Mucha gente se pregunta ¿Por qué México no sale adelante? o al menos como debería. Alguna vez comenté que los mexicanos somos un poco fatalistas en nuestra percepción sobre lo que ocurre en el país, donde en todo momento, la frase preferida del mexicano es: -La situación está difícil-, ya sea en momentos de crisis o prosperidad. Pero también es cierto que desde hace mucho tiempo el país no ha tenido un despegue importante e históricamente siempre nos hemos quedado «a medias», en un país que no puede ser comparado con Bolivia, Ecuador o Nicaragua; pero tampoco con Estados Unidos o Noruega.
¡No es la economía, estúpido!, México ha transitado por varios regímenes económicos a través de su historia, y siempre se busca aquí la respuesta a todos los males, que la intervención del estado echó todo a perder, que fue el neoliberalismo, el despilfarro, una macroeconomía sana que no se refleja en la microeconomía, dicen. El problema es que se sigue buscando la respuesta, tal cual tecnócrata, en términos puramente económicos, y dentro de este análisis a veces parecen quedar los factores sociales a un lado.
El cómo se conforman las estructuras sociales en el país, me parece que tiene que ver con nuestros rasgos culturales e idiosincrasia heredada de nuestros ancestros. Curioso es, cómo en cualquier régimen económico, pareciera emularse ese sistema vertical, donde existía una nobleza y un monarca. Así lo fue en esa época cuando el gobierno creó todas esas instituciones para procurar el bienestar de la población, la relación gobierno-gobernado fue totalmente vertical, tal cual monarquía. El presidente típico del ese PRI parecía ser algo así como un rey, un monarca con algunos rasgos de déspota, los cotos de poder eran verticales y rígidos. Ahora en tiempos donde se promueve la propiedad privada y el libre mercado, esta idiosincrasia se adapta a esa realidad. Los líderes sindicales la hacen de monarcas, los gobernadores son unos pequeños déspotas, y algunas empresas privadas que más que acercarse al libre mercado se acercan a las prácticas monopólicas pareciendo emular la nobleza, o rey absoluto del mundo incluso.
Los progresos que se han visto frente a este problema no sólo tienen que ver con lo económico, más bien tienen que ver con lo cultural. En un mundo globalizado donde el mexicano empieza asimilar otros sistemas de pensamiento, sobre todo aquellos que percibe que funcionan bien. Esta apertura es benéfica porque el mexicano podrá entender aquellos rasgos de otros pueblos que funcionan, tropicalizarlos, adaptarlos, y a la vez mantener aquellos rasgos propios que si funcionan. Más que cartillas morales como afirmaba algún candidato (porque un cambio cultural debería ser promovido y no impuesto), la comparación con otros tipos de cultura para hacer un análisis de lo que funciona y lo que no, nos podría ayudar a ir mejorando esos rasgos que en algún momento significaron un lastre.
En este siglo XXI se habla mucho de reformas económicas, las cuales se pueden discutir, pero se sigue pensando en que la economía es la solución a todos los problemas, que una reforma fiscal por sí sola cambiará el destino de nuestra sociedad. Algo así como si le diéramos dinero a una persona que arrastra problemas fuertes de autoestima en toda su vida para que lo invierta y de esta forma se haga exitoso y querido por todos.
Insisto yo en que el desapego de la cultura ancestral del tlatoani, del régimen rígido, paternalista, podrá traernos muchos beneficios, naturalmente el cambio solo puede ser gradual y este consiste en modificar la forma en que se educa a la gente, lo cual se puede hacer solo con las nuevas generaciones, y no con las viejas que ya tienen un patrón de comportamiento establecido.