Occidente se está secularizando, cada vez más personas de países desarrollados están dejando del lado la religión porque ésta ya no les satisface o porque simplemente no creen en la idea de que un dios creó todo el universo, ni creen que su sistema de valores deba estar sujeto a lo que diga una institución religiosa. Algunos anhelan que esta secularización se complete, que la religión desaparezca del mapa, porque dicen, superarla implicaría un avance evolutivo.
Algunos especialistas como Gabe Bullard aseguran que dicha secularización se da más en aquellos países o regiones donde los individuos han alcanzado un mayor nivel de vida y cuentan con la suficiente seguridad económica y social como para sentirse tranquilos (lo que explica que sea más marcado en Europa, que en Estados Unidos donde hay más pobreza y donde la red de protección social es más débil). El psicólogo Paul Bloom asegura, a su vez, que la razón por la que la religión tiene una mayor importancia dentro de los países menos favorecidos no es que ésta produzca la ignorancia y la pobreza (como algunos afirman) sino al contrario: como aquellos países son más pobres, son menos equitativos y más inseguros, la gente encuentra en la religión una forma de sentirse protegida y unida.
Además debemos hablar de las mujeres: ellas fueron más religiosas a través de la historia porque era la única forma en que podían trascender desde su pasividad, mientras que los hombres trascendían por medio de su rol activo dentro de la sociedad. La equidad de género y el rol cada vez más activo de la mujer hace que su interés en la religión se equipare cada vez más con el interés que los hombres ponen en ella.
Así, algunos aseguran que la desaparición de las religiones será consecuencia del desarrollo económico y social, y que cuando lleguemos a un mundo más desarrollado y menos equitativo, las religiones no tendrán razón de ser. La realidad, pienso yo, es algo más compleja que esto e incluso me atrevería a poner en tela de juicio el argumento de que la religión desaparecerá de la faz de la tierra.
Para tratar de entender el papel de la religión, primero me atrevería a hablar de tres etapas evolutivas (en realidad existen más, como las etapas prehistóricas, la de los humanos nómadas, los cazadores y agricultores) y que son las más recientes: El premodernismo que tiene lugar en la Edad Media y donde la verdad estaba determinada por el mandato divino, el modernismo que inicia con la Ilustración donde por medio de la razón (racionalismo) y la experiencia (empirismo) se llega a la verdad, y el posmodernismo, donde la verdad no es algo objetivo sino que está construida socialmente. A la vez, debemos decir que estas tres etapas no avanzan al mismo ritmo ni a nivel mundial ni dentro de los países ni entre los propios individuos. Generalmente hay una vanguardia que es la primera en avanzar de una etapa a otra. Por ejemplo, últimamente se dice que la vanguardia, ante las evidentes deficiencias de la filosofía posmoderna, está avanzando a un estado ulterior donde se busca compaginar la razón con algunos de los temas que abraza el posmodernismo como la justicia social y los derechos de las minorías, corrigiendo sus errores epistemológicos (como el irracionalismo) para así huir del dogma y poder sostener una escala de valores éticos y morales.
A partir de Copérnico y Galileo comenzó la revolución científica que comenzó a separar la ciencia de la religión. La ciencia ya no debía estar basada en las Sagradas Escrituras sino en la razón y la experiencia.
Que se ancle a la religión en el premodernismo no significa que la propia religión no pueda trascenderlo, aunque sea de forma parcial, y ello explica que siga viva dentro de muchos países desarrollados. Desde antes de la Ilustración, Santo Tomás de Aquino intentó conciliar la fe divina y la razón. Fuertemente influenciado por la filosofía de Aristóteles, cuyos textos fueron rescatados durante la Edad Media, buscó explicar la existencia de Dios por medio de cinco vías. A la fecha, la filosofía de Aristóteles y la de Santo Tomás de Aquino (filosofía aristotélico-tomista) constituye la base filosófica de la religión cristiana e incluso de parte del legado filosófico que sostiene a la sociedad occidental.
