Las etiquetas (esas de las que tanto nos quejamos pero que tanto usamos) juegan un papel importante dentro de la psique humana ya que fungen como una suerte de atajos mentales que nos son útiles ya que la racionalización, si bien es mucho más precisa, suele ser más bien lenta y poco útil cuando se debe hacer un juicio o tomar una decisión donde el tiempo no es lo que sobra.
Pongo un ejemplo: imagina que vas caminando por la calle en un barrio peligroso y, al frente de ti, caminan unos “cholos” que están tatuados, tienen aretes y camisas sin mangas que presumen unos músculos fornidos. Es imposible determinar si estos cholos en específico pueden representar un riesgo para tu integridad ya que no sabes si se dedican a proteger a su comunidad de delincuentes, o bien, ellos son delincuentes. Es imposible hacer un juicio específico de estos cholos porque no sabes quienes son, ni su historia de vida y saberlo te llevaría mucho más tiempo que el que necesites para tomar una decisión acertada. Aquí es cuando las generalizaciones o etiquetas funcionan: tú piensas que los cholos generalmente son personas violentas que ponen en riesgo tu integridad porque así lo has aprendido en tu cultura, por experiencia personal o por los medios de comunicación, y entonces decides cruzar la banqueta para no pasar donde ellos están. Aunque no puedes estar seguro si esas personas representan un riesgo en realidad, es evidente que la decisión mas sensata es evadirlos “por si llegaran a ser violentos”. Es una decisión que lleva muy pocos segundos y donde el inconsciente juega un papel muy importante (a veces al punto en que no siempre sabes a nivel consciente por qué tomaste esa decisión), por eso es que la reacción parece tener un carácter instintivo.
Pero si bien las etiquetas suelen ser atajos mentales que en ciertas circunstancias nos pueden ayudar, también son proclives a contener prejuicios irracionales, algunos de los cuales pueden terminar afectando a terceras personas. Además, el ser humano es proclive a utilizar etiquetas llenas de prejuicios en entornos en los que sí puede ser capaz de emitir un juicio de una persona, idea o cosa mediante un proceso racional con base en los recursos que tiene a la mano. Las actitudes racistas, clasistas y xenofóbicas son claros ejemplos de como esas generalizaciones pueden llegar a mantenerse si no hay voluntad alguna por parte del individuo. Este es el caso de Pedro Carrizales “El Mijis”, el candidato a Diputado Local de MORENA que tanta polémica ha generado estos días.
La reacción de muchas personas ante este candidato que estaba tatuado, y que se hacía acompañar de otras personas tatuadas, tuvo un alto contenido clasista y discriminatorio. Muchos se empezaron a burlar e incluso criticaron a su partido y a AMLO por permitir que se postulara a un candidato con este perfil. Pero en este caso, a diferencia del ejemplo que narré, quien hace el juicio tiene todo el tiempo y todos los recursos para poder hacer un juicio racional con base en los elementos que tiene a la mano. Basta utilizar algún motor de búsqueda o un portal de noticias para conocer la historia de esta persona y darse cuenta que aquello que para muchos es un defecto o motivo de discriminación es reflejo más bien de una virtud: un hombre que salió de graves problemas relacionados con el pandillerismo y que, a través de la política, pretende dar empleos a pandilleros para que se regeneren y se conviertan en hombres de bien. ¿Está «el Mijis» preparado para ser Diputado local? No lo sé, aunque el debate no giró en torno a su preparación, sino a su aspecto, que fue muy relacionado también con esta idea de la «amnistía a los delincuentes».
Las etiquetas nos ayudan cuando necesitamos tomar una decisión rápida, de vida o muerte, donde no nos podemos dar el lujo de utilizar la razón para emitir un juicio por falta de tiempo o recursos, pero es una irresponsabilidad recurrir a ellas por pereza o por la poca disposición a empatizar con las demás personas. Además, deberíamos revisar las etiquetas que utilizamos periódicamente ya que estas pueden contener prejuicios que no tienen relación alguna con la realidad: etiquetas como las de “los pobres son pobres porque quieren”, “todos los ricos son malos” y muchas otras que hemos aprendido dentro de nuestra cultura pero que no empatan con la realidad.
Parte del combate a la discriminación está estrechamente relacionado con la deconstrucción de las narrativas que están contenidas dentro de estas etiquetas. No se debería pretender eliminarlas, sino apegarlas, en la medida de lo posible, a la realidad. Las etiquetas, en tanto que atajos mentales, suelen funcionar más bien de forma inconsciente, al punto en que algún sujeto puede emitir una opinión sobre algún tema de forma racional pero que se contradice con las etiquetas o prejuicios que operan al nivel del inconsciente. Cuando digo que debemos revisar nuestras etiquetas, eso implica que las traigamos al nivel de lo consciente para poder analizarlas y desmenuzarlas de tal forma que no se transformen en actos discriminatorios. Mientras no hagamos eso, nuestros prejuicios seguirán condicionando nuestro comportamiento y seguirán afectando a muchas personas que, sin haber hecho absolutamente nada, son discriminadas e incluso aisladas de la sociedad.