Siempre he tenido la curiosidad: Cuando la gente habla de derechos humanos ¿los aborda en su universalidad donde estos trasciendan cualquier cualquier ideología o corriente de pensamiento? ¿O defienden los derechos humanos como si estos fueran un mero instrumento de alguna ideología determinada?
Me he podido percatar, al menos en redes sociales, que algunas personas (incluyendo algunos que se dicen ser líderes de opinión) responderían más bien a la segunda pregunta. Es decir, los derechos humanos les sirven para defender o atacar alguna ideología determinada.
Hace unas semanas así ocurrió con algunas personas quienes aseguran ubicarse a la izquierda del espectro político. Relativizaron a más no poder la represión orquestada por Nicolás Maduro. La intentaron justificar afirmando que los manifestantes estaban manipulados por «la derecha internacional» o el imperalismo. Defender los derechos humanos como tales habría significado para ellos aceptar las falencias de su doctrina o del régimen que defienden (porque no sería compatible defender ambas cosas al mismo tiempo). En aras de la «justicia social» decidieron hacer caso omiso de la agresión (que incluyó algunas muertes) del gobierno de Maduro hacia varios ciudadanos venezolanos (por más paradójico que parezca). Se vale, dicen, agredir a los manifestantes porque están manipulados, son enviados, pertenecen a alguna clase de interés oscuro.
Ahora ha vuelto a ocurrir lo mismo con la represión que sufrieron los catalanes, pero en este caso son algunos conservadores los que han sido parte de la hipocresía. Varios han justificado la represión del gobierno de Mariano Rajoy para «defender la legalidad y el Estado de derecho». En efecto, el referendum al que convocaron era ilegal, pero los manifestantes nunca usaron la violencia o dieron alguna razón que permitiera a las autoridades utilizar la fuerza bruta.
En ambos casos, para tratar de desestimar el argumento de que las víctimas de la represión son inocentes, intentan convencer a la opinión pública de que no es así compartiendo «evidencias» de algún manifestante que se descarrió, algunos otros pocos que hicieron pintas, para así mostrarlos como si fueran parte de un todo, como si fueran la regla y no la excepción. Así entonces, la represión no es represión sino solamente la «aplicación de la ley».
Y la represión, en tanto no es una respuesta a la violencia o no tiene como fin disuadir los actos violentos de un grupo o una organización, no puede ser justificada de ninguna forma.
Quienes argumentan así, quienes relativizan o justifican actos represivos, no conciben los derechos humanos como universales y niegan de forma tácita que éstos trasciendan cualquier ideología. Hannah Arendt decía que las dictaduras totalitarias no están fundamentadas en la idea de que el ser humano es un ser digno cuya integridad debe respetarse, sino que todo debe «reinterpretarse» para que pueda caber en la ideología y por tanto, ésta no pueda contradecirse. La dignidad del ser humano está condicionada a la ideología, y si hubiera alguna incompatibilidad, es de la dignidad de la que se debe prescindir, no de la ideología misma. Si bien, ni el régimen de Maduro ni el gobierno de Rajoy son dictaduras totalitarias, sí podemos advertir que muchas personas son capaces de relativizar o negar estos derechos universales para poder darle fuerza a la corriente ideológica que defienden.
Algunos hablarán de la libertad y el Estado de derecho, otros hablarán de la justicia social. Todos esos conceptos son loables, pero cuando se promueven solamente como parte de una doctrina o de un conjunto rígido de ideas, pierden fuerza y validez (Un Estado de derecho que reprime a los ciudadanos ya no puede concebirse como tal, ni tampoco la justicia social, en tanto niega a los individuos el derecho a manifestarse). A partir de aquí entonces constatamos que ni siquiera esto trata ya de los principios básicos de la doctrina, sino del poder. Porque si algo hemos aprendido a través de la historia es que el poder termina pervirtiendo la esencia de la doctrina y ésta termina siendo solamente un instrumento a favor de quienes buscan ostentar o conservar el poder.
Los derechos humanos son universales, todos los individuos somos dignos y nuestra integridad debe de estar garantizada. Por eso es que debemos advertir cuando éstos quedan sujetos a algún interés o doctrina política. Los derechos humanos trascienden cualquier doctrina porque son los seres humanos quienes han creado las doctrinas, no al revés.