En el libro «Political Brain» de Dres Westen, se narra un experimento para tratar de entender qué tan racional es el hombre a la hora de decantarse por un candidato o candidata. En dicho experimento se sometió a los participantes (que simpatizaban con los republicanos o con los demócratas) a una serie de diapositivas: en la primera, cierto político hacía una afirmación, y en la siguiente hacía otra afirmación que se contradecía con la primera (Por poner un ejemplo, un candidato dice: «voy a subir el salario mínimo para ayudar a las familias que menos tienen» y un mes después ante empresarios dice «subir el salario mínimo es una medida artificial que va a detonar la inflación»). Luego, se les pedía que en una escala del 1 al 5 evaluaran qué tan contradictorio era dicho candidato.
Resultó que los participantes le dieron una calificación más alta (más contradictorio) al político del partido con el que no simpatizaban, en tanto que, de la misma forma, relativizaban las contradicciones del político del partido con el que tenían simpatías. Al primero le daban un 5 y al otro un 2 o 3. Las reacciones en el cerebro de los participantes iban en consonancia, los participantes buscaban reducir aquellas sensaciones que les parecieran desagradables e incómodas (como caer en la cuenta de que su candidato era un mentiroso).
Cuando de una elección se trata, todos juran ser objetivos y racionales. Todos juran estar del lado de los que piensan, mientras que los otros son los emocionales, los viscerales, y hasta los pendejos y los ignorantes; como si la elección se tratara de una batalla entre los que sí piensan y los pendejos. Peor aún, creen que haciendo gala de su superioridad moral van a lograr persuadir a los otros:
– A ver, voy a compartir este post y le voy a poner: «para que se eduquen, chairos ignorantes». Así le voy a quitar algunos votos a López Obrador.
En realidad, eso es muestra de que ellos mismos también están siendo muy irracionales. En principio, porque ni siquiera saben las razones por las cuales sus «contrapartes» van a votar por uno u otro candidato. Creen que «escuchar las razones del otro» es ceder, cuando bien les podrían dar más información para llevar a cabo una elección racional. En ese momento, elegir a un candidato deja de ser un tema de racionalidad y comienza a ser una batalla donde cada quien agarra una bandera.
Por eso es que en los debates las tendencias se mueven más bien poco y sólo llegan a influir entre los que están más indecisos. Los que han tomado una postura no la van a cambiar y el debate solamente les funciona para reafirmar su postura. Tómese como constante en esta elección la batalla entre el lopezobradorismo y el antilopezobradorismo. Según Demotecnia, AMLO fue el gran ganador del debate, pero al mismo tiempo también fue el gran perdedor del debate.
¿Por qué pasa esto? Porque la postura que los electores tienen frente a López Obrador (sea positiva o negativa) se explica más por las emociones que por la razón. Las dos emociones que mueven más estas elecciones tienen que ver con el tabasqueño. López Obrador es el depositario del hartazgo hacia el gobierno actual y el sistema, y «se le tiene miedo» a López Obrador. No hay medias tintas con el candidato, no son muchos los que se atreverían a decir: «pronostico que AMLO no gobernará muy bien pero no ocurrirá una catástrofe» o «la presidencia de AMLO será medianamente aceptable» aunque esos escenarios bien pueden plausibles.
El efecto de la polarización, generada tanto por el tabasqueño con su discurso como por sus críticos acérrimos con las campañas de contraste, ha acentuado estas posturas. Unos esperan un cambio profundo y otros una tragedia. Eso también explica por qué la postura hacia López Obrador suele ser más dura e incluso rayar en el fanatismo en muchas ocasiones, mientras que los otros dos candidatos casi no generan emociones ni de una simpatía extrema ni de un fuerte rechazo, sino más bien de indiferencia, cierto desprecio o más bien como vía para ejercer el voto útil contra AMLO.
Este sesgo de confirmación no es necesariamente producto de la ignorancia, ya que es posible verlo hasta en los más eruditos quienes hacen juicios de los candidatos con base en sus posturas ideológicas. Esta irracionalidad tal vez tenga algún sentido de existir ya que es muy complejo y difícil pronosticar bien a bien cómo es que un candidato va a gobernar, y sólo es posible tener una vaga aproximación con información limitada porque ni siquiera conocemos el entorno en el que gobernará.
