América no fue descubierta, fue conquistada. Pero…

Oct 14, 2019

En estos días ya no se habla del mito, o de la historia romántica de Cristobal Colón y sus tres carabelas, sino de una historia más realista y cruda. Pero ¿deberíamos entonces hundirnos en el victimismo?

América no fue descubierta, fue conquistada. Pero...

La historia la escriben los ganadores, dicen.

En la escuela nos enseñaron una historia muy romántica del «descubrimiento» (y no conquista) de América. Llegaba Cristobal Colón con sus tres carabelas (La Santa María, La Pinta y La Niña) para traer civilización a nuestro continente. Colón era casi una suerte de héroe.

En estas últimas décadas, la academia, algunos intelectuales y activistas han tratado de narrar la historia desde la perspectiva de los vencidos (o más bien de lo que se cree es la perspectiva de los vencidos). Así, ya no se habla de descubrimientos, sino de colonialismo, conquista, genocidios. Incluso varios estados de Estados Unidos no celebraron el «Columbus Day» este 12 de octubre, sino el día de los indígenas.

Evidentemente, este cambio de perspectiva no es algo que agrade a los conservadores porque temen que este cambio de perspectiva pudiera trastocar los relatos históricos que dan cohesión a sus culturas o naciones, ya que les despojaría de su misticismo. Esta preocupación queda muy bien reflejada en un episodio de los Simpson:

Me parece acertado saber qué ocurrió en realidad. La tan repetida frase que dice que quien no conoce su historia está condenado a repetirla tiene algo de cierto. Hasta aquí todo bien, me parece bien que sepamos qué ocurrió realmente, pero otra cosa es plantearnos qué vamos a hacer con las realidades históricas y aquí puede presentarse un problema.

Resulta que si escarbamos en la historia, nos vamos a encontrar con una bárbara cantidad de hechos que en nuestra época nos parecerán inaceptables o aberrantes, y que poco tienen que ver con los relatos entre buenos (los nuestros) y malos (los otros) que nos enseñaron en la escuela.

El problema es que solemos juzgar estos hechos desde nuestro sistema de valores éticos y morales actuales sin llevar a cabo ninguna suerte de contextualización y eso es un problema, porque ello inevitablemente nos llevará a vivir con resentimiento hacia nosotros mismos y nuestros orígenes.

En siglos pasados se llevaron a cabo muchas matanzas y muchos crímenes. Sin embargo, las formas de organización humana, las formas de relacionarnos con los demás y las formas de dirimir nuestros conflictos eran más precarias. En esos entonces no existía un sistema de principios éticos y morales tan complejo y desarrollado como el que tenemos ahora. En esos tiempos no existía siquiera el concepto de derechos humanos tal y como lo conocemos ahora: algunos eran más humanos que otros que eran vistos casi como animales, la esclavitud y la servidumbre existía, y era algo completamente normal, la inquisición del Estado y la Iglesia (siendo más severa la del primero) también. La libertad de expresión estaba muy acotada e incluso tu rol dentro de la sociedad estaba determinado por un «orden natural».

Aunque nos quejemos del mundo y de una supuesta decadencia moral, vivimos en uno de los mundos menos violentos de la historia (tanto a nivel político como social) donde, a pesar de las inequidades que se le puedan señalar, todos los seres humanos son reconocidos como dignos y que son poseedores de ciertos derechos por el solo hecho de ser humanos. Las mujeres han ganado cada vez más espacios, y progresivamente han comenzado a ser reconocidas e integradas aquellas personas que históricamente han sido consideradas como una «desviación de la norma» dentro de una sociedad dada (personas con otras religiones, personas con otra orientación y/o identidad sexual). Todavía somos capaces de discriminar, pero ya aprendimos a repudiar los ataques a la integridad de otra persona. Hay quienes todavía pueden poner nuestra vida en peligro (asaltantes, asesinos) pero estos actos ya son prácticamente reprobados de forma unánime por la sociedad y la institucionalidad.

Los problemas de primer mundo son una nimiedad comparados con los problemas de nuestros antepasados. Ahora hablamos de trastornos mentales (como ansiedad y depresión) producto de un mundo hipercompetitivo como bien relata Byung-Chul Han, pero ya hablamos menos de muertes por conflictos bélicos o duelos para dirimir un conflicto entre ambas personas.

Y esto nos lleva a una paradoja. Si nos introducimos en una espiral de recriminación y somos incapaces de perdonar nuestro pasado, entonces por cada nuevo derecho, por cada progreso social, habrá una razón más para recriminarnos y, desde esa perspectiva, tendremos serias dificultades para crear cualquier forma de cohesión social y seremos víctimas de nuestro propio progreso.

¿No podríamos aprender a ver nuestra historia en retrospectiva y, en vez de recriminarnos, reconocer los innegables avances que nuestras sociedades han tenido? ¿Por qué. a pesar de lo imperfecta que es nuestra sociedad actual, no aprendemos también a reconocernos por los grandes avances que hemos tenido? El pasado no se puede cambiar, y eso es una mala noticia para los simpatizantes de este victimismo exacerbados que no lograrán encontrar una salida. Es necesario, sí, reconocer la realidad, por más cruda que sea, de nuestra historia; pero también podernos darnos cuenta que si, en ese lapso entre el pasado y el presente, logramos cambios sustanciales (tanto que el pasado nos parece repugnante), podremos lograr muchos más para dejar un mundo mucho mejor a las siguientes generaciones.

Porque por más grande sea nuestro progreso, el pasado nos parecerá todavía más repugnante. Y eso, de cierta forma, es una buena noticia.