El 50 aniversario de la masacre estudiantil, un momento de repensar nuestra historia

Oct 2, 2018

Hoy se cumple medio siglo de la masacre de Tlatelolco. Ésta fue el inicio del fin del régimen del partido único que ya nunca logró el apogeo ni la legitimidad de décadas anteriores.

El 50 aniversario de la masacre estudiantil, un momento de repensar nuestra historia

A diferencia de lo ocurrido en otros regímenes latinoamericanos, el nuestro, el del partido único del PRI, no se caracterizó por su constante represión a los opositores sino por su absorción e inclusión dentro del aparato de poder. Se absorbía a los intelectuales de su tiempo e incluso se les permitía cierta forma de disensión y expresión en tanto ello no pusiera en riesgo el poder que el aparato tenía: muralistas, escritores, artistas, muchos de ellos llegaron a formar parte de la familia del PRI.

La masacre del 68 fue más bien una excepción a la regla. Pero fue una cruda, dura e hiriente excepción. Al punto en que dicha herida sigue viva dentro del inconsciente colectivo mexicano.

Se repite una y otra vez que el dos de octubre no se olvida, es una herida que influyó en la reconfiguración de la política mexicana y la evolución de los movimientos sociales. En momentos de tensión geopolítica donde Occidente y la URSS buscaban hacerse de la hegemonía mundial, no sobraron las sospechas de que los rusos o la CIA pudieran haber estado influyendo sobre la manifestación y ello fue lo que desató la paranoia de Gustavo Díaz Ordaz que derivó en la matanza estudiantil.

La masacre fue la primera fractura dentro de la estructura del régimen del partido único. Hasta antes de ese evento, de lo que se hablaba era del milagro mexicano, del crecimiento sostenido, del desarrollo de infraestructura. El aroma a progreso no se podía negar, pero éste iba a acompañado de una restricción hacia varias libertades y derechos que hoy consideramos como garantizados. Burlarse de Díaz Ordaz como hacían en ese entonces los estudiantes era una afrenta contra el sistema y el status quo. En ese entonces era mal visto burlarse del Presidente, no era para nada como en estos tiempos que hasta el individuo más tranquilo y conservador comparte chistes de Peña Nieto. Los jóvenes, en un año que coincidió con varios movimientos estudiantiles de izquierda como el acontecido en Francia, querían emanciparse de una forma de gobierno que a la postre sería conocida como la «dictadura perfecta». 

Los familiares de los estudiantes nunca vieron algo parecido a la justicia. Ellos estaban solos ante un sistema que, ante la indignación, comenzó a absorber a parte de la intelectualidad a sus filas, lo cual también disipó la fuerza de dicho movimiento. Otros tuvieron a sus hijos en los separos, algunos de los cuales fueron torturados. Díaz Ordaz murió en paz, Luis Echeverría vive sus últimos años de su vida en su casa (bastante grande, por cierto). 

El régimen del partido único se comenzó a fracturar desde ese entonces. Los presidentes que le sucedieron a Díaz Ordaz buscaron calmar las aguas a través de un oneroso gasto público (que empezó a repercutir en las finanzas del país) y de frustradas visitas a la propia UNAM donde Luis Echeverría les advirtió a los estudiantes que no se dejaran manipular por la CIA y el fascismo. Desde ese entonces, la figura presidencial comenzó a perder respeto y a ser objeto de burlas. Si bien, el régimen del partido único sobrevivió hasta el 2000, ya nunca vivió etapa alguna de crecimiento sostenido, ni de legitimidad ante la mayoría de la población. Algo se había fracturado. 

Algunos recuerdan ese México «pre68» con nostalgia. Existían menos libertades sociales y políticas, dicen, pero a cambio existía un país más tranquilo y estable, sin mayores complicaciones. Pero regresar al pasado es absurdo, y también es debatible si el México de esos tiempos era mejor que el de ahora. Tal vez el problema es que, dentro de las nuevas libertades que hemos adquirido, no hemos logrado construir país con instituciones más sólidas. La democracia convive con los vicios propios de ese sistema al cual algunos le tienen tanta nostalgia. Tal vez el problema no fue que hayamos abandonado ese pasado que algunos añoran, el problema tal vez fue que no lo terminamos de abandonar del todo.

Hoy, que se cumplen 50 años de los lamentables hechos, no solo deberíamos evitar que el 2 de octubre no se olvide, sino que tampoco debemos olvidar lo que sucedió después y que es lo que nos tiene hasta aquí. Estos 50 años son un buen pretexto para repensar nuestra historia contemporánea, donde pasamos de un régimen de partido único a una democracia que todavía no ha terminado de tomar forma.