Una forma de tener alguna aproximación es analizando las propuestas y corroborar que estén bien sustentadas. Para saberlo será, en muchos casos, necesaria la opinión de expertos en el tema de quienes debemos esperar que algún tipo de sesgo no tuerza la evaluación ya que prácticamente nadie tiene la preparación en todas las áreas en las que un Presidente gobernará. Habrá que ver si están realmente dispuestos a cumplirlas o son actos de propaganda; y si están dispuestos a hacerlo, habríamos de preguntarnos si habrá la posibilidad política de aplicarlas (por ejemplo, reformas que necesiten una mayoría en el Congreso).
Importa, sí, el historial del candidato y su reputación. Pero aunque sea buena o mala, tampoco sabemos bien a bien cómo podrá reflejarse en su gestión. Hay atributos que pueden ser vistos como malos pero que en ciertos contextos podrían llegar a ser buenos. Me viene la mente cuando a Anaya se le acusa (con razón) de haber traicionado a otros políticos para salirse con la suya. Esa agudeza política no siempre será nociva, en ciertos contextos podría incluso generar algunos aciertos.
Entendiendo todo esto, podemos concluir que emitir un voto racional es más bien complicado. Y ya que la realidad objetiva en esta cuestión es difícil de alcanzar y evaluar dada su complejidad, las subjetividades y las emociones juegan, sí o sí, un papel muy importante. Aunque esta imposibilidad no significa que nos dejemos llevar completamente por las emociones, sino reconocer nuestras limitaciones y procurar acercarnos a la realidad objetiva lo más posible, aunque no la alcancemos del todo.
Si se le viera desde un punto de vista racional y pragmático, un solo voto no vale casi nada. A menos que la diferencia entre los dos punteros sea de un solo voto, el voto de una sola persona no alterará el resultado de la elección. Pero en realidad muchos de los electores están deliberando y discutiendo su forma de votar durante toda su campaña y, pasados los años, recuerdan muy bien por quienes votaron (al menos los cargos muy importantes). Debe haber necesariamente un componente emocional para que la gente salga a votar.
Un voto también es una forma de reafirmarse personalmente, es también una suerte de expresión personal. Cuando una persona vota por tal o cual candidato reafirma ciertos valores o intenta mandar un mensaje. Su voto casi no hará diferencia, pero sentirá un placer dentro de su organismo cuando vote por un candidato para votar al sistema o cuando vote en contra del otro candidato. También alimenta su sentimiento de pertenencia, lo cual es fácilmente demostrable en las redes sociales donde se crean facciones: «los chairos contra los fachos o derechosos». Votar es pertenecer a algo, a una forma de percibir y concebir la realidad, percepción que está dada por factores culturales, de historia personal y hasta genéticos, donde algunos valores tienen prioridad sobre otros: algunos se preocupan más por la libertad que por la igualdad y viceversa.
Cuando una persona cuestiona a otra y le dice: «qué pendejo, cómo votaste por Anaya», no sólo está haciendo un juicio de su voto, sino de su persona, porque su forma de votar podrá reflejar algo de su persona e incluso se atreverá asumir atributos que tal vez ni siquiera la otra persona posee. Incluso evaluamos las subjetividades de la otra persona por medio de nuestras subjetividades propias. Por eso es que un ínfimo voto que por sí mismo no cambia ninguna realidad puede llevar a mucha gente a perder amigos o hasta familiares.
A menos que una persona piense votar por un candidato porque tiene un gran deseo de afectar a otras personas (por ejemplo, votar por un candidato que deseé atentar contra la integridad o dignidad de algún sector social), hacer un juicio sobre la integridad de una persona tan sólo por su intención de voto es un acto irresponsable.
Por eso es importante recordar que, antes de juzgar a otra persona por su forma de votar, recuerdes que es muy posible, si no es que seguro, que las emociones también estén teniendo una influencia sobre tu voto.