No sé si han terminado de notarlo, pero en el cine parece haber un quiebre con respecto a la forma que se trata a los héroes. En el pasado (incluido aquél relativamente reciente) era clara la dualidad entre el bien y el mal: el superhéroe era el bueno y el villano era el malo, como si la bondad de uno y la maldad de otro fueran meros fenómenos aislados: el bueno es bueno porque es el bueno, y el malo lo es porque es el villano. Aunque a veces se tratara de explicar por qué el villano se volvió tal, no se salía de esa dualidad. En el presente, esa dinámica parece haberse relegado a un segundo plano.
Alguna vez un analista de cine de Youtube (que no recuerdo su nombre, se los debo) habló sobre esta quiebre comparando al Señor de los Anillos con Game of Thrones. En la primera, que enclava dentro de la modernidad, dejaba esta distinción clara entre el héroe bondadoso y el villano malvado. En Game of Thrones, enclavada más bien dentro de la posmodernidad, la distinción no es tan clara porque el interés principal de la serie no era establecer dicha dicotomía sino más bien humanizar a los personajes, mostrarlos como falibles, y entender a cada uno de ellos como producto no sólo de sí mismos, sino del contexto en el que se desenvolvían y de la forma en que se relacionan con los otros.
El cine de superhéroes ya no es binario (bueno o malo) sino contextual. Lo que importa es entender la complejidad que existe detrás del desarrollo de una persona, y el Guasón tiene mucho, pero mucho de esto (tanto que esta película trata solamente del villano). Ya no son las obras fantásticas donde el héroe salva la ciudad de una forma épica lo que se proyecta en las pantallas, sino un análisis de todo lo que hay detrás de un relato heróico que ahora se pone en entredicho; se trata de entender que detrás de esa heroicidad hay también falibilidad.
Básicamente, lo que vemos es una deconstrucción de los relatos épicos que acompañaban a las historias de superhéroes. Es paradójico que esta empresa, tan posmoderna, termine tratándose a la vez una muy realista.
Entonces esta reseña no es una reseña tradicional que hable de las actuaciones o de la historia en sí (aunque cabe decir que la actuación de Joaquín Phoenix fue magistral y que la músicalización es de aplaudir), sino de un análisis más bien filosófico o social.
Una crítica superficial diría que esta película aborda la lucha de clases, el pobre contra el rico: los manifestantes payasos emulando al proletariado y Thomas Wayne a la burguesía, dirán. Pero ello no es así, porque una interpretación así sigue atenida al binarismo entre buenos y malos que solo invierte. La película analiza y comprende al Joker pero tampoco es como que lo justifique. La película hace crítica social y habla de conflicto, sí, pero es mucho más complejo que hablar de meras luchas de clases y hay que notarlo.
En este sentido, la película reconoce la complejidad de la condición humana y comprende de alguna forma la multiplicidad de factores que se esconden detrás de una historia. La obra explica cómo esta multiplicidad de variables, situaciones y hechos que interactúan entre sí derivan en la creación de un perfil que se convierte en un asesino. Son muchos factores tan distintos que se conjugaron para que esto ocurriera, aunque todos ligados a la exclusión del sistema: estos van desde el rechazo social per sé, un trastorno mental, el trato que las demás personas le dieron (incluida su madre o Thomas Wayne), la desaparición de programas sociales bajo los cuales podía seguir manteniendo una relativa estabilidad, los prejuicios, la falta de instituciones sólidas (lo cual se refleja en una ciudad caótica que no puede controlar una plaga de ratas). Todas estas variables se traducen en la exclusión sistémica que Arthur sufre, una exclusión tan agresiva que se conjuga con un severo trastorno mental que, a su vez, alimenta ese círculo vicioso de la exclusión y lo lleva a cometer horribles crímenes producto de la desesperación, el resentimiento acumulado y la severa alienación.
La relación que juega Arthur con las instituciones (los hospitales, la policía, las dependencias gubernamentales) tiene un aroma un tanto foucaultiano, donde no se percibe que dichas instituciones auxilien a Arthur, sino que, al no poder normalizarlo, lo terminan excluyendo. En todas estas (y de hecho en todo el entorno en el que se mueve Arthur) se percibe un ambiente frío y decadente, despojado de cualquier rastro de humanismo.
La película habla de qué es lo que ocurre cuando un sistema te excluye y te trata de ocultar bajo su alfombra. Quien queda excluido del sistema queda también excluido de los mecanismos que le proporcionan cierta estabilidad y razón del ser. El sistema (entendido como un todo, no solo como un gobierno, sino también como las empresas, las instituciones, la familia, y todo aquello que conforma la sociedad) te provee de un orden moral, ético, legal, de pertenencia, de una familia, de una educación. Quienes quedan excluidos de dicho sistema se encuentran desprovistos de cualquier estructura, y cuando han sido relegados de ella entonces lo que es bueno y lo que es malo deja incluso de tener sentido porque el sujeto, alienado y hasta desposeído de una identidad, percibe que no es parte de ello, y cuando el estado de las cosas es tan ajeno y le trata como repugnantes, entonces la reglas y las normas que emanan de ese sistema se vuelven irrelevantes.
La peor parte de tener una enfermedad mental es que la gente espera que actúes como si no la tuvieras
Bastó que el Guasón tuviera un arma en sus manos para que se rebelara contra el sistema que lo excluía. El arma le dotó de un sentimiento de poder que anteriormente no había gozado. Con ella mató a los tres empleados de Industrias Wayne que lo molestaban en el metro, con ello mató al conductor que lo había invitado a su programa para hacer mofa de él. Con el arma, el Guasón dejó de jugar un papel pasivo a uno activo. El arma no lo transformó, simplemente a través de ella se expresó como excluido del sistema y disparó contra éste. Así se erigió con sus particulares bailes ante muchos manifestantes (payasos) quienes también se sentían excluidos e ignorados. Se convirtió en su referente, en su modelo a seguir.
Evidentemente ello no puede implicar romantizar al Guasón, debemos tener cuidado con eso, porque un análisis simplón podría llevar a algunas personas a ello. La moraleja no es que, estando fuera del sistema, nos podamos permitir cualquier cosa o que ese tipo de actos nos parezcan aceptables solo porque tuvieron una causa, sino más bien preguntarnos si el sistema que hemos creado realmente ha incluido a todos y qué podemos hacer para que los incluya. ¿La forma en que entendemos la realidad de otros estratos sociales, cosa que Thomas Wayne parecía desconocer, es la adecuada para ese fin? ¿La forma en que comprendemos los trastornos mentales y tratamos a las personas que sufren uno es la adecuada? ¿La forma en que están diseñadas las instituciones y los órganos de justicia abonan a esta inclusión?
Si bien el concepto del bien y el mal son lo suficientemente necesarios que se hace necesario abordarlos de una forma casi dogmática para evitar que su relativización nos lleve al caos, sí es imperativo preguntarnos por qué hay gente que obra mal (en el sentido de que sus actos son perjudiciales) en vez de ver su acto simplemente como un hecho aislado y disconexo, para así prevenir que más actos así sigan replicándose. El estado de las cosas es producto de una interrelación de causas y efectos, y si dentro del sistema hay fallas, éstas terminarán reflejándose, y a veces de formas muy dolorosas.
Por ello el Guasón me pareció una muy buena película, porque creo que logra hacer una crítica necesaria que va más allá de cualquier postura ideológica y cuya moraleja debería ser transversal con respecto del espectro político, porque si somos honestos, ninguna postura política se salva de la crítica.