Hay quien dice ¡Qué hipócrita la sociedad mexicana, muy unida en el terremoto, pero dividida en la política!
Ese comentario peca, cuando menos, de una profunda ingenuidad.
En realidad no existe contradicción alguna. ¿Por qué? Porque la sociedad, para que funcione, no tiene por qué estar de acuerdo en todo, sino solamente en algunas cosas.
Cuando hay un terremoto, es una obviedad que la gran mayoría de las personas desea que el sufrimiento sea el menor posible. La gente se une porque tiene un objetivo en común: ayudar al prójimo.
En la política el contexto es muy distinto. Si bien, puede existir alguna suerte de objetivo común que es que a este país le vaya mejor, las discrepancias inician con la forma en que se puede lograr dicho objetivo, el concepto de «un México mejor» puede ser diferente entre la población y dicho concepto difiere producto de las experiencias de vida de cada persona, la educación que recibió e incluso su temperamento: algunos pueden apuntar al desarrollo tecnológico, otros a una mayor igualdad.
¿Qué implicaría que no hubiera divisiones o discrepancias cuando hablamos de política o de corrientes de pensamiento? Que todo mundo piense igual, que absolutamente todos sean de «derecha» o de «izquierda» y eso es completamente imposible porque los seres humanos no somos una copia exacta de los otros. Los nazis y los soviéticos son los que más se atrevieron a luchar por esa homogeneidad de pensamiento y ya conocemos las desastrosas consecuencias. Asumir que siempre tenemos que estar unidos significa supeditar nuestra individualidad al colectivo en absolutamente todos los casos.
La realidad es que, aunque los mexicanos tengamos muchas coincidencias, también tenemos muchas diferencias, las cuales se ven reflejadas en discusiones, conflictos y debates. Es natural que en algunas ocasiones la sociedad se polarice (si hablamos de política o derechos sociales) y otras en las que se una (en caso de un terremoto o en caso de que su país sea invadido por un agente externo) sin que exista una contradicción o incongruencia.
Ser parte de una sociedad no solo implica compartir valores comunes, sino también reconocer la heterogeneidad: que no todos estarán de acuerdo con lo que pensamos y que diferentes personas posiblemente se opongan a nuestros deseos o nuestras luchas sin que eso implique un ataque a nuestra integridad.
Gracias a esta heterogeneidad y conflicto permanente es que nuestra sociedad puede avanzar y no quedarse estancada. Gracias a esa heterogeneidad y al disentimiento es que se han llevado profundas transformaciones sociales. La cuestión debería basarse más en la forma en que se lleva a cabo dicho conflicto. No es lo mismo utilizar la violencia que debatir o utilizar los órganos institucionales para ello. Sí, nos falta mucha madurez para debatir, pero eso no se debe a que el conflicto sea indeseable. Por el contrario, asumir el conflicto es un primer paso para madurar la forma en la que nos conflictuamos.