Casi todo México ha cerrado filas. Con excepción de unos pocos sumidos en la crítica y el meme barato, la mayoría de los mexicanos están poniendo su granito de arena para ayudar a los suyos. Esto sin importar clase social, género o raza.
Pero si queremos ayudar de la mejor forma posible, también hay que comprender nuestras limitaciones como seres humanos.
Es decir, hubo algo que nos motivó a romper nuestra rutina diaria: algunos dejaron de ir al gimnasio, otros trabajamos menos horas y no «nos divertimos» el fin de semana. Vimos atónitos videos de edificios caerse, de gente gritar, de personas atrapadas, de muertos, de perros que se convirtieron en héroes. Esa angustia de «sentirla cerca», de sentirnos vulnerables, modificó nuestros hábitos.
A esto se sumó un círculo virtuoso. Conforme más personas se involucraban, subían y compartían información, muchas más personas se motivaron a ayudar. Se crearon insignias que representan este despertar ciudadano (por ejemplo, la perra Frida). No sólo se trataba de una intención sincera, sino también de un sentimiento de pertenencia. Así como las tribus suelen defender y ayudar a los suyos de las amenazas exteriores porque el individuo está más protegido dentro de una tribu que en la completa soledad, nosotros decidimos ayudar a los nuestros. Conforme el ser humano evoluciona, el círculo con el que empatizamos se vuelve más grande. Ya no sólo son los círculos con los que mantenemos lazos consanguíneos, sino los habitantes de nuestra ciudad, nuestro país, Occidente y hasta con cualquier población del mundo (aunque no sea en la misma medida). Por esto se explica que muchas personas de otros países se preocuparan por nosotros. Los círculos de empatía han crecido al grado que Cristiano Ronaldo se ha solidarizado con la madre del niño (ferviente admirador suyo) que murió a causa del terremoto.
Pero este círculo vicioso es finito. Es difícil mantener la llama prendida hasta que se terminen de resolver por completo los problemas que el terremoto ha causado (lo cual posiblemente dure años). Con las semanas, la llama se ira apagando, el furor irá desapareciendo y volveremos a nuestras vidas normales (lo cual incluye, que muchos capitalinos ya no tengan tanto miedo a dormir en su departamento). Mientras tanto, la gran mayoría de las víctimas no abandonarán su condición. Muchos seguirán viviendo desamparados en albergues, muchos no tendrán donde vivir o seguirán llorando a los seres queridos que ya no están aquí. Se empezará a reconstruir la ciudad, las empresas inmobiliarias buscarán preguntar por los lugares siniestrados para levantar torres de departamentos más modernos (lo cual, hasta donde he escuchado, ya está ocurriendo), y ante una sociedad que ya no pone «tanto el dedo sobre la llaga» no se eliminarán del todo los incentivos para involucrarse en actos de corrupción (lo cual explica por qué algunos edificios nuevos cayeron).
En unas semanas ya no se compartirán muchos tweets relacionados con el terremoto, la gente hablará del partido de futbol o de la nueva serie de Netflix; y mientras tanto, las víctimas posiblemente se sentirán más solas. Mientras intentan ver cómo conseguir una nueva casa o mientra demandan a la agencia inmobiliaria que les prometió un edificio de acero y les dio uno de plástico, verán que ya no están «todos los mexicanos unidos» ayudándolos. Se sentirán más desamparados que nunca.
No, no es un acto de hipocresía. Por el contrario, hay pocas cosas más sinceras que la solidaridad de casi todos los mexicanos. Pero así es la condición humana y tenemos que aceptar nuestros límites.
Una de las razones que explican que esta llama se vaya apagando es el cansancio. Ayudar a los demás implica gastar energía, tanto física como intelectual; implica un esfuerzo extra, y para muchos, adoptar un modo de vida que no puede ser sostenida de forma indefinida. En mi caso, como en el de muchos otros, los síntomas de agotamiento comienzan a aparecer algunos días después. El individuo así como la sociedad tienen que regresar a su equilibrio natural. Esta reacción al terremoto, si concebimos a la sociedad como un organismo, es una alteración del equilibrio para poder neutralizar una amenaza exterior o los efectos de una afectación al organismo. Así ocurre cuando enfermamos de gripa y nos sentimos mal porque nuestras defensas están actuando en contra de un virus que puede poner en riesgo nuestra integridad.
Si entendemos esto como un fenómeno natural de nuestra especie y que es inevitable ¿qué podemos hacer para ayudar de mejor forma a las víctimas?
La primera sugerencia, y tal vez la más obvia, sería dosificar esfuerzos, de tal forma que «esa llama» dure un poco más. Es decir, evitar el agotamiento en la medida posible para que en unas semanas, cuando todavía existirán problemas, dispongamos de la suficiente energía para colaborar de una u otra forma. Será inevitable que regresemos a nuestra vida normal, pero al menos tendremos más disposición para seguir «haciendo algo».
Todos queremos gastar todas nuestras energías y romperla, pero también es bueno procurar descansar o distraernos un poco para en unas semanas sigamos estando en condiciones de ayudar.
La segunda es institucionalizar aquellas actividades que vayan encaminadas a ayudar a las víctimas de tal forma que no dependan del «furor del momento» y adquieran autonomía propia. Por ejemplo, es tiempo (y que al parecer ya se está planteando) de crear organismos cuya función sea vigilar que la reconstrucción de las ciudades siniestradas no se vean afectadas por la corrupción. Que las organizaciones de la sociedad civil, sobre todo aquellas que tengan expertise en el tema, se encarguen de vigilar las políticas gubernamentales y de ayudar de forma indefinida a las víctimas hasta que su problemas sean resueltos. Ya no estarán todos los mexicanos volcados en ayudar, pero sí lo harán las organizaciones más capacitadas para ello y en quienes las víctimas puedan apoyarse.
La tercera es intentar trascender toda esta energía a otro nivel y así promover cambios estructurales permanentes que ayuden, entre otras cosas, a que en un sismo futuro (que inevitablemente ocurrirá) sean menos las víctimas, pero también a promover un mejor gobierno y una mejor sociedad. Un ejemplo de esto es que los partidos políticos se hayan sentido orillados a renunciar a parte de su presupuesto, lo cual podría transformarse en políticas permanentes. Muchas veces son este tipo de tragedias las que originan cambios estructurales en las formas de gobierno de los países.
Hay muchas cosas por hacer, pero hay que aceptar que el «furor de ayudar» no durará para siempre. Por eso es que ha llegado la hora de plantearnos soluciones a largo plazo para ayudar a las víctimas y evitar, en la medida de lo posible, que sean las menos cuando ocurran catástrofes próximas.