En algún momento no muy lejano, emergió una suerte de cultura del emprendimiento cuyo relato nos decía que no teníamos que conformarnos con ser empleados y que el emprender podía ser una buena alternativa para quienes no gustaran de esa cultura godínez de 9-7 (más las horas extras impagas).
Hacía sentido, porque ante un mercado cada vez más dinámico que ya no garantizaba desarrollar una carrera de por vida en una corporación (algo que Alvin Toffler presagió muy bien) , el emprendimiento surgio como una buena opción incluso para crear nuevas empresas que significaran un cambio de valores y de enfoque con respecto del empresariado tradicional; uno que tuviera ese espíritu más global, más competitivo y que estuviera abierto a la innovación. El Internet y una sociedad más globalizada le dieron al individuo más herramientas para poder emprender como no habría podido hacerlo antes.
Pero con esta nueva cultura también llegaron los «trepadores», aquellos que vieron en la mera narrativa emprendedora un modelo de negocio. La narrativa (o más bien su perversión) era el producto en sí, y el mercado potencial eran aquellas personas que querían ganar dinero y querían «emanciparse» del godinato. Ya no era necesario hablar del materialismo dialéctico histórico para explicar cómo es que el trabajador iba a romper con sus cadenas, mucho menos hacer revoluciones, bastaba con que te convirtieras en un emprendedor para liberarte de ellas.
Si hace poco más de un siglo se hablaba del Manifiesto Comunista de Marx y Engels, el «Padre Rico, Padre Pobre» de Kiyosaki parecería convertirse en su análogo del siglo XXI (sin intención de ninguna manera de demeritar todo el trabajo de Marx y Engels ni mucho menos de bajarlos tanto de nivel), ya que gracias a esta obra se comenzó a propagar esta narrativa del emprendimiento como una forma de emancipación del empleo tradicional. Pero mientras que los marxistas vieron en la burguesía al enemigo que tenían que liquidar, el kiyosakismo apuntó al empleado en sí, aquel que iba a la escuela para después buscar un trabajo.
Esta perversión de la narrativa emprendedora terminó progresivamente ridiculizando al empleado (y de paso a la educación formal), pero en realidad ofrecía poco a cambio: consigue un mentor, independízate, piensa en una cifra grande, en el Lamborghini, adquiere educación financiera (muchas veces sin reparar en los métodos) y «piensa positivo». Se enfocaron en polarizar el mundo profesional haciendo una marcada distinción entre los emprendedores (exitosos) y los empleados (perdedores). Culparon a los empleos y a la educación tradicional casi sin reparar la indispensable función que tiene dentro de la sociedad. Pero ni Marx habría sido tan ingenuo como para pensar que una sociedad con emprendedores y sin empleados podría sostenerse.
En este contexto presentamos a Carlos Muñoz, una suerte de coach o influencer neokiyosakiano quien, al parecer, ha hecho un muy buen negocio a través de la propagación de esta narrativa emprendedora.
La venta de una narrativa como producto de consumo, en tanto esta no esté acompañada de una metodología muy clara, termina ofreciendo algo muy estéril. Pero para Carlos Muñoz y sus pares lo importante no es el producto (prácticamente inexistente), sino el mensaje, el simbolismo, el discurso aspiracional. Seguramente Carlos Muñoz, al igual que muchos de sus pares, ha hecho un mayor esfuerzo y una mayor inversión en el símbolo que en el producto en sí. Importan más sus trajes extravagantes, su speech (es muy malhablado, lo cual en este contexto puede ser una ventaja, ya que se le puede percibir como una persona más directa u honesta, e incluso la arrogancia puede jugar a su favor dentro de su nicho de mercado). Básicamente se presenta como el individuo que los clientes que componen su nicho quisieran llegar a ser: una persona adinerada, exitosa, arrogante, que tiene cierto poder, que puede romper barreras y puede hacer básicamente lo que sea. Básicamente propone una visión muy nihilista y amoral de lo que debe de ser el acaparamiento (y no tanto creación) de la riqueza.
La estrategia de polarización que utiliza ayuda mucho a su causa. Básicamente se trata de la versión análoga del político demagogo pero en el sector privado, y no dudo que haya aprendido algo de los demagogos y la forma en que manipulan a las masas: Carlos Muñoz insiste en la división entre los grandes emprendedores y los pobres y perdedores empleados (a quien llama nacos en más de una ocasión). Constantemente se refiere a sus críticos como sus haters para así estigmatizarlos: «Ellos son unos pobres perdedores, en cambio tú y yo somos unos emprendedores chingones y ganadores«. Pareciera un discurso del pueblo bueno y las élites malas y corrompidas pero a la inversa.
