Las corrientes ideológicas existen, son conjuntos de ideas, valores y principios bajo los cuales el individuo se rige para así formar una opinión; o estando bajo una situación de poder, tomar decisiones. Varios estudios se han hecho para determinar por qué un individuo decide formar parte de una corriente ideológica y me atrevo a concluir que esto se debe a diversos factores: Estos incluyen tanto los rasgos genéticos del individuo que condicionan su temperamento, el entorno en que se desarrolla, y su historia de vida, como los grupos sociales de los cuales forma parte, los estudios y la información a la que accede.
Tomando a la sociedad como si fuera un organismo, podría atreverme a decir que las corrientes ideológicas sirven como contrapesos entre ellas mismas para mantener a dicho organismo en cierto equilibrio. Cuando una corriente ideológica se vuelve absolutista rompe con dicho equilibrio y el organismo enferma: un claro ejemplo son las dictaduras fascistas y comunistas. Por el contrario, en una democracia liberal donde los capitalistas y los socialistas debaten y discuten sobre el programa a seguir, donde unos pugnan por un estado de bienestar y otros por mayor libertad económica sin que ninguna de las partes utilice la coerción, se puede llegar a un estado óptimo de las cosas que derive en una mejor calidad de vida y mayores libertades para todos.
Que el punto de equilibrio sea el centro político no implica que lo óptimo sea que todos los individuos sean parte de ese centro político, sino que los individuos abracen ciertas ideologías que sumadas todas nos lleve como conjunto a un punto situado cerca del centro. No sólo se trata de una suma cuantitativa, sino también de alternancia, donde una corriente política se mantenga temporalmente en el poder para que luego llegue otra.
Que los individuos tomemos una postura ideológica es normal y deseable, lo que no es tan deseable es que se haga desde una postura dogmática donde dicha postura sea completamente inflexible. Es normal que con el tiempo el individuo modifique su postura ideológica, más no lo es que lo haga de forma abrupta. Cuando se trata de una transición progresiva es porque el individuo tuvo la capacidad de confrontar sus ideas y creencias. Cuando se trata de una transición abrupta suele ser por conveniencia, por ignorancia o hasta por oportunismo político. En esa transición, el individuo mantiene los valores rectores que lo definen como persona y cuando modifica su postura tiene que ver con que ha llegado a la conclusión de que existen otros caminos para llegar a esos valores de mejor forma.
Por ejemplo, a mí siempre me ha molestado la enorme desigualdad de mi país, así como el excesivo materialismo, la frivolidad y la ignorancia. Comencé tomando una postura de izquierda (sin llegar a ser seducidos de ninguna forma con caudillos como Hugo Chávez y mucho menos Fidel Castro, que contrastaban con mis otros valores rectores que incluyen la democracia y la libertad del ser humano) donde más que esperar que el gobierno interviniera, esperaba que por medio de la voluntad propia, los individuos se preocuparan más por sus semejantes. Consideraba al mal llamado «neoliberalismo» como uno de los problemas del estado de las cosas que me molestaba. Critiba al capitalismo no tanto desde lo económico sino desde lo moral.
También me preocupaba la enajenación y la capacidad que un líder o una entidad tiene para manipular a los demás. Lo viví en carne propia cuando fui parte de uno de esos «cursos de superación personal» con tintes sectarios y tal vez por ello comencé culpando al capitalismo y a las técnicas de publicidad engañosa. Así, leí a Naomi Klein y otros autores críticos de estas manifestaciones. Pero después, en mi recorrido al centro, descubrí que desde el Estado la capacidad de manipulación era peor. Lo constato al ver personas que defienden a muerte a líderes mesiánicos o a partidos hegemónicos cuya corrupción y agravio al país está más que probada. Los gobiernos totalitarios, a diferencia del capitalismo, casi no dan margen de maniobra para que el individuo no sea condicionado por la propaganda.
A través de los años comencé a entender más el comportamiento humano, las formas en que la sociedad se organiza y satisface sus necesidades. Entonces me recorrí al centro. Comprendí que el capitalismo también puede ayudar a muchas personas a dejar su condición, que puede generar fuentes de trabajo para que la gente pueda subir dentro de la pirámide social. Ciertamente el capitalismo no puede garantizar la igualdad, pero al menos la desigualdad es un poco más justa (porque toma una forma un tanto más meritocrática) que en un país como el de México donde la alianza histórica de los gobiernos mayormente priístas con empresas y sectores productivos le cerró las puertas a muchas personas que estaban fuera del sistema. No era el capitalismo como tal y sí el corporativismo de estado el que hace que personas millonarias vivan en un país con más de 50 millones de pobres.
En general me podría definir como liberal tanto en lo económico como en lo social, pero dentro de mi postura siempre hay un margen de error, porque estoy convencido de que no existe un orden de ideas perfecto, sino que es la suma de los contrapesos de diversos órdenes de ideas las que nos pueden llevar a un punto óptimo. Aunque soy más capitalista eso no implica que esté siempre en contra de los programas sociales, de hecho pegaría un grito si el gobierno quitara de buenas a primeras los sistemas de salud y de pensiones. En lo social soy liberal pero, si bien soy un convencido de la equidad de género y los derechos de las minorías y las personas con otra preferencia sexual, tengo varias discrepancias con los estudios de género, sobre todo en aquellos puntos donde la base científica es muy dudosa o no existe.
Es ese margen de error, ese pequeño espacio que hace que nuestra postura no sea una dogmática, es el que me ha hecho crecer intelectualmente porque de esa forma he podido poner mis creencias a prueba. No, no significa que seamos endebles a la hora de debatir. Por el contrario, a veces hay que tener seguridad y firmeza al defender la postura propia. Se trata de aceptar que como humanos somos imperfectos, y que por lo tanto, todas las corrientes ideológicas y de pensamiento tampoco lo son, y que estas siempre deben estar en un continuo crecimiento. Es ese margen de error, esa capacidad de ser flexibles, el que nos permite convivir con quienes no piensan como nosotros, porque al final, aunque no coincidamos en muchas cosas, sabemos que podemos aprender algo.
Sólo los valores base, esos valores que nos dicen que debemos respetar a los demás y a su integridad, donde debemos ver por el bien común y respetemos la libertad del otro, son los que deben quedar inamovibles.
Tal vez nos falta recordarlo en un mundo polarizado, donde nos atrevemos a asumir que incluso la bondad de las personas está condicionada o es exclusiva de una ideología, asunción peligrosa porque ha sido históricamente el origen de las más crueles guerras y represiones.