Nuestro estimado Presidente Enrique Peña Nieto, ha llegado a la silla presidencial para hacer eso que le llama «mover a México«. Para que México sea competitivo y pueda aspirar a crecer, tiene que romper con todas esas barreras y paradigmas, tanto nacionalistas, como autoritarias y verticales, con el fin de aspirar a ser una democracia liberal, como lo son prácticamente todos los países desarrollados. En la retórica, su paquete de reformas podría ir en ese sentido, pero en realidad el camino trazado no es tan correcto.
Yo afirmaba que el PRI sólo iba a permitir que México se desarrolle hasta el punto en que no afecte sus intereses. Así ha sido, este PRI es capaz de someter a la industria telefónica a un estadio más cercano a la libre competencia lo cual es plausible. Pero esto se debe a que el predominante Carlos Slim se encuentra ajeno a sus intereses e incluso es opositor de Azcárraga, cuya empresa Televisa ayudó a Peña Nieto a llegar a la Presidencia. Dentro de las reformas vemos avances a medias, pero ha faltado bastante como para considerarlo un paquete revolucionario que cambiará la cara del país. Porque el Revolucionario Institucional basa su fuerza en algunos vicios enquistados, para ellos cambiar a México por completo sería un riesgo, porque aunque ello en el corto plazo le pudiera traer cierto reconocimiento de la población y que se vería reflejado en las urnas en el corto plazo, perderían sus bases, aquello que los hace fuertes.
Mientras se hablan de avances, se nos presume en los spots como esas reformas van a cambiar nuestra vida, vemos también ciertas regresiones, estadios que considerábamos superados, pero que son parte de la forma de hacer las cosas de éste partido. Por ejemplo, su clara intención de volver a controlar los precios, la posibilidad de censurar medios como Internet en aras de la seguridad, la importancia del Secretario de Gobernación, la alineación total (al menos en la forma) hacia el Presidente, la opacidad y el desdén por la transparencia.
No niego que varias de las reformas tienen puntos importantes que puedan abonar para bien. El problema es que sólo van a cambiar a México a medias (y no para bien en todos los casos), porque un cambio verdadero sí o sí tendría que menguar las estructuras que sostienen al PRI, tendría que menguar la corrupción, la opacidad, la ignorancia, la capacidad de acarrear gente.
El PRI, por medio del Pacto por México, tuvo la oportunidad de hacer reformas que transformaran la cara del país, invitó para esto al PAN y al PRD a participar, tomando en cuenta que ellos no son tan mezquinos como para posponer reformas con las que simpatizan con el fin de la pura búsqueda del poder. Pero esa pose reformadora se limitó a la portada de la revista Time. El problema es que dentro de México se respira otro ambiente, uno más pesimista que demuestra la laceración del estado de derecho, ese México donde el 70% de sus habitantes, según Forbes, creen que el Chapo tiene apoyo del Gobierno. Uno donde el Presidente no es el reformador ni el estadista que sale en las revistas internacionales, sino un bufón del que todos se burlan, y todos humillan en las redes sociales debido a sus constantes tropiezos.
La economía se mantiene deprimida, el índice de confianza del consumidor sigue cayendo a niveles preocupantes. La gente ya no cree en el gobierno y muchos incluso los comparan más con los delincuentes que con quienes deberían de garantizar un estado de derecho y el bienestar del país. Parece que los manotazos mediáticos ya no le sirven al régimen como antes, el gobierno de Peña Nieto no sabe por donde enderezar el barco, y como no lo sabe, prefiere vender falsas pinturas de un barco en aguas tranquilas y pristinas en el extranjero mientras que dentro del país, el timón está a punto de romperse.