El tema del género es uno de los más difíciles, de los más enigmáticos, polémicos y tal vez interesantes de nuestros tiempos. Es enigmático e interesante precisamente porque es muy difícil, porque es un tema que, en lo general, dominamos menos que lo que pensamos, y porque a la fecha no hemos podido darle una justa dimensión. Es polémico, porque su cuestionamiento tiene necesariamente una implicación en las estructuras sociales vigentes.
Y cómo no hemos podido darle una justa dimensión, y como hasta la fecha vemos al género como un bebé de un mes es capaz de ver a las personas (que ve básicamente sombras no muy bien definidas), entonces la polémica sobre este tema termina siendo una constante, y más si tenemos el atrevimiento de hacer afirmaciones tan categóricas sobre el tema como se hace.
A mi parecer sí existen factores biológicos que inciden en la formación de identidad de ambos géneros (macho -> hombre, hembra -> mujer) y que no absolutamente todo es debido a una construcción social. El simple hecho de que el cuerpo del macho no se desarrolle de igual forma que de la hembra, el hecho de que esta última se embarace. o las hormonas que segrega cada sexo, termina, sí, por tener alguna incidencia en la construcción del género, más allá de las diferencias psíquicas que pudieran llegar a existir pero que, retomando lo que dije al principio, no podemos dimensionar bien del todo.
Esto no quiere decir que la cultura no juegue un papel muy importante en la construcción de los roles de género y que no puede ser subestimado, lo cultural también importa y mucho. Sin embargo, creo que como especie todavía no hemos progresado al punto de tener capacidad de dimensionar bien esas diferencias y en qué consisten (tendremos que avanzar considerablemente más en campos como la genética, en las neurociencias y demás disciplinas afines).
El tema es complicado porque tanto lo biológico como lo cultural confluyen en la construcción de las identidades de género. No somos una tabula rasa como los abocados a la teoría del construccionismo social afirman, pero tampoco podemos hablar de un determinismo rígido como muchos conservadores siguen sosteniendo. La construcción del género no es algo meramente biológico pero tampoco es algo meramente cultural. También parece ser que lo biológico no incide exactamente de la misma forma o con la misma intensidad en las diferentes personas (de ahí se sigue que digamos que tal mujer es muy masculina o tal hombre muy femenino). Uno de los estudios que se han sacado a colación (que dice que los bebés recién nacidos no socializados machos suelen preferir objetos mientras que las hembras prefieren rostros) sugiere esa gradualidad, ya que lo que muestra dicho estudio es una tendencia: los machos tienden a preferir objetos, sin embargo hay una minoría (y no poco considerable) que prefiere rostros y viceversa, e incluso varios no muestran ninguna preferencia.
Tenemos también el hecho de que una cantidad significativa de personas (suficientes y constantes a través del tiempo para evitar considerarlo una anomalía o algo «antinatural») tienen una orientación sexual por personas del mismo sexo (algo que también es una constante en otras especies) e incluso tenemos a otras que no se identifican con el género que corresponde a su sexo. Creo que debemos llegar a un punto madurez como especie en el cual reconozcamos que todo ello existe y que no se trata de una «anomalía» que haya que «arreglar».
Como todavía no dimensionamos bien y terminamos de entender por completo estas diferencias, no podemos terminar de entender todas estas cuestiones y existirá siempre la posibilidad de confundir qué es natural y qué es cultural. En tanto no tengamos la sabiduría para entender qué es qué y cómo ocurre, el conflicto sobre este tema seguirá prevaleciendo (lo que no implique que vaya a ceder necesariamente cuando tengamos el conocimiento suficiente, sobre todo al relacionar esos descubrimientos con los roles sociales, la cultura y el mismo entramado institucional). A estas alturas, todavía son comunes estas confusiones, y algunas llegan a crear estigmas o prejuicios.
En este sentido, tanto los conservadores que hablan de «un diseño natural» como aquellos progresistas que defienden la tesis construccionista parten, más que desde la ciencia en sí, de consideraciones ideológicas o doctrinarias para defender su postura. Al final, sus posturas sobre el género no terminan siendo más que medios que se acoplan a la defensa un sistema de valores determinados. Los unos suelen darle más peso a lo biológico y los otros a lo social (lo cual empata muy bien con la idea de que unos desean conservar el estado actual de las cosas y los otros pretenden cambiarlo).
Por ello, me parece que el debate «natura vs cultura» es sano, porque esta confrontación, esta dialéctica, se convierte en un incentivo para conocer más acerca sobre nuestra naturaleza y sobre nuestra psicología.
Y nadie dijo que tendría que ser fácil. No es algo simple que el ser humano, con sus propias limitaciones de su naturaleza, investigue y analice su naturaleza misma. Y sobre el género, la verdad es que sabemos menos de lo que creemos saber.