Pero si la estrategia de venta podría parecer casi impecable (tiene un número de seguidores nada despreciable), cuando nos asomamos a ver el producto otro gallo es el que canta. Básicamente se trata de desinformación. Tomemos este video por ejemplo.
El mensaje inicial es igual de enérgico y contundente que erróneo: «las universidades son una mierda», dice nuestro amigo. Afirma que lo son básicamente porque los maestros que la componen no son emprendedores sino empleados con un sueldo mediocre. Luego presume que tiene dos carreras. ¿Y entonces si las universidades son una mierda, por qué demonios estudió dos carreras?
Su sugerencia es que todos los maestros deberían ser emprendedores. Carlos Muñoz evidentemente no conoce siquiera cuál es la función de una universidad en una sociedad. No creo que Marx hubiera sido tan ingenuo como para afirmar que una sociedad compuesta con puros emprendedores y sin empleados podría llevarse a cabo.
Carlos Muñoz ignora, deliberadamente, otra cuestión: no todas las personas quieren ser emprendedoras, no todas las personas tienen la capacidad ni la personalidad para ser emprendedoras, y no todas las personas se sienten autorrealizadas por medio del emprendimiento. Hay gente que es empleada y que es feliz con su trabajo, que se siente satisfecha con el ingreso que tiene, y ello no tiene nada de malo.
Sí es importante fomentar el emprendimiento, pero no es para cualquiera. Para que una sociedad funcione también se necesitan empleados, profesores y profesionistas que juegan un papel igual de valioso en la sociedad.
Pero Carlos Muñoz sabe lo que hace, porque no está vendiendo un producto que funcione, está vendiendo humo. Lo que importa no es el producto, son las emociones: se trata de estimular a la gente que desea ser rica, que quiere sentirse parte de una élite que está por encima de las personas comunes y corrientes. Lo importante es hacer la distinción: «Ellos son unos pobres losers que van a la universidad compuesta por perdedores, pero en cambio tú, que pagas mis conferencias a precios exorbitantes, eres un ser superior, que puede tener su coche de lujo, que puede ser millonario». Es esa distinción el producto de venta, es esa distinción la que le da likes y la que anima a más de uno a pagar hasta decenas de miles de pesos por conferencias que está compuesta, sí, de más palabrería que apela a las emociones.
Lo peor del caso es que dentro de su discurso no hay un método tangible que ayude a la gente a emprender. Carlos Muñoz apenas se ha molestado en recopilar consejos que encuentra en la literatura afín. Para poner un ejemplo preciso de esto busqué un video que tiene relación con el que ha sido mi profesión durante varios años (desarrollo web):
El video es un tanto penoso porque digamos que lo que ha dice lo ha sabido cualquier agencia de desarrollo web, freelancers y cualquier persona que está en el medio sabe desde hace más de 10 años, pero Carlos Muñoz lo vende como algo novedoso, y lo busca transmitir con la edición del video (donde evidentemente puso la mayor parte de su esfuerzo y su inversión). Ni siquiera te dice como hacerlo, no te ofrece ningún método ni literatura de referencia alguna (que vaya que en Internet hay mucha al respecto). Pero, de nuevo, lo importante no es el contenido, es la emoción a la que apela, es la forma en la que él se quiere vender para que lo percibas como un referente a quien seguir.
Carlos Muñoz estigmatiza y ridiculiza tanto a los empleados como a la educación formal. Pero dice haber estudiado dos carreras y tiene empleados que le ayudan a que su negocio funcione.
