Arthur Dent, un inglés que vive en las afueras de Londres, es avisado de que su casa será demolida para construir una autopista. Ese mismo día, de forma irónica, los vogones anuncian a los terrícolas que su planeta será destruido en tan solo unos minutos para dar paso a una autopista intergaláctica. Prácticamente todos los humanos mueren, pero Arthur salva su pellejo gracias a su amigo Ford Prefect quien viviò 15 años en la tierra haciéndose pasar por ser humano. La novela The Hitchhiker’s Guide to the Galaxy, de Douglas Adams, relata que ya después, estando en el planeta Magrathea donde se construyen planetas a cargo de adinerados clientes, Arthur descubre gracias a Slartibartfast que el planeta Tierra en realidad había sido un experimento creado para conocer «la pregunta a la respuesta definitiva» -el sentido de la vida, el universo etc.- y que había sido destruida tan sólo 5 minutos antes de que los ratones, quienes eran en realidad más inteligentes que los humanos y experimentaban con ellos sin que se dieran cuenta, lograran responder esa pregunta.
Cuando escucho hablar de Siria y Aleppo recuerdo a la Tierra de la novela de Douglas Adams, como si fuera una suerte de experimento que sirve a otros intereses y que puede ser «apagado» en caso de ya no necesitarse. Al menos lo que se buscaba en el mundo de Arthur Dent era noble, conocer la «última pregunta a la respuesta definitiva». Mientras tanto, Siria y gran parte de la región árabe han sido un experimento que sirve a varios intereses geopolíticos.
Con la misma falta de sensibilidad de los vogones al anunciar a los terrícolas que su planeta sería destruido han actuado los gobiernos y la comunidad internacional con respecto a lo que pasa en Aleppo, una ciudad que ya fue tomada por el gobierno de Assad -auspiciado por Rusia-.
Creo que tienen razón los que dicen que no podemos observar esta tragedia humanitaria desde la perspectiva de los buenos y los malos, porque vaya, todas las facciones involucradas tienen algo de responsabilidad. Más bien, deberíamos observarla desde la perspectiva del sufrimiento de miles de personas que están atrapadas en esta ciudad gracias a la configuración geopolítica que han trazado en el mapa el gobierno de Assad y los rebeldes, y que han creado un especie de cárcel de donde no pueden salir, porque su integridad importó menos que los intereses que algunos tienen ahí puestos.
El gobierno de Assad -apoyado por rusos e iraníes-, restringió el acceso a víveres y artículos de primera necesidad a la zona ocupada por los rebeldes porque entonces así, unos rebeldes mal alimentados serían más débiles, y por tanto más fáciles de combatir. Pero los estadounidenses, quienes armaron a los rebeldes, no han querido meter mucho las manos para no verse involucrados en un conflicto directo con Rusia, país con el que ya tienen tensas relaciones por haber influido en las elecciones que le dieron el triunfo a Donald Trump.
Aleppo, una ciudad otrora pujante, con vida y cultura, ha sido convertida en ruinas, donde los habitantes que quedan ahí atrapados no saben si seguirán vivos el día siguiente, porque quienes se supone deberían proteger su integridad -desde su gobierno, hasta las instancias internacionales- están protegiendo sus propios intereses.
El Medio Oriente ha sido siempre una región vulnerable, no solo por las creencias de los islámicos radicales, sino porque ha sido históricamente un campo de experimento para Occidente y las potencias mundiales: primero con una Inglaterra que partió al mundo árabe en varios países -lo cual naturalmente ha derivado en varios conflictos entre dichos países-, luego con la Guerra Fría donde Estados Unidos y la Unión Soviética se pelearon la zona armando a individuos que después terminarían creando movimientos radicales, movimientos que ya han sido capaces de matar centenas de civiles inocentes en las ciudades más importantes de Europa.
Pero ahí vamos de nuevo, la historia se repite. Los intereses geopolíticos importan mucho, los habitantes importan más bien poco. Posiblemente, al final del conflicto, los habitantes de la zona hayan adquirido mayor resentimiento, para que en algunos años o décadas después, nos preguntemos por qué ellos se volvieron muy hostiles con nosotros.
Posiblemente el mundo creado por Douglas Adams en su novela no sea tan diferente al nuestro cuando dice que los ratones son más inteligentes que los humanos, también posiblemente a los hombres del poder les haga falta un «Pez de Babel» para entender y ser más empáticos con aquellos con quien han experimentado tanto.