Hay una frasecita que se pronuncia muy comúnmente, una que dice que «cada vez somos más ignorantes».
Esta frase la he escuchado tanto de algunos conservadores como de algunos izquierdistas. Si en algo coinciden ambos es que existe, de una u otra forma, una estrategia para mantener a la población cada vez más idiotizada porque así es más fácil controlarla.
Tanto el izquierdista como el conservador acusan a la frivolidad de los medios de comunicación, a la manipulación de la publicidad, de las campañas políticas e incluso de las políticas educativas que en los países no desarrollados evidentemente están muy por debajo de lo que esperaríamos. Todas estas cuestiones existen, pero lo dicen como asumiendo que antes no se manipulaba y que la frivolidad no existía.
Ambos idealizan al pasado, creen que las generaciones anteriores eran más cultas, más inteligentes y más leídas. No sé, yo tengo muchísimas dudas sobre esta tesis y creo que esa percepción en muchos casos es producto de cierta nostalgia. Las generaciones pasadas se enclavaban dentro de grandes narrativas desde las cuales percibían el mundo: ya sea el cristianismo, el liberalismo, el marxismo. Ante el fin de las grandes narrativas y en una sociedad más líquida, por llamarla de alguna forma (característica de nuestra era posmoderna), la gente no se ata tanto a estas narrativas sino que busca interpretar el mundo por sí misma.
Evidentemente esto trae problemas, ya que en muchos casos el individuo no tiene una hoja de ruta desde donde partir (cosa que sí otorga una narrativa que interpreta de forma simplificada lo compleja que es nuestra especie y todo el mundo que nos rodea), pero ello no es necesariamente una manifestación de una sociedad cada vez más ignorante. Si bien, podría argumentar que en estos casos el individuo tiene más problemas para adquirir e interpretar información de forma más ordenada, también podría decir que, en algunos casos, el rompimiento con esas grandes narrativas tiene que ver con la curiosidad de ver qué hay más allá de esos esquemas preestablecidos y la asimilación de que vivimos en un mundo tan complejo que no se puede enclavar en una sola gran narrativa que por sí sola nos dé todas las respuestas (aunque creo que esta posmodernidad se caracteriza también por nuestra inmadurez para poder manejar dicha complejidad y en ese intento varios terminan sucumbiendo ante interpretaciones reduccionistas).
Tal vez sea esa nostalgia donde el individuo podía contar con una formación con base en información concisa (aunque con un acceso más limitado al conocimiento) y apegada a una doctrina (ya sea cristiana, liberal, marxista) que una donde hay más acceso a información valiosa pero que se encuentra entremezclada con aquella otra que es confusa y vacía. Para efectos prácticos, en ambos casos siempre tuvimos una minoría culta y leída, y una mayoría que no lo era. Tomemos la religión como ejemplo: siempre existió una minoría culta que sabía cuestiones teológicas, leía a Aristóteles o Santo Tomás de Aquino, y otra a la que le enseñaban la religión de una forma muy básica e incluso algo supersticiosa. De igual forma ahora tenemos una minoría culta que lee mucho, que sabe discernir los contenidos que ve en las redes y sabe cómo llegar a la información que vale la pena, y otra que no sabe hacerlo y termina compartiendo esas notas que dicen «si eres flojo, eres inteligente según la ciencia» sin cuestionarse su veracidad.
Seguramente me dirán: «pero mira las fake-news«, «la posverdad que aqueja a nuestros tiempos enclavados en la posmodernidad». Pero si uno pone atención a la historia, se dará cuenta que estos vicios, por más sofisticados suenen los términos con los que se les relacionan, no son nada nuevos. Los políticos siempre han mentido, los medios también, los relatos dentro de la Guerra Fría eran una suerte de fake news reforzadas por los medios tanto en Occidente como en la URSS. Antes no existía información falsa en Internet porque Internet no existía, pero existía la televisión que desde los noticieros hasta los infomerciales uno encontraba contenidos completamente engañosos.
Es prácticamente imposible medir de forma metodológica si una generación es más ignorante que otra y tal vez nos tengamos que conformar con informes muy parciales o incluso las muy limitadas y engañosas percepciones. Pero, a mi parecer, no hay argumentos de peso para determinar que las generaciones de antes eran más cultas. Tal vez pueda partir de los niveles de escolaridad y alfabetización, o los resultados de pruebas estandarizadas que me darían una respuesta que no alcanza a responder una pregunta que trasciende todos estos indicadores, pero que dentro de sus evidentes limitaciones sugieren que la sociedad actual tiene más conocimientos y preparación que las generaciones anteriores.
Las percepciones pueden ser engañosas y son muy subjetivas. Es evidente que dentro de la sociedad hay mucha ignorancia, y por más se cultive una persona, esta le parecerá aún más evidente. Pero la ignorancia nos ha acompañado a lo largo de la historia de nuestra especie, incluso hasta hace poco ésta consistía en el analfabetismo de un sector importante de la población y que siempre será peor al llamado analfabetismo funcional (aquellos que saben leer y escribir pero son incapaces de interpretar bien aquello que leen). Hoy un índice de analfabetismo de más de un dígito es imperdonable.
Dudo mucho, con todos los problemas que nuestra sociedad pueda tener, que nuestra generación sea más ignorante que la de antaño. Los libros se siguen leyendo (incluso esos libros pesados de filosofía), la gente sigue debatiendo, en algunas ocasiones con un alto nivel, sobre cuestiones sociales, políticas e ideológicas. Y si bien es una minoría, siempre lo ha sido.
Ojalá nuestra sociedad fuera más culta, pero estoy seguro de que, aún así, estaríamos quejándonos, ya que el estándar de lo que «ya no es ignorante» suele ser relativo a través del tiempo.