El argumento del régimen lopezobradorista para no desconocer a Maduro es el de la «libre autodeterminación de los pueblos».
Pero si tomamos este concepto de forma estricta, no podríamos decir que eso exista en Venezuela. El hecho de que Maduro se haya reelegido por medio de una elección fraudulenta contraviene el deseo del pueblo. En ese caso se esperaría que su postura fuera, si no de desconocimiento, cuando menos, de el de solicitar unas elecciones libres como lo está haciendo la Unión Europea.
Si bien es cierto que el gobierno de AMLO no está tomando una postura completamente favorable a Maduro, como insisten algunos de sus opositores, y está buscando (junto con Uruguay) que Venezuela resuelva «encuentre una solución pacífica a sus diferencias», tampoco es como que esté terminando de reconocer que el gobierno de Maduro es ilegítimo, cosa que es un hecho. Pareciera que se quiere enclavar en un punto medio como para no comprometerse y asumir las consecuencias de ese compromiso (lo cual no solo tiene que ver con la diplomacia exterior sino con los integrantes del movimiento que sostiene a AMLO y que mantiene posturas un tanto disimiles ante este tema).
Con estas ambigüedades, nuestro gobierno se tambalea entre la «libre autodeterminación de los pueblos» y la «libre autodeterminación del tirano», porque las posturas «neutrales» y timoratas siempre tienen una tendencia a favorecer al opresor. Pero eso no quiere decir que nos vayamos a convertir en Venezuela ni que haya un apoyo abierto al régimen de Nicolás Maduro.
La postura de México va en consonancia con la Doctrina Estrada que tanto tiempo rigió la diplomacia en nuestro país (en especial en tiempos del PRI), se explica por el principio de no intervención y la autodeterminación de los pueblos. Pero en la diplomacia es imposible tomar posturas neutrales ya que la neutralidad siempre beneficia a alguien.
En mi humilde opinión, México debería tomar una postura en la cual pida a Venezuela que se lleven a cabo elecciones libres y se reconozca al ganador. Debe reconocer que Nicolás Maduro no se reeligió de forma legítima y que no es resultado de la voluntad del pueblo venezolano. También debe pedir que se respeten los Derechos Humanos.
Pero ello no significa de ninguna manera que esté a favor de una intervención para remover al régimen actual (como podría hacerlo Estados Unidos, que tiene a la cabeza a Donald Trump, un presidente autoritario y demagogo igual que Nicolás Maduro pero que tiene la fortuna de tener instituciones fuertes y los contrapesos suficientes para restringir sus impulsos autoritarios). Las intervenciones armadas rara vez terminan en algo bueno.
Hay quienes dicen que gracias a que Estados Unidos intervino para derrocar a Salvador Allende, Chile es ahora un país que está cerca de convertirse el primer país desarrollado en América Latina. Quienes hacen esa argumentación olvidan varias cosas: 1) Que para eso Chile tuvo que vivir una dictadura sangrienta que costó la vida de varios miles de vidas humanas. 2) Que Chile se democratizó después no gracias a Estados Unidos, sino gracias a sus propios esfuerzos y buenas decisiones, sobre todo gracias a la alianzas de partidos de izquierda y derecha que dirimieron sus diferencias en pos de un fin en común. 3) Que se trata de excepción y no de la regla: es natural aceptar que las intervenciones no son obras de caridad sino la defensa de ciertos intereses geopolíticos o económicos (La Guerra Fría es un claro referente en el caso de Chile) y la mayoría de las intervenciones de nuestro país vecino no han resultado nada bien. Uno de los ejemplos más recientes fue la intervención en Iraq a raíz de los atentados del 9/11. Juraron que democratizarían la región, pero dejaron a dicha región lo suficiente inestable como para que surgiera ahí el Estado Islámico, cuyo surgimiento no se terminaría de entender sin las invasiones de los últimos años.
Es obvio que Venezuela no va a crecer ni se va a desarrollar en cuanto el chavismo deje el poder. Por el contrario, quienes lleguen al poder tendrán que sortear muchos obstáculos dentro de un país que vivirá algunos años de estabilidad. La comunidad internacional debe de velar porque haya elecciones libres y el país se empiece a democratizar.
En una situación así, un golpe de Estado o la intervención extranjera sería muy peligroso, sobre todo en un país donde la milicia juega un papel relevante. No hay nada que garantice que Venezuela no caiga en un régimen militar de derechas (más opresor que el actual) o bien, una suerte de restauración del chavismo. Ejemplos de los efectos de un golpe de Estado existen de sobra a lo largo del globo.
Espero que todo esto pueda terminarse con una salida negociada del chavismo y que Venezuela logre transitar a un régimen democrático. No será nada fácil, no es tan simple como parece.