Hasta la llegada de la Ilustración, gran parte de la ciencia (o filosofía natural, como se le llamaba en ese entonces) estaba determinada por los postulados de Galeno e Hipócrates (medicina), y sobre todo, Aristóteles (casi todo lo demás). La filosofía natural tenía que estar fundamentada en la «autoridad de las Sagradas Escrituras». Si la disección de un cadáver contradecía lo postulado por las escrituras, lo que estaba mal era el cadáver. A partir de Copérnico y Galileo comenzó la revolución científica que comenzó a separar la ciencia de la religión. La ciencia ya no debía estar basada en las Sagradas Escrituras sino en la razón y la experiencia. Así, gracias a una vanguardia de científicos y filósofos que arriesgaron su pellejo durante la épocas de la Santísima Inquisición, comenzamos a transitar del premodernismo al modernismo. La religión se mostró muy reticente en ese entonces, pero algunas religiones le terminaron dando, con el tiempo, la razón a la ciencia y aceptaron su separación (entre ellas, la Iglesia Católica que acepta la teoría de la evolución) aunque otras religiones protestantes siguen oponiéndose a ello.
La razón y la ciencia como los pilares de Occidente trajeron los mayores avances dentro de nuestra especie. Pero después pasó algo. A mediados del siglo XX, se comenzó a abandonar la idea de un futuro promisorio producto de los avances tecnológicos y científicos ante uno más pesimista y que persiste con más fuerza, lo que cedió el paso al posmodernismo que se centró en la justicia social, la ecología y los derechos de las minorías. El posmodernismo tardío, como consecuencia de la influencia del marxismo, del nihilismo y el irracionalismo, comenzó a radicalizarse en las últimas décadas «infectando» varias de las causas que defendía originalmente.
Naturalmente, el papel de la Iglesia Católica ante el posmodernismo de los últimos años es profundamente adverso, postura que se entiende en tanto el posmodernismo tardío busca derribar todas las estructuras y convenciones sociales reinterpretándolas arbitrariamente. Es imposible desde cualquier punto de vista que la Iglesia se adapte a una corriente ideológica que niega cualquier forma de estructura. Pero a la vez podemos ver avisos donde la Iglesia intenta asimilar el posmodernismo temprano (el que no estaba corrompido) y que queda patente en la encíclica del Papa Francisco, Laudato Sí, donde la ecología y la justicia social son la base de dicho texto. De la misma forma, hemos visto al Papa Francisco mostrar una mayor tolerancia ante la comunidad homosexual.
A pesar de los intentos de las religiones de adaptarse (en mayor o menor medida) a la época, éstas pierden cada vez más influencia en Occidente. Cada vez más niños nacen dentro de familias ateas o agnósticas que no les dieron ninguna instrucción religiosa. Nuestra generación es aquella que decidió negar a la religión, pero la siguiente será aquella que ni siquiera la conoció.
Decir que las religiones han tenido la función de «manipular y controlar a las masas» es una afirmación demasiado reduccionista y parcial. Las religiones han mostrado tener una función importante dentro de la sociedad si hablamos de cohesión social y de su capacidad de otorgar una escala de valores morales a los individuos. Ciertamente, muchas personas han matado en nombre de Dios, o han discriminado o relegado en su nombre; y ciertamente, la religión, en algún momento de la historia, obstaculizó cualquier avance científico condenando, por medio de la Santísima Inquisición, a quien se atreviera a refutarla. Incluso podemos ver que algunos, en nombre de la religión, niegan derechos a las minorías. Pero también es cierto que la religión ha hecho una labor muy importante por los pobres y los desvalidos: la asistencia social y la filantropía tienen orígenes profundamente religiosos.
El individuo cada vez tiene menos referencias para sostener una escala de valores éticos y morales, lo cual le genera un incremento de angustia y ansiedad.
Menos podemos olvidar el legado del pensamiento religioso en la filosofia occidental, que ha influido, inclusive, en muchos los valores que sostiene la izquierda política (solidaridad, justicia social, equidad).
