El problema con el libertarismo

Ene 4, 2019

El libertarismo es una moda en ciertos círculos de jóvenes, más aún ante la llegada de un gobierno de izquierda que podría ser más intervencionista. Pero ¿qué hay de malo con ellos?

Basta pasearse un poco por las redes para darse cuenta que existen grupos de jóvenes que dicen defender las ideas libertarias. Creen haber encontrado una oportunidad ante la llegada de un gobierno de izquierda con el cual se confrontarán (y más aún si este gobierno comienza a tomar malas decisiones económicas). Varios de ellos, paradójicamente, comenzaron a desarrollar sus movimientos políticos dentro de universidades públicas, como el caso del Puma Capitalista.

Ellos buscan mostrarse como una alternativa ante los crecientes populismos que emergen tanto de la derecha como desde la izquierda. Aunque siendo honestos, la mayoría están contentos con el ascenso de Bolsonaro al poder.

El libertarianismo básicamente dice buscar la libertad individual y acabar con cualquier forma de coacción en contra del individuo (aquello que Isaiah Berlin llamaba la libertad negativa), estado al cual sólo se puede llegar a través de un Estado mínimo que prácticamente no intervenga en la economía y no estorbe. Así, dicen, el individuo podrá llevar a cabo su vida libremente: desde un religioso que tendría el derecho de educar a su familia con sus creencias hasta un libertino que tendría derecho a drogarse o a ser promiscuo. El gobierno no puede aspirar a redistribuir la riqueza ni a intervenir de ninguna forma ante alguna falla del mercado (que para ellos son virtualmente inexistentes). Aspiran a que el gobierno cobre el mínimo de impuestos (si no es que ninguno) y que solo vele por la libertad negativa del individuo. Dicen inspirarese en Friedman, Hayek, Ayn Rand, Karl Popper o los filósofos John Locke o Adam Smith.

El libertarismo no es necesariamente lo mismo que el liberalismo económico (ni en la definición de liberal fuera de Estados Unidos). De hecho va más allá. Aunque se diga que la economía de las últimas décadas ha sido muy liberal (o neoliberal), la realidad es que las economías no terminan de negar cierto papel del Estado. Los libertarios quieren ir más allá, casi al punto de coquetear un poco con el anarquismo.

El problema con el libertarismo es que quienes abanderan esta causa se presentan como personas que no siguen un dogma o una ideología, creen que defienden algo que le es natural al ser humano: que el mercado sea absolutamente libre, que el Estado sea absolutamente mínimo. Ni siquiera yo, que estoy a favor de una economía de mercado (aunque no a esos extremos), puedo afirmar que sea algo «natural». Cuando mucho se puede decir que tiene cierto grado de eficiencia, e incluso éste tiene que tener cierta flexibilidad y es necesario que el gobierno juegue un papel para que el propio libre mercado funcione, como ocurre en todos los países desarrollados.

El ser humano y todo lo que se refiere a él (civilización, cultura, e incluso su propio organismo) es muy complejo, por lo tanto, todo aquél que deseé abordar cualquiera de esas vertientes tiene que partir desde esa complejidad. Eso significa que los esquemas bajo los cuales deba operar deben tener cierta flexibilidad, ya que basta un pequeño cambio en el entorno para que, aquella cosa que funcionaba, ya no funcione. El Consenso de Washington es un ejemplo de ello, una misma receta económica tuvo efectos disímiles en los distintos países en los que se aplicó ya que dichos países vivían realidades distintas.

Los libertarios ignoran esta complejidad y creen que pueden operar el mundo desde creencias y propuestas rígidas que se vuelven tan predecibles. No se equivocan cuando dicen que una intervención excesiva del Estado en la economía trae consecuencias nefastas ni cuando critican a los gobiernos intervencionistas como los de Argentina y Venezuela (amén de toda la experiencia y literatura que hay el respecto). Ciertamente, el Estado no debe ser excesivamente grande, pero se les olvida una cosa muy importante: «la eficiencia». Un Estado puede ser más eficaz que otro: no solo importa el tamaño, importa la eficiencia, y tal vez más. Brasil y Alemania tienen gobiernos más «grandes», los de México y Corea son más «pequeños», y Alemania se sigue pareciendo más a Corea en Desarrollo y México a Brasil. Por eso digo que se equivocan al afirmar que hay una correlación directa entre Estado mínimo y desarrollo. En muchos casos es la eficiencia y no el tamaño del Estado la que explica la diferencia de desarrollo entre varios países.

Los libertarios comparten con los jóvenes izquierdistas llenos de idealismo esa ingenuidad que los caracteriza; pero, a diferencia de ellos, presumen tener las credenciales necesarias en economía (independientemente de que hayan estudiado eso o no), se presentan como seres racionales y pragmáticos que se basan en la evidencia empírica (se dicen muy cercanos al racionalismo de Popper, al menos en teoría). Quienes tienen diferencias con ellos ya son socialistas o casi marxistas, les es más fácil crear un hombre de paja que confrontar sus ideas.

Pero eso es solo una fachada con la cual a veces llegan a engañarse incluso ellos mismos. El contenido ideológico, como cualquier individuo que se aferra a una doctrina, es alto, y el sesgo, que incluso puede afectar a su profesión, también. Suelen hacer interpretaciones convenientes, al cabo ahí siempre va a estar el Estado (como entidad convertida en hombre de paja) para acusarlo de todos los males. No importa si la crisis ocurra en un Estado intervencionista o en una nación sumamente capitalista.

Pero el mundo es mucho más complejo. Si, como ellos dicen, bastara abrir los mercados, desregular todo y quitar cualquier papel al gobierno que vaya más allá de la seguridad, eso ya hubiera ocurrido y muchos de las naciones ya serían libertarias. La realidad es que el Estado, con todos sus defectos, siempre será un mal necesario en tanto el ser humano no encuentre otra forma de organización más avanzada y sofisticada, la cual posiblemente tenga poco que ver con los esquemas libertarios.