Después de la muerte de Armando Vega Gil pensé en escribir un nuevo artículo, pero para ello preferí esperarme unos días. Quería deliberar dentro de mi cabeza, escuchar voces de ambos lados en este entorno tan polarizante y tratar de entender bien este fenómeno llamado #MeToo.
Días después, creo que estoy listo para hacerlo, y aún así no es algo muy fácil de hacer, ya que analizar este fenómeno es muy complejo y para ello no me queda de otra que matizar, diseccionar y alejarme de las generalidades y de los juicios de valor categóricos a un movimiento. Implica hacer un ejercicio de empatía, implica la muy difícil tarea de darle la justa dimensión a las cosas, e implica deliberar entre convicciones mías que en este contexto se muestran contrapuestas (como la cultura de la legalidad contra la equidad de género).
El problema en el que estamos metidos
Primero empiezo reconociendo el problema: México es un país muy machista, más de lo que pensábamos (o yo pensaba) y, peor aún, lo que nos exhibió #MeToo fue una cultura del acoso y violencia hacia la mujer que está impregnada en las estructuras sociales en los estratos socioeconómicos que, curiosamente, son o serían los menos machistas, donde se supone que la cultura de la equidad de género se ha impregnado más. Esto es, si ahí las cosas están mal ¿cómo estarán las cosas en los otros sectores?
Tenemos que admitir que la cultura del acoso y la violación sexual es un problema muy grave en nuestro país y es algo que no se puede relativizar. En relación con la cultura del combate al acoso también estamos atrasados con respecto a muchos países. Básicamente es necesario un cambio cultural.
A este se suma otro problema grave que tan solo fortalece el status quo, y es la incapacidad de las autoridades para hacer justicia hacia las mujeres que desean denunciar. La justicia en este sentido prácticamente no sirve, por lo cual para muchas mujeres denunciar pareciera no ser más que algo meramente rutinario o simbólico.
Dicho esto, si bien soy un defensor de la legalidad y de la institucionalidad, debo reconocer que, al menos de momento, esta perspectiva se vuelve completamente inútil con respecto a la problemática que muchas mujeres sufren. #MeToo en este sentido opera por fuera de lo legal, no de forma ilegal, sino más bien alegal, y el movimiento mismo hace de alguna u otra forma la tarea que las instituciones deberían hacer, con todos los problemas que esto implica.
La naturaleza de #MeToo
#MeToo llegó tarde a México, ya se había manifestado en Estados Unidos y otros países como en el caso de Harvey Weinstein y Kevin Spacey quienes vieron su reputación arruinada después de que se ventilaran diversas acusaciones hacia sus personas. En ese momento algunas personas trataron de replicar la dinámica en este país haciendo algunas denuncias pero no se había logrado viralizar. Era necesaria una cantidad de masa crítica como para que las mujeres vieran que el movimiento era fuerte y que podían estar seguras de no sentirse solas a la hora de exponer sus denuncias.
Me parece muy ingenuo esperar que un movimiento como #MeToo contenga, a priori, filtros o mecanismos para evitar abusos por el simple hecho de que fue una explosión que se viralizó en redes (otra cosa son los ajustes que se pueden ir haciendo con el tiempo). La falta de experiencia (es un fenómeno nuevo en nuestro país), el hecho de que sea un fenómeno orgánico que se ha viralizado y el alto contenido emocional (vaya, mujeres que han sido abusadas y violadas) hace impensable pensar en algo así.
También es ingenuo esperar conformarse con una postura conciliadora, como si bastara con hacer reuniones con galletitas y café para acabar con este problema. Si bien, soy un defensor de la progresividad como mecanismo para cambiar realidades, en el caso del abuso y la violación sexual tendría que hacer una excepción ya que no pueden lograrse cambios de fondo sin generar incomodidades cuando se trata de problemas graves que se encuentran muy escondidos y a los cuales no se les ha podido dar una real dimensión.
#MeToo es una explosión viralizante, en donde las mujeres que fueron violadas y acosadas se animaron a contar sus historias porque creyeron que quedarían marcadas por la violencia que ejerció sobre de ellas un violador o un acosador. No solo está el problema las instituciones inoperantes al respecto, sino que muchas se lo guardaron por miedo a ser señaladas, criticadas o estigmatizadas (lo que también explica en parte el asunto de las denuncias anónimas). Debo decir que es muy común que en nuestra sociedad se estigmatice a una mujer que fue violada.
En este sentido era necesario que surgiera, no había otra forma de poder dimensionar lo que estaba ocurriendo. Era necesaria una explosión, una sacudida mediante la cual las mujeres tuvieran el ánimo de hacer su denuncia, de buscar justicia ante el agravio que sufrieron. Y naturalmente iba a haber efectos secundarios.
Asegunes y matices
El suicidio de Armando Vega Gil de la extinta banda Botellita de Jerez desató un sinfín de polémicas que creo deben de ser atendidas y, sobre todo, entendidas.
