Se ha repetido muchas veces de que el cambio climático es culpa del capitalismo.
Sabemos que cambio climático es una realidad, sabemos que hay un fuerte consenso científico de que es provocado por el ser humano y que los efectos que causa son nocivos (ya los estamos experimentando en carne propia). Si bien, me parece más complicado de lo que parece pronosticar el impacto que va a tener a mediano y largo plazo, creo que hay suficiente información para preocuparse y tomar cartas en el asunto. Y en un asunto así, es preferible el catastrofismo que la desidia.
Entonces, si el sistema en el que casi todo el mundo vive es capitalista, el cual se basa en la acumulación de bienes y servicios, y si el cambio climático lo está generando el ser humano, entonces debe ser el capitalismo el culpable del cambio climático ¿no?
Decir que el cambio climático es producto en sí del capitalismo es una afirmación un tanto imprecisa, con todo y que el capitalismo no sea ajeno al calentamiento global. El problema de esta imprecisión es que puede motivar la búsqueda de otro sistema económico pensando en que ello arreglará el problema.
Si el calentamiento global fuera un problema exclusivo del capitalismo, entonces tendríamos que mostrar que en otros sistemas como el comunismo el nivel de contaminación es mucho más bajo.
Pues no, y basta tomar a la ex Unión Soviética como ejemplo. El país comunista era el segundo más grande productor de contaminación en el mundo en 1980 y por cada unidad del producto interno bruto (PIB), contaminaba 1.5% más que Estados Unidos. Países socialistas como Venezuela o Bolivia tampoco son ejemplares en el combate al cambio climático. La condición depredadora del hombre sigue ahí muy presente.
Entonces, si sabemos que ese carácter depredador del ser humano y que explica el calentamiento global como algo que no es algo característico del capitalismo, tendríamos entonces que dejar de insistir en cambiar el modelo económico en sí para más bien replantearnos qué es lo que podríamos hacer para generar un menos impacto en el medio ambiente. Creo que el punto más endeble del discurso de Greta (esa niña de 16 años con la que la derecha reaccionaria y la izquierda radical sigue obsesionada, como si les hubiera hecho algo indignante) es pensar que el desarrollo económico deba estar peleado con el combate al cambio climático. No tendría por qué estarlo.
La cuestión no es consumir menos ni crecer menos, sino consumir y crecer de forma más eficiente.
El cambio climático, a pesar de la urgente atención que merece, no es una de las prioridades de la mayoría de los ciudadanos, porque no es algo que perciban que sientan les esté afectando y porque las consecuencias más duras podrán venir en el corto y en el mediano plazo (lo que también es consecuencia de la deficiente socialización del problema). La gente está pensando en comer, en su seguridad o en su educación.
Pedirle a la gente que reduzca su consumo o que reduzca su poder adquisitivo es algo complicado y contraproducente. Dudo incluso que la mayoría de los ecologistas estén dispuestos a hacerlo.
Más contraproducente es esperar que los países en crecimiento dejen de crecer. Ello aumentaría la pobreza y la hambruna.
Decía que la cuestión es de eficiencia. No es lo mismo usar combustibles fósiles que energías limpias (vaya daño que las empresas petroleras han causado al medio ambiente al retrasar la implementación de energías más limpias). La industria podría implementar procesos más limpios y sustentables para producir sus productos y servicios. La gente podría tomar conciencia racionando la energía que utiliza (por ejemplo, apagar la luz que no se esté utilizando, separar la basura y no gastar recursos innecesarios) y priorizando productos más ecológicos sobre aquellos cuya producción generan un mayor impacto al medio ambiente. Los gobiernos podrían incentivar el transporte público y el transporte alternativo sobre el automóvil a la hora de diseñar sus políticas públicas, cosa que ya está comenzando a ocurrir.
Es más, la innovación y el desarrollo tecnológico pueden abonar a la creación de procesos más limpios, y esos van ligados con el desarrollo económico. Paradójico es que los países más desarrollados son los que han tomado más conciencia sobre el tema y los que más han mejorado sus procesos.
En un régimen socialista como el de la URSS sería más complicado tomar cartas en el asunto porque los ciudadanos estarían a la merced del gobierno que concentraría todo el poder de decisión. En un régimen así, los ciudadanos no podrían incidir sobre las decisiones que se tomen, y incluso tendrían menos control sobre su forma de consumo (en el entendido de que no habría competencia y, por lo tanto, no habría variedad de productos para que los consumidores prefieran los más ecológicos).
En cambio, un sistema capitalista le puede dar la vuelta al problema desde dentro del mismo capitalismo. Si la gente decide consumir productos más ecológicos y menos contaminantes, entonces las empresas invertirán más en ese tipo de productos. Si hay un discurso del medio ambiente en la sociedad, una empresa podrá utilizarla como ventaja competitiva al producir productos o servicios menos contaminantes. La gente, de la misma forma, podrá «castigar» a las empresas contaminantes dejando de comprar sus productos.
Ello no quiere decir que no haya empresas y corporaciones contaminantes que cabildean para seguir haciendo negocio con factura al medio ambiente y retrasar el surgimiento de alternativas más limpias o que incluso traten de manipular la opinión pública (las grandes empresas petroleras vuelven a ser un ejemplo). Pero incluso este escenario sigue siendo más preferible a uno con un gobierno centralizado que toma las decisiones sin rendir cuentas a los ciudadanos, porque en el primer caso, como ya ha ocurrido, la misma ciudadanía puede llegar a poner en evidencia a ese tipo de empresas.
Pedir «cancelar» el capitalismo o pedirle a la gente que reduzca su nivel de vida se antoja más bien contraproducente, es una petición simplista porque no toma en cuenta los matices ni las externalidades. Está muy bien que los gobiernos tomen cartas en el asunto y que se exija que lo hagan, más en tiempos donde presidentes demagogos como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Andrés Manuel López Obrador no parecen tener ninguna consideración sobre el tema, en ese sentido la intervención de Greta (con las imprecisiones que haya podido tener) es aplaudible. Pero se trata más de un tema de conciencia social, de eficiencia, y en el cual el mismo desarrollo económico puede abonar por medio de la innovación para el desarrollo de energías más limpias y procesos menos contaminantes.
Solo así podemos hacer frente a este problema, antes de que sea demasiado tarde.