
Muchas cosas han cambiado desde mi niñez hasta la actualidad con respecto a la Navidad, las posadas y todos los festejos que todos ellos implican.
Evidentemente se aborda desde una forma muy distinta debido a la edad. Cuando uno es niño, la Navidad es un concepto mágico, ya no solo por lo religioso, sino por toda la publicidad y el consumismo que siempre ha girado en torno a ella. El saber que la fecha de Navidad se acercaba era algo que muchos tomábamos con mucha expectativa y algarabía: vacaciones, regalos, el bajar el 25 de diciembre en la mañana a la sala para ver los regalos que el «Niño Dios» nos había traído (ese Niño Dios que causalmente escuchabas bajar desde la habitación de tus papás hasta tu sala y que su forma de pisar era exactamente igual a la de tu papá)..
Esa magia ya no ocurre, al menos no con esa intensidad, pero tampoco es como que se haya convertido en algo irrelevante, para nada. La Navidad ha dado paso a una suerte de convención que sirve para reforzar los lazos sociales, para volver a ver a tu familia extensa, para salir con tus amigos y ver a la gente que estimas. Es básicamente una suerte de: se está acabando el año y hay que recordar quienes se encuentran cerca de nosotros.
El simbolismo religioso se encuentra ya casi ausente de la celebración (por eso, no importa tu credo si de posadas se trata, sino de pasártela bien), sobre todo dentro de los jóvenes (y no tan jóvenes) y las familias no tan tradicionales. Las posadas, en la mayoría de los casos, no son otra cosa que juntarse con los amigos o colegas a beber o comer, Si alguna reminiscencia de la tradición queda, esta suele verse reflejada en las piñatas, que de vez en cuando siguen rompiéndose. Lo tradicional y lo religioso queda relegado a un segundo plano, como si los adornos fueran meros expectadores, pero el acontecimiento sigue siendo importante para nosotros: desde un punto de vista social y fraterno.
Pero todos estos cambios, que tienen que ver mucho con la edad, están entremezclados con varios cambios sociales que no podemos ignorar, que van desde la progresiva secularización de la sociedad, hasta diversos cambios sociales y económicos que han afectado, tanto de forma positiva como negativa, al tejido social.
Por ejemplo, dentro de mi familia extensa, la nochebuena siempre se ha celebrado. Pero hasta antes de 1994, todos los tíos te daban un regalo: uno te daba una pista de carreras, otro te daba ropa u otro tipo de juguetes. Después de que estalló la crisis, esa tradición llegó a su fin y todo se redujo a un intercambio donde un tío te daba algo. Ya después se volvió algo voluntario. Algún tío te regala un libro, o lleva dulces para todos (como para recordarte que necesitas dinero de sobra para volver a pagar el gimnasio en enero).
También, las familias cambian, cada vez son menos numerosas, debido a lo cual, a pesar de tener varios primos casados, la tradición de la familia extensa se ha mantenido, porque no ha podido ser reemplazada del todo cuando los tíos son dos o tres y no ocho o diez.
La Navidad ha sido un testigo mudo de las transformaciones individuales y sociales. A pesar de todo, a pesar de la disminución del simbolismo religioso, es un festejo que está muy lejos de morir. Simplemente, la hemos llevado a otro plano.