en tanto que asumían que era común que una familia perdiera hijos (e incluso lo daban por sentado al procrear muchos hijos con el fin de asegurar descendencia).

Si bien eso que llamamos progreso objetivo, eso que medimos con indicadores y estadísticas, me parece que es innegable, la idea del progreso subjetivo, es decir, que la gente se sienta más feliz y satisfecha a través de las generaciones, me parece más cuestionable. ¿Vivir más años se traduce en una mayor felicidad y goce? ¿Acaso las personas del siglo XV se sentían más angustiadas que nosotros porque su esperanza de vida fuera de menos de 50 años? ¿Por qué, con todos los avances evidentes en la psicología, en la psiquiatría y las neurociencias, hay mucha gente deprimida? Evidentemente es mucho mejor ir a terapia y tomar medicamentos que no hacerlo cuando se requiere, pero ¿estamos en realidad más felices por ello que en otros tiempos? ¿O será que nuestro organismo se ha ido adaptando en un contexto donde existen disponibles medicamentos y terapias? Y si el progreso subjetivo es cuestionable, habrá quien se pregunte cuál sería el sentido de trabajar para que la sociedad progrese. Podría ser que quien se beneficia psicológicamente de ese progreso no es tanto quien lo recibe, sino quien lo produce. Tal vez quien recibe un mayor gozo es aquél médico que descubrió una nueva sustancia y fue premiado por ello, o aquella persona que se decidió estudiar una maestría para luchar en favor del medio ambiente o que se autorrealizó en su profesión.

Evidentemente, esa lucha inalcanzable produce un progreso objetivo tangible y palpable. Pero parece que, con respecto a nuestra psique, no habría tanto que hacer, ya que está condenada adaptarse al contexto en el que se desarrolla porque esa es su función. Y es mucho más entendible si comprendemos que tanto aquellos sentimientos positivos (felicidad, gozo, placer, autorrealización) como los negativos (tristeza, miedo, angustia y demás) siempre serán absolutamente necesarios para que el individuo se adapte a su entorno. Una persona que siempre esté feliz y que no tenga la capacidad de sentir miedo o tristeza seguramente tendrá muchos problemas para adaptarse a sus circunstancias y perecerá de una forma mucho más fácil.

Y todo esto nos lleva a una cruda realidad: el fin último de nuestra especie dentro del mundo terrenal no es la felicidad, la felicidad más bien es uno de los medios por los cuales el ser humano puede adaptarse y sobrevivir dentro de su entorno. Y tal vez por eso, a pesar de los innegables progresos en el sentido positivo, la psique y su relación con el goce y el dolor se mantiene siempre relativamente constante.