La película recién estrenada de Colosio: El asesinato, más que un golpe taquillero representa un último golpe político al Partido Revolucionario Institucional, que pareciera culminar la “guerra sucia” a la que se precipitaron los abanderamientos desde el principio de la contienda. Sólo que este golpe se aprecia fulminante.
No propone en sí nada nuevo, a pesar de ser un filme muy bien logrado, independientemente de su contenido histórico; con una excelente fotografía, una gran actuación de sus actores principales, y una trama cautivadora que poco a poco va despertando en el público el sentimiento de indignación; la cinta se limita a reproducir las especulaciones que surgieron en su momento, en las cuales, por cierto, incluso se queda corta.
El director, Carlos Bolado, logra revivir la vox populi que creía en la teoría del complot, y resucita el origen del estigma al que, justa o injustamente, se hizo acreedor el entonces presidente de la República, Carlos Salinas de Gortari, asegurándose de sembrar la idea de que el asesinato del entonces candidato priista fue un crimen de Estado.
Repito, la película está muy bien hecha y muy bien documentada. A pesar de ser una historia ficticia, está basada en informes de la investigación del caso Colosio realizada por la Procuraduría General de la República, aunque al final se desvía al conveniente mundo de la ficción, llegando a proponer que el homicidio de Francisco Ruiz Massieu fue perpetrado para evitar que la verdad saliera a la luz, ya que, en el guión, al haber financiado el entonces candidato a diputado federal y futuro coordinador de la bancada priista una investigación paralela a la oficial, se había convertido en un riesgo para los supuestos conspiradores.
Una curiosidad de la cinta es que los nombres de los personajes “malos” son obviados. Para quienes vivimos esos tiempos –y con una ayudadita de Google– es fácil reconocer a José María Córdoba Montoya, conocida mano derecha del presidente Salinas, a Francisco Ruiz Massieu, ex cuñado de los Salinas y aspirante a diputado federal, así como a Francisco Gutiérrez Barrios, quien fuera Secretario de Gobernación durante el primer período de la administración salinista. Otros personajes que aparecen poco, pero que son claves en la teoría de la conspiración también resultan obvios. Raúl Salinas de Gortari aparece como “el hermano”, y a Carlos Salinas se le refiere sencillamente como “el Presidente”. Sólo los nombres de los que pertenecen al bando de los “buenos” son revelados, en una triple intención de evitar demandas por difamación, señalar la oscuridad que envuelve todo el caso, así como centralizar la indignación ciudadana en un logo que se repite a lo largo de la película: el del PRI.
Como dije al principio, la historia no es una novedad. Durante los días y meses posteriores al asesinato de Luis Donaldo Colosio se habló mucho de los diferentes Aburtos, se cuestionó la identidad del mismo, se dudó de los resultados que arrojaba la investigación oficial, y se supuso una conspiración en los altos círculos de poder del gabinete salinista. Pero no es lo mismo haber vivido eso paