Tenía un poco de miedo de ver la película. No sabía cómo podría Pixar tratar, de forma exitosa, algo tan valioso y delicado para nosotros (aunque subestimado al mismo tiempo) como nuestras raíces y nuestra cultura. ¿Cómo amalgamar nuestra cultura con una película de fantasía la cual esperas que sea un éxito de taquilla en todo el mundo? ¿Cómo lo podría hacer una empresa de una nación cuya cultura está basada en la simplicidad y no en la complejidad de la nuestra? Para muchos podría sonar imposible como si ya tuviéramos suficiente con la caricaturización de «lo mexicano» como ocurre con el mexicano flojo durmiendo con su sombrero en un nopal o con los Taco Bell que abundan en avenidas norteamericanas.
Pero creo que Pixar, a grandes rasgos, lo logró. Podríamos señalar tal vez algunos detalles que pudieron ser mejores, pero en general funciona. No me sentí insultado, de hecho me sentí muy familiarizado porque parece que esta vez un medio de entretenimiento estadounidense sí logró meterse en las entrañas de nuestra cultura y sacar una obra valiosa. La recreación sí me pareció muy mexicana. Me sentí dentro de uno de tantos pueblos tradicionales de nuestro país, y vaya que es un reto mayor cuando se hace por medio de la recreación digital. Pero voy más allá: el mundo de los muertos me recordó también un poco al realismo mágico muy típico de la literatura mexicana y latinoamericana: la fantasía me recordó un poquito más de Pedro Páramo que de los burritos mexicanos del McDonalds. A veces se aprecian algunas «gringadas», pero nada para alarmarse, nada que rompiera con una narrativa bastante decente de nuestra cultura.
En un interesante artículo que escribió Ramón Gallegos (un amigo mío) sobre el mismo tema, se señala que muchas de nuestras tradiciones son valoradas dentro de nuestro país hasta que son admiradas en el extranjero. Concuerdo con él cuando dice que de pequeños gozábamos más del Halloween y que el Día de Muertos parecía ser algo hasta impuesto por las instituciones gubernamentales o eclesiásticas para evitar que se perdiera la tradición. En la primaria, los niños gozaban más del Halloween, de disfrazarse y pedir dulces. Y hasta que se rodó Spectre, la película de James Bond, en nuestro país, el desfile de Día de Muertos se volvió una tradición. Allá afuera admiran nuestra cultura y nuestras tradiciones. Al parecer, nosotros no tanto. Nuestra «autoestima colectiva» es lo suficientemente baja como para pensar que lo nuestro es algo muy valioso y único.
Por eso es que, sea como sea, se agradecen estas obras que logran recordarnos a los mexicanos lo valiosas que son nuestras tradiciones. Es triste que lo tengan que hacer los extranjeros por nosotros, pero a la vez nos ayuda a recordar el poder que tiene nuestra cultura. Los internacionalistas y politólogos hablan de que México necesita tener una mayor capacidad de influir culturalmente en otros países (eso que llaman «soft power» o poder blando), sugieren reforzar nuestra «marca-país», pero ahí tenemos muchísimos recursos a los cuales parece que ni volteamos a ver, que están en espera de usarse.
Es notorio que los escritores se molestaron en entender nuestras raíces cuando, al ver la película, me percaté que habían dejado al lado varios de los clichés «norteamericanos» que siempre se plasman en este tipo de obras para darle una narrativa muy mexicana. A pesar de mostrar un ambiente pueblerino, no se centraron en «lo pobre o lo jodido» como suele pasar con las películas hollywoodenses. Por el contrario, muestran ese color, ese sabor de nuestra cultura, esas peculiaridades de lo más profundo de nuestras tradiciones: lo bello, el talento, los lazos sociales. Entendieron bien la tradición el Día de Muertos, lo que significa esta festividad dentro de nuestra cultura y lo plasmaron muy bien.
Y todo esto lo podemos ver desde el inicio, desde la ambientación (casas pueblerinas bonitas, arreglos tradicionales), desde los roles de los personajes, la abuela regañona que carga la chancla y que le da besos al niño, hasta el tío que porta el jersey de la Selección Mexicana o el niño inquieto, o el modelo de familia vertical y sociocéntrico donde lo colectivo importa más que lo individual, donde hay un patriarca (o una matriarca, como en este caso) que dice qué es lo que se tiene que hacer y al cual todos obedecen (y no desde una perspectiva crítica o criticona como podría esperarse).
Temía que la obra intentara menospreciar ese «sociocentrismo» y que fuera reemplazado por el individualismo o por una cultura insertada dentro de la posmodernidad donde el placer o el deseo del individuo se deshiciera de todas esas estructuras a las que se siente atado y que le impide el goce. En realidad, quien representa aquello no es el héroe, sino el villano Ernesto de la Cruz, aquel músico que sólo se bastaba a sí mismo. Miguel, el personaje principal, se vio tentado a seguir sus pasos, a dejar sus lazos familiares para buscar su sueño. Con la frase «vive tu momento» Ernesto de la Cruz inspiraba a Miguel. Y si quería vivir su momento, Miguel asumía que tenía que desencadenarse de su pasado, de la familia que lo condenaba a ser zapatero, para llegar a ser músico.
Pero la trama de la película nos muestra más bien una reconciliación del pasado con lo moderno. Hegel puede sernos de utilidad para explicar esto: su dialéctica histórica tiene tres momentos: la tesis, la antítesis y la síntesis. La síntesis como producto de las dos anteriores. En el caso de Coco, la tesis es la familia de Miguel (junto con sus valores tradicionales y jerárquicos) , la antítesis es su deseo de dejar todo para cumplir su sueño de ser músico, y la síntesis es la reconciliación entre su sueño y sus raíces. Dicho esto, ahora recurriré al héroe que describe Jordan Peterson en su libro Maps of Meaning, el cual es muy útil para explicar esta reconciliación y que a la vez es una muy buena forma de explicar cómo es que las estructuras sociales pueden reformarse sin correr el riesgo de que colapsen:
Explicado desde un punto de vista muy mitológico, una sociedad determinada oscila entre el orden (representado por Peterson con la figura del padre) y el caos (representado por la figura de la madre). Si una sociedad es excesivamente ordenada se vuelve rígida y termina degenerando, producto de su propia rigidez. A la vez, si una sociedad es excesivamente caótica, degrada porque le es imposible mantener las estructuras que lo sostienen. Se podría asociar la rigidez con el conservadurismo duro, o en el caso de la película de Coco, con un régimen familiar rígido que impide a Miguel seguir sus sueños. Y de la misma forma se podría asociar al caos con su deseo de ser músico y «vivir el momento» La figura y leyenda de Ernesto de la Cruz invitaba a Miguel a sumirse profundamente en el caos, a romper todo orden y lazos sociales que le daban, hasta ese momento, sentido a su vida así como una identidad. Afortunadamente, Miguel asumió el papel del héroe, gracias a quien se da esta reconciliación entre lo tradicional y lo moderno: el orden y el caos.
¿Qué es el héroe según Peterson? No es aquel que se somete al caos, sino aquel que se enfrenta y sostiene una batalla contra él del cual sale victorioso, y gracias a lo cual logra reformar las estructuras a las que pertenece sin el riesgo de debilitar su estructura. Miguel conoció el caos o «lo desconocido» cuando entró al mundo de los muertos para buscar a de la Cruz, su ídolo. Salió victorioso porque, como producto de su enfrentamiento, reconcilio a su familia con su pasado. Gracias a ese enfrentamiento, su familia aprendió a perdonar al tatarabuelo, de quien asumían los había traicionado (cuando en realidad había sido envenenado por Ernesto de la Cruz), lo cual a su vez permitió que su familia le diera el visto bueno para que pudiera convertirse en músico. Gracias a la valentía de Miguel (porque pudo decidir ser cobarde al no seguir su sueño, o de igual manera, al huir para seguir los pasos de quien sería un impostor) pudo conciliar dos de sus más grandes anhelos (lo cual parecía imposible): ser parte de una familia que le tiene cariño y ser músico.
Esta reconciliación explica mucho el éxito de la película. Al final, el mensaje es que es posible seguir tus sueños sin olvidar de donde vienes, sin olvidar que fuiste educado por una familia que te dio una escala de valores éticos y morales. Fueron capaces de crear uno de esos finales emotivos muy «estadounidenses» sin dejar del lado ese detalle tan «mexicano». La película recuerda eso que Hollywood a veces llega a menospreciar: que la familia es la base de la sociedad. Esa reconciliación que he narrado es la misma que permite a Pixar poder echar mano de algo tan valioso y delicado como una de las tradiciones mexicanas más importantes para hacer una película que necesita ser económicamente rentable, y que guste no sólo a los mexicanos, sino a cualquier persona de cualquier nación o cultura.
Pero esa reconciliación no debería ser solamente parte de una película. A los mexicanos nos falta reconciliarnos con nuestro pasado. Nos hace falta conciliar nuestro pasado con la modernidad, donde podamos aspirar a ser un país moderno y progresista, pero que eso no implique que dejemos nuestras raíces a un lado. Ese, para mí, es el mensaje más importante de Coco, mensaje que posiblemente no tenía la intención de ser emitido de forma deliberada por los escritores, pero que ahí estaba guardado.
Por eso es que puedo sentirme satisfecho con esta obra y salir del cine sabiendo que no vi solamente una «caricaturización más» de nuestra cultura. México es mucho más rico que un flojo durmiendo en un nopal o que un taco artificial. Y creo que, por fin, alguien allá afuera logro transmitirlo.