En el imaginario colectivo se dice que el fin último del ser humano en este mundo terrenal (obviando el componente trascendental de las religiones) es la felicidad. Se dice que todo acto humano tiene como propósito alcanzarla.
La felicidad es un término muy abstracto y está condicionada por diversas variables subjetivas. Es decir, lo que te hace feliz a ti posiblemente no me haga feliz a mí. Si la felicidad es eso que se siente cuando una persona logra alguna meta, se autorrealiza o lleva a cabo algo que lo haga sentir plena, entonces es inevitable que aquello que la felicidad es sea algo subjetivo y relativo, ya que aquello que nos puede hacer feliz está condicionado por la forma en que cada uno de nosotros hemos construido e interpretado el mundo a través de nuestra experiencia, la educación que recibimos y nuestro temperamento.
La constitución estadounidense dice que las personas tienen el derecho a «la búsqueda de la felicidad». Ello asume la independencia del individuo y asume el carácter subjetivo que la felicidad tiene. Este derecho asume que los individuos podrán buscarla por sus propios medios y de acuerdo a sus propias necesidades sin que haya algún obstáculo coercitivo o impedimento y tenga las condiciones mínimas necesarias para llevar a cabo esa empresa, lo cual respeta la forma en que cada individuo concibe la felicidad. Esta búsqueda va más en el sentido de la libertad negativa (Isaiah Berlin): que yo pueda buscar ser feliz y que nadie me lo impida.
AMLO no piensa igual, él dice que el gobierno debe «procurar la felicidad». A primera vista puede no sonar muy distinto, pero decir otorgar el derecho a la búsqueda de la felicidad (como lo dice la Constitución de los Estados Unidos) es más bien muy distinto a decir que el gobierno la procurará (como dice AMLO), porque ello implica que entonces el gobierno adquirirá un rol activo en esa búsqueda de la felicidad. No se trata de dejar al individuo en libertad para buscar la felicidad, sino que yo como gobierno participaré activamente en dicha búsqueda, y ahí las cosas ya cambian mucho.
Antes de seguir debo hacer una aclaración: procurar el bienestar tampoco es sinónimo de procurar la felicidad aunque suene muy parecido y pueda confundirse, sobre todo con el concepto en boga de Bienestar Subjetivo. Un gobierno puede crear o fomentar las condiciones para que una sociedad dada tenga un mayor bienestar y así pueda alcanzar la felicidad de mejor forma: un Estado que otorgue mejores servicios de salud, que diseñe ciudades vivibles, poco contaminadas, con un buen transporte público, seguridad y con un tejido social fuerte para que el individuo pueda tener una vida plena. El Bienestar Subjetivo mide la satisfacción (subjetiva) de los individuos para entender cómo es que a través de políticas públicas se pueden generar las condiciones para que tengan un vida plena. Pero a pesar de que el Bienestar Subjetivo esté muy interrelacionado con la felicidad, la búsqueda de ésta última sigue siendo un derecho del individuo que la busca bajo sus propios parámetros.
Decir «voy a procurar la felicidad» va un poco más allá de lo que significa «procurar el bienestar», una línea un tanto difusa separa estos conceptos, pero esa distinción cambia las cosas.
Cuando se habla de Bienestar Subjetivo no se piensa en lo que la felicidad debería de ser, sino en entender cómo se pueden lograr las condiciones para que más gente sea feliz y plena sin que esto implique decirles cómo es que deberían ser felices, pero hablar de procurar la felicidad como tal sí implica concebirla. Ya no es el individuo el que la define y el que le da forma, es el gobierno quien establece parámetros de lo que la felicidad debería de ser.
Y para evitar confusiones: que si AMLO quiso decir esto o no aquello, que si se quiso referir más bien al bienestar o a otra cosa, tomemos en cuenta que él ya había definido en su libro lo que la felicidad es o lo que debería de ser, definición que tiene una carga retórica e ideológica (e incluso religiosa):
La felicidad no se logra acumulando riquezas, títulos o fama, sino mediante la armonía con nuestra conciencia, con nosotros mismos y el prójimo… La felicidad profunda y verdadera no puede basarse únicamente en los placeres momentáneos y fugaces. Estos aportan felicidad sólo en el momento en que existen…
Andrés Manuel López Obrador en su libro La Salida
Es decir, cuando AMLO habla de procurar la felicidad, habla de una felicidad más bien específica que ha de ser promovida. En su definición hace acotaciones que ya excluyen varios medios para buscar la felicidad (por medio de acumulación de riquezas, por medio de la fama o de títulos, los cuales, me parece que ignora López Obrador, también pueden significar alguna forma de autorrealización para algunas personas). Lo que la felicidad es o debería de ser está íntimamente ligado con la retórica de la Cuarta Transformación.
Para consolidar este argumento, habría que tomarse en cuenta la relación que López Obrador como gobernante quiere tejer con los gobernados. Él no concibe a los gobernados como una ciudadanía (heterogénea), sino como el pueblo que tiene una voluntad general y del que se asume como representante de dicha voluntad, lo cual convierte a aquel en una entidad homogénea que, como tal, debería caber en una sola definición de felicidad.
La búsqueda la felicidad es un asunto privado y personalísimo, por lo que todo lo que tiene que ver con la procuración del bienestar entonces tiene que ver con la creación de las condiciones para que el individuo busque la felicidad de forma más plena. Sin embargo, su gobierno busca entrar en el ámbito privado al promover su concepto de felicidad bajo ciertos criterios morales: lo cual explica la distribución de cartillas morales, el uso de símbolos cristianos y organizaciones religiosas para ese fin.
En resumen. Decir «voy a procurar la felicidad» es una forma de politizarla, es una forma de intervenir en ella en vez de dejar que los individuos busquen su propia felicidad como se les venga en gana mientras se apeguen a un marco legal (incluso es de alguna forma prueba de la relación de este gobierno con la institucionalidad). Porque intervenir en ella implica necesariamente imprimir el concepto subjetivo que de ella el gobernante tiene para transformar ese concepto en algo que en realidad nunca podría ser, en una felicidad objetiva y única para todos.