Entiendo que los seres humanos tenemos la necesidad de desarrollarnos, tenemos que construir ciudades y satisfacer nuestras necesidades, es parte de nuestra naturaleza.
Pero para poder coexistir, necesitamos mantener el equilibrio de nuestro entorno, lo cual significa que se tienen que poner restricciones a muchas de nuestras ambiciones por las repercusiones que se pueden tener a largo plazo debido a éstas.
¿Te has preguntado el sinfín de casualidades que se tuvieron que dar para que estemos donde estamos, en un mundo de más de 6 billones de personas quienes habitan un planeta que les puede procurar recursos para sobrevivir (excepto cuando trata de nosotros mismos)?
Que la tierra tuvo que estar a tal distancia frente al sol y que necesito tener ciertas características para desarrollar vida (desde su formación hasta la misma casualidad para que con dichas condiciones la vida surgiera). La tierra tiene una atmósfera de ciertas condiciones muy específicas, y se tuvo que dar una gran casualidad para que de la nada se formara vida, y ultimada-mente vida inteligente.
Entonces nos damos cuenta de que nuestra existencia pende de un hilo muy delgado, y los seres humanos tenemos la capacidad de romperlo.
La tierra nos está dando señales claras de que algo estamos haciendo mal. Fenómenos climáticos que no sólo son debido a causas exclusivamente naturales y que han cobrado la vida de muchas personas. Ahí está el derretimiento de los polos que está comprometiendo el futuro de grandes ciudades debido al nivel del mar.
Basta ver la fotografía del manglar de Tajamar. Mírala y piensa si esa forma de convivir con la naturaleza es sana.
Cierto, no es como que tengamos que regresar a las cavernas; el hombre debe modificar el estado de la naturaleza para poder satisfacer sus necesidades y hasta para sobrevivir. La cuestión es cómo se hace y es nuestra responsabilidad que el impacto sea el menor posible. No es lo mismo construir un conjunto de edificios de departamentos en una zona estéril, cuya vegetación no es tan abundante; que desarrollar un coto o un conjunto de condominios en un bosque para que sus habitantes se sientan artificialmente arropados por la naturaleza (la cual, en parte, ya fue destruida) porque el desarrollador decidió poner pasto en las casas con vista a lo que queda de bosque.
Destruir manglares sin siquiera tener precaución por el ecosistema o los animales que ahí habitan, como si simplemente fueran un estorbo en una época donde tenemos muchas especies en peligro de extinción y las áreas verdes se están acabando.
Todo «en pro del progreso».
El Estado débil sucumbe ante la voracidad de los desarrolladores. Muchos provocan incendios para que cuando el área afectada quede sin vida, ya no pueda restringir ahí su construcción. El Estado, la academia, y la ciudadanía deberían de pensar en un modelo urbanístico que permita al ser humano desarrollarse de forma armoniosa con el medio ambiente. Lo que ocurrió en Cancún es muestra de la voracidad de algunos cuantos por ganar un buen fajo de billetes en un mundo donde según la Oxfam el 1% más rico ya tiene tanto como el otro 99%.
Y ciertamente, Cancún es una ciudad que ha crecido sobre manglares que han sido destruidos con el tiempo, y no se trata regresar a este destino a su «Estado selvático», sino que las autoridades deberían de tener un mayor criterio sobre lo que se debería de construir ahí y menos debería permitir la forma en que el manglar de Tajamar fue destruido, sin siquiera molestarse por respetar a la fauna que ahí vivía.
De igual forma, en Guadalajara, desarrolladores han intentado construir departamentos sobre el bosque de los Colomos, que es considerado después del bosque de la Primavera (también afectada por su voracidad) el pulmón más importante de la ciudad, y un lugar casi sagrado por la ciudadanía.
Su intención es ganar dinero en el corto plazo sin importar como afectan a la ciudad y su entorno. La estrechez de miras donde lo único importante es el negocio, asumiendo que en todos los casos lo que es bueno para los negocios es bueno para la sociedad, no permite crear ciudades sostenibles donde los ciudadanos puedan desarrollarse en un ambiente sano. Dicha voracidad ha terminado por construir ciudades improvisadas llenas de tráfico, compuestas por cotos y edificios desparramados por todos lados sin orden ni propósito alguno, donde la calidad de vida disminuye por la mala calidad del aire, por las congestiones de tráfico y el deficiente transporte público. Y este, con pequeñas diferencias, es la constante en las ciudades de nuestro país.
Con esto, podemos concluir que dichas decisiones no sólo afectan a nuestro planeta a largo plazo, sino que la ciudad ya lo reciente en un corto y mediano plazo.
No importa que muchas instancias internacionales insistan en tener una mayor preocupación por el medio ambiente y sugieran ciertas políticas públicas para que los gobiernos hagan el papel que les toca. La corrupción, los estados débiles, una clase empresarial obsoleta sin preocupación por su entorno y una sociedad que todavía no termina de estar tan preocupada por el tema, son un obstáculo para que nuestro país se involucre y tome decisiones firmes que ayuden a preservar nuestro medio ambiente.
Los temas de los manglares devastados y de los bosques amenazados por torres de departamentos «con vista a lo que queda del maravilloso bosque» nos deberían de preocupar, porque esto no sólo nos afecta a nosotros, sino que afectará sobre todo, a las nuevas generaciones quienes tendrán centros comerciales de sobra construidos sobre las otrora reservas ecológicas y espacios verdes a los que acudirán preguntándose por qué la ciudad está tan contaminada y por qué sus vías respiratorias enferman con frecuencia.
Esto es un problema de todos.