Lo había dicho el año pasado, cómo me encanta esa inclinación que tenemos para considerar un ente a una unidad de tiempo determinada por la traslación de la tierra con respecto al sol, como si un año tuviera incluso consciencia. «¡Ya vete maldito 2016, te odio!» A dicha unidad de tiempo la consideramos un ciclo, y de alguna forma tiene sentido no sólo porque nos ayuda a estructurar el tiempo, sino porque organizamos nuestras actividades con respecto de él. Cuando se termina esa unidad de tiempo, planeamos aquello que vamos a hacer en la siguiente, los gobiernos determinan presupuestos, las empresas llevan a cabo planeaciones estratégicas, y los de a pie delinean sus propósitos de año nuevo -que no los lleven a cabo es otra cosa-.
Esa unidad de tiempo, la que acaba hoy, no nos trajo buenos dividendos. La gente se indignó con dicha unidad de tiempo que llamamos 2016 porque ocurrieron dos fenómenos simultaneos, que por cierto, no tuvieron relación alguna entre si. Primero, la tendencia hacia el populismo reflejada en el Brexit o en la elección de Donald Trump; y segundo, el alza de número de muertes de celebridades que de alguna forma marcaron la vida de las generaciones actuales.
No tienen relación alguna porque se trata de fenómenos muy diferentes. Lo único que tiene que ver el 2016 con el ascenso del populismo de derechas -y en menor medida- de izquierdas- es que tuvo la mala fortuna de ser el punto de quiebre. Pero la realidad es que este fenómeno se estaba gestando desde hace varios años, posiblemente tendríamos que remitirnos al fin de la guerra fría. En el 2016, esa ola populista generó la suficiente masa crítica para ganar elecciones y llegar al poder.
Por su parte, el alza del número de muertes de las celebridades tiene mucho que ver con que gran parte de aquellos -músicos, actores y demás artistas- baby boomers que nos marcaron, pertenecen a una generación que está comenzando a partir por causas naturales. La gran mayoría de ellos ya sobrepasan los 60 años, edad a la que las posibilidades de morir son bastante más altas: David Bowie, Juanga, o el Profesor Jirafales.
Muchos esperan que este año se acabe, pero es muy probable que el que viene sea más difícil, será un «2016 en la práctica». Todas las malas elecciones que se hicieron en 2016 surtirán efecto, la geopolítica mundial comenzará a cambiar, las consecuencias que ello tenga en economía y en la política comenzarán a notarse; y a pesar que tratamos de regresar al pasado para tratar de entender qué va a pasar con el argumento de que la historia es cíclica, la realidad es que el mundo de hoy es muy diferente a esos puntos de referencia, y por tanto, no hay forma de acabar con la incertidumbre hasta que topemos de frente con la que será nuestra realidad.
Por ejemplo, para tratar de entender qué es lo que pasa en Europa y en Estados Unidos nos remitimos al fascismo, porque encontramos ahí algunas similitudes. Pero también hay bastantes diferencias. Por ejemplo, el fascismo de entreguerras era imperialista, es decir, buscaba expandirse. Hoy es lo opuesto, la mayoría de esos países no buscan expandirse sino encerrarse en sí mismos mediante medidas económicas proteccionistas y cerrar el paso a migrantes. La sociedad que sufrió la crisis del 1929 tampoco es la misma que la que padeció la del 2008. Se antoja difícil que esta nueva realidad desate guerras físicas como en el siglo pasado en tanto que existen otras formas más sofisticadas de desatar un conflicto, sobre todo aquellas que tienen que ver con la cibertecnología y la economía. Una sociedad donde el conocimiento crea más riqueza que la industrial hace menos rentable una guerra, si bien hay zonas muy sensibles como Siria «punto estratégico si hablamos de petróleo», muchas de las unidades de producción que proveen insumos están externalizadas en otros países y gran parte de la riqueza actual se encuentran tanto en las mentes como en servidores que son capaces de propagar y replicar información por todo el mundo.
En México la situación es bastante parecida, existe un gran desencanto de la sociedad con la clase política; y la inoperancia del gobierno, al tiempo que es incapaz de reaccionar ante las difíciles circunstancias, está dejando un vacío de poder cada vez más grande en espera de llenarse. No sobra decir que el panorama externo no le favorece mucho. Aunque muchos asumimos que el punto de quiebre se dará en las elecciones del 2018, si el descontento sigue creciendo, podría ocurrir antes y de una forma menos tersa.
Viene el 2017, viene un año difícil, muchas cosas cambiarán, muchos posiblemente tendremos que pelear por eso que antes dábamos por sentado. Posiblemente, como se dice cotidianamente, pueda ser también un año de oportunidades. Este año de cambios probablemente pueda ayudarnos a redefinirnos como personas, entidades o países. Creo que este punto de quiebre puede hacernos conscientes de aquello que hicimos mal e ignoramos y nos haga salir de la zona de confort. Lo que se viene no será fácil, pero creo que, a pesar de todo, como seres humanos tenemos un margen de maniobra -porque nosotros escribimos la historia, nosotros creamos nuestros éxitos y nuestras tragedias- para que, al final de todo, sigamos progresando como especie y no caigamos la tentación de quedarnos estancados en la irracionalidad.
¡Feliz 2017!