Los religiosos, sobre todo en Estados Unidos, suelen ser más felices que los ateos porque ellos, al ser parte de una comunidad, crean más lazos sociales generando un sentimiento de pertenencia. Y esto sin olvidar el beneficio psicológico que otorga la espiritualidad y el sentimiento de trascendencia al creer en un ser divino (aunque ciertamente un ateo o un agnóstico puede desarrollar la espiritualidad de otra forma).
Ante un mundo posmoderno donde el nacionalismo (que surgió durante la Revolución Francesa para cohesionar a la sociedades que integraban determinado país) ha quedado casi descartado y donde ahora cada vez más gente abandona la religión, deberíamos preguntarnos cómo es que logrará ser sustituida. El individuo cada vez tiene menos referencias para sostener una escala de valores éticos y morales, lo cual le genera un incremento de angustia y ansiedad. En esta modernidad líquida, como le llama Zygmunt Bauman, el hombre tiene cada vez menos referentes desde donde sostenerse. Se pensó que tendríamos la capacidad de construir una escala de valores con base en la razón y toda la herencia de pensamiento filosófico, pero el posmodernismo (tardío) parece anular esa opción. Se pensó que seríamos capaces de crear un escala de valores más evolucionados y desarrollados. Ciertamente, hemos avanzado de forma considerable en algunos temas como los derechos humanos y hemos logrado reducir los índices de violencia (el mundo actual es el más pacífico de la historia), pero nos hemos quedado cortos al crear una escala de valores integral bajo la cual los individuos puedan tener un referente y sostenerse.
Si no somos capaces de construir un sistema de valores universal, el individuo se sentirá lo suficientemente perdido y angustiado que buscará el primer recurso a la mano para sostenerse.
Jonathan Haidt, en su libro The Righteous Mind, se pregunta preocupado qué es lo que pasará cuando en todos esos países desarrollados que se han secularizado ocurra un cambio generacional donde la religión pase a ser algo desconocido, donde no exista ese algo que logre cohesionar a la sociedad. ¿Cómo se podrá sostener una sociedad si no mantiene cohesión alguna? De acuerdo a Hannah Arendt, una sociedad atomizada y con poca cohesión tiene mayores probabilidades de caer dentro de un régimen fascista o totalitario. De hecho, los nazis y los comunistas destruyeron en la medida de lo posible todos los lazos sociales (incluso familiares, como fue el caso de la URSS) para establecer sus regímenes.
Un futuro sin religiones promisorio sólo se podrá dar en la medida en que el ser humano logre construir una escala de valores universal, producto de toda la herencia de su pasado, y que logre dar una identidad y una guía al individuo que en la actualidad se siente más ansioso, angustiado y perdido. Un futuro sin religiones promisorio sólo se podrá dar en la medida en que el individuo sea capaz de generar un sentimiento de trascendencia sin la necesidad de un ser divino. Un futuro sin religiones promisorio sólo se podrá dar si el ser humano es capaz de construir un sistema ético y moral que supere y represente un avance de aquel que estaba basado en la religión. Al contrario de lo que postulan los posmodernos, los valores no deberían de deconstruirse, deberían de evolucionar y adaptarse a la etapa evolutiva en la que se encuentra el ser humano. Y para que eso suceda, el hombre no puede negar su pasado; por el contrario, debe considerar que se encuentra en hombros de gigantes.
Si eso no ocurre, si no somos capaces de construir un sistema de valores universal, el individuo se sentirá lo suficientemente perdido y angustiado que buscará el primer recurso a la mano para sostenerse. El crecimiento de la ultraderecha en Europa (que parece haber sido contenida temporalmente) es uno de los primeros avisos. Pero también podría ocurrir cierto resurgimiento de las religiones, que ante el vacío en el que cada vez se sumerge el ser humano, no termine por abandonarlas y termine recurriendo a ellas. El ser humano necesita una estructura ética y moral para vivir, para relacionarse con los demás, y para ser feliz: es una necesidad intrínseca a él.