Si uno escarba en los videos puede encontrarse con lo mismo: una producción cara y casi impecable, un discurso bien pensado e incluso una vestimenta arrebatadora (que a mí me parece de mal gusto pero que posiblemente funciona con su nicho de mercado). Pero no ofrece nada nuevo (bueno, aquí se tardó 10 años), te dice cosas que ya se han dicho una y otra vez, pero con una sofisticación tal que al ingenuo le podría parecer algo novedoso. ¿Por qué podría esperar que una conferencia suya, de esas que vende tan caro, me dé las herramientas que necesito para ser un emprendedor, si en sus videos no me ofrece nada nuevo ni nada que no se haya dicho ya? Luego también difunde ideas que pueden ser fácilmente refutadas por un estudiante de primer semestre de economía:
Se trata de un vendedor de humo que embauca a sus empleados vendiéndoles emociones y aspiraciones, pero sin decirles en lo absoluto cómo hacerle. Tan no lo sabe que se limita, como ya había dicho, a recopilar información y consejos que está disponible desde hace tiempo, que pareciera que en algunos casos ni siquiera domina bien, pero la cual ofrece con una sofisticación tal que más de uno puede salir engañado.
Para emprender es importante especializarte en aquello en lo que quieres aprender, y en muchas ocasiones los estudios y la educación continua serán muy útiles. Los trepadores del emprendimiento nunca te insistirán en ello ni te dirán que gran parte del éxito reside en ello.
Me atrevo a decir que Carlos Muñoz es el estereotipo claro de esta corriente pseudoemprendedora que ha logrado crear toda una cultura que solo enriquece a quienes han sabido cómo venderla y que poco beneficia a sus clientes, quienes tal vez solo podrán aspirar a salir de sus talleres emocionados e inspirados.
¿Y qué tal si estoy equivocado? ¿Y qué tal si se está reservando todo para las magistrales conferencias que imparte? Bueno, pues basta ver una cápsula de una de ellas para darme cuenta de la misma constante:
Y nos topamos con lo mismo. Cualquier persona con conocimientos básicos en Youtube sabe que los videos cortos funcionan mejor. ¡Todos los pinches influencers lo saben! Lo peor es que, si bien Carlos Muñoz acierta al decir que los videos en general no deben de ser de una duración muy larga y que en Facebook deben, en general, durar menos, ni siquiera entiende exactamente por qué. Pero tiene la osadía de utilizar como referencia un estudio de consumo en Internet ¡del 2012! En el cual el usuario pasa 34 minutos al día en Internet (lo cual seguramente ha cambiado mucho). Ignora también que el número de minutos puede variar de acuerdo al tipo de contenido. Por ejemplo, él dice que en Youtube un video debe durar 420 segundos (7 minutos), lo cual suena sensato para cierto tipo de contenidos, pero muchos influencers pueden darse el lujo de hacer videos de 10 a 15 minutos en Youtube y funcionan muy bien. El problema es que él ni siquiera toma esto al pie de la letra porque sus videos en todas las redes sociales ¡duran lo mismo!
Luego es cómico porque dice que muchos haters lo juzgan por los videos que hace, que le dicen que está vendiendo humo, que lo están juzgando solo por sus videos y que no conocen todo lo que ha hecho. Pero es fácil dilucidar que nuestro querido Carlos Muñoz entonces tiene problemas de comunicación graves. ¿Por qué si su modelo funciona tiene tantos haters? Y si su respuesta es que no conocen todo lo que ha hecho y todos los libros que ha publicado, entonces es que Carlos ha fallado en su estrategia de comunicación para que la gente sepa realmente quien es. Y en lugar de preocuparse por eso, se limita a estigmatizar a la gran cantidad de haters que tiene señalándolos como perdedores. Ya ni que decir de su pésima analogía al afirmar que «The Avengers estuvo de la verga» porque duró mucho, afirmación con la que seguramente discrepan muchísimas personas que fueron a ver la película.
La mayoría de los emprendedores tienen éxito porque tuvieron una gran idea que supieron desarrollar y que los apasionó. Los trepadores del emprendimiento, por el contrario, insiste en que te fijes en el dinero y en los autos deportivos.
Si Carlos Muñoz ve este artículo, posiblemente diga que está muy largo, posiblemente diga que soy un hater más, que no soy un emprendedor millonario como él y por tanto diría «no sé del pedo». Pero el problema es que él tampoco lo sabe, su éxito reside en saber vender algo que no sabe bien siquiera como funciona. Su éxito es venderse él como marca para apelar a un nicho de mercado nihilista que su máxima aspiración es acaparar dinero por acapararlo.
Tal vez alguno más diga que le estamos dando importancia y difusión a este tipo de personajes. El problema es que si para algo son buenos es para difundirse y propagarse en las redes (eso es lo único que les importa porque es lo que les da dinero), y en este sentido me parece importante decir las cosas tal y como son.