Primero, es importante (y difícil, lo sé) dar la justa dimensión a las cosas. Me parece una desproporción darle una dimensión en la cual este suicidio se vuelve más importante que todas las denuncias de acoso y violaciones reales, o afirmar de forma categórica que #MeToo lo mató (primero, porque no sabemos si es inocente como dice, y porque implicaría negar su libre albedrío). Pero de la misma forma sería irresponsable desestimar lo ocurrido y no darle ninguna importancia, como ha ocurrido entre algunas feministas radicales quienes incluso han culpado a Armando Vega de «deslegitimar el movimiento» con el suicidio.
Dije que #MeToo comenzó con una explosión de la cual no se puede esperar una suerte de filtros y matices a priori y expliqué por qué, pero conforme pasa el tiempo sí que se pueden ir implementando dichos filtros y sí es necesaria una crítica al interior del movimiento para ir dándole forma e institucionalizarlo (por decirlo de alguna forma) para reducir al mínimo los abusos que deriven en personas inocentes que se vean afectadas. Dada la naturaleza de este fenómeno (y que incluye denuncias anónimas) surgen los siguientes problemas: (recordemos que este es un movimiento alegal, que no se apega a derecho -básicamente por su inoperancia con respecto a este tema- y que implementa sus propios mecanismos)
Primero: que hay personas que pueden abusar de esta herramienta para dañar la reputación de terceros inocentes. Más aún cuando el empoderamiento de la mujer y el cierre de filas entre ellas genera una postura escéptica ante quienes tratan de desmentir las acusaciones. Esto puede provocar daños severos en la vida de personas inocentes, que aunque sean muchos menos que las mujeres violentadas no significa que no importen.
Segundo: que se lancen acusaciones que no se puedan catalogar como acoso o abuso, que ciertamente se puedan tratar de conductas incluso reprobables pero en las cuales no esté involucrado algún problema de violencia de género: por ejemplo, conflictos personales en una pareja, infidelidad que dentro de ella no contenga violencia de género (entendiendo que una mujer también puede ser infiel con un hombre) y otros diversos casos.
Tercero: la difusa frontera entre lo que es un acoso y lo que no es. Es relativamente fácil definir qué acto es una violación, pero no siempre pasa lo mismo con el acoso, un acto puede ser percibido como un acoso para una persona y no para otra que dentro de su fuero interno nunca tuvo la intención explícita de acosar. Es imperativo, a mi parecer, que el acusado haya tenido la intención explícita de hacerlo (esto sin importar si se encontraba alcoholizado o afectado por estupefacientes).
Veredicto
A mí me parece difícil hacer una afirmación categórica sobre el movimiento. He dicho que era necesario que haya surgido y también he dicho que, dada su naturaleza, tiene algunos problemas que pueden incluso llegar a afectar la vida de terceros. Antes de glorificar o satanizar al movimiento, y evitando un juicio utilitarista donde argumente que es bueno solo porque son más los beneficiados que los perjudicados, me parece que lo más sensato debería ser hacer lo propio hacer estos juicios con los actores más que el movimiento en su conjunto:
Por ejemplo: a mí me parece ética y moralmente correcto que una persona que fue agraviada o violada exponga públicamente su caso. Debería tenerse una moral retorcida como para pensar que moralmente una persona no tiene el derecho a defenderse ante un agravio, más cuando las opciones institucionales no son una alternativa. De la misma forma, me parece ética y moralmente reprobable y condenable que una persona se «suba» al movimiento para difamar a otra o para mera venganza.
También se debe entender a este movimiento en su contexto. Todos estamos de acuerdo en los problemas que trae en esencia, pero habríamos también que preguntarnos qué alternativa existe para socializar y combatir el problema. A la fecha, me cuesta mucho trabajo pensar en una alternativa igual de poderosa. Es, me parece, una buena causa que ciertamente es imperfecta, que adolece de no tener una curva de aprendizaje recorrida al momento del inicio.
Lo que sigue
Y si bien #MeToo inició inexperto, sí debería ir adquiriendo experiencia en el camino, desde plantearse cómo dar más visibilidad a la problemática de las violaciones hasta cómo evitar que personas abusen de esta plataformas y afecten a personas inocentes.
Muy importante también es cómo lograr que el fenómeno #MeToo se convierta en políticas públicas que reduzca el número de violaciones, en un sistema de justicia que sí ayude a las mujeres y también en protocolos dentro de organizaciones públicas, privadas, sociales o escuelas, para combatir este problema de tal forma que logre penetrar ahí en la cultura y sacuda las estructuras para combatir la violencia de género. El mero hecho de exhibir el problema ya es un gran paso que seguramente motivará a más de una organización a cambiar su cultura, pero el esfuerzo no debe quedar ahí.
La tarea no es fácil, pero se dio un gran primer paso, que naturalmente es incómodo (no sé cuántos hombres estén temerosos de que expongan su caso) y que seguramente logrará un cambio dentro de las estructuras sociales. Las mismas lideresas del movimiento también deberán ser críticas con ellas mismas si quieren lograr que el cambio sea profundo. Se debe procurar que este movimiento combata este problema y no termine desviándose a una mera batalla de géneros de mujeres contra hombres.
Extirpar este cáncer es imperativo y los hombres también debemos colaborar en ello. Era necesario que algo así sucediera, que se sacudieran las estructuras, porque no se puede tolerar que en una sociedad como la nuestra se permitan numerosos abusos y violaciones que se cometen de forma impune.