Firma en change.org para oponerte a la Ley de Seguridad Interior, firma para que el gobierno no censure en Twitter, firma para oponernos al gasolinazo, firma para que tu vecino quite la basura de tu canasto, firma porque es injusto que tu mamá te haya castigado en tu cuarto. Firma aquí, firma allá, firma por esto, firma por aquello, firma en change.org.
Charge.org es la máxima expresión del activismo de sofá. Ese activismo que no le requiere esfuerzo alguno al individuo más que agarrar su teléfono inteligente y apretar un botón. Y tristemente tengo que decir que dentro del activismo así como todo en la vida todo lo que vale la pena implica un esfuerzo. Si es fácil y cómodo, entonces no vale la pena.
Seamos sinceros, imagina que eres un político corrupto, uno de esos que está a punto de aprobar una medida polémica: por ejemplo, vas a subir los impuestos o vas a reducir las prestaciones sociales. Entras a tu computadora y ves una de esas peticiones de change.org que tiene como diez mil firmas de gente molesta con esa medida que está a punto de aprobar (dudo que en la práctica lo vean o siquiera se enteren de ello). ¿De verdad te importaría?
¿De verdad crees que los políticos no saben que una medida que están a punto de tomar va a generar indignación? Lo saben muy bien y lo asumen, o ya lo han medido con antelación, saben que sus beneficios son mucho más altos que el «costo» de tener a decenas de miles de personas indignadas, menos aún si se quedan en su casa mandando peticiones en change.org. Para ellos eso no representa nada, no les dice nada siquiera, no representa una amenaza porque como tal un bonche de personas en change.org no afecta de ninguna forma su poder porque en realidad no están haciendo absolutamente nada más que un acto de catársis. El político corrupto se ríe y siente hasta ternura: «me los estoy chingando y en vez de que me pongan en mi madre andan firmando en change.org ¡bendito Internet! Hasta es menos molesto que cuando me dicen de cosas en el Twitter».
De hecho ellos podrían estar muy felices con change.org porque así los indignados canalizan su molestia en un espacio virtual en vez de que salgan a las calles o se organicen. Por eso es que hay tantas peticiones y por eso es que si se pone la atención debida casi ninguna de ellas funciona: es un placebo.
Hay quienes podrán decir que esas peticiones ayudan a correr la voz, que más personas se enteran de la «polémica medida que el gobierno está por implementar» porque cuando firmas una petición la aplicación te permite postearla en el Facebook de tus contactos. El problema es que lo más seguro es que ya se hayan enterado por otros medios, y también es muy probable que ni siquiera le pongan mucha atención. A veces me llegan tantas peticiones que termino ignorándolas de forma automática. Y siempre siempre que me llega una petición ya me había enterado de la noticia en Twitter o en un portal de Internet.
Y a pesar de todo, el sujeto aprieta el botón rojo para firmar y apaga su teléfono contento de que «ya hizo algo».
Y mientras, el político ríe y dice: «hay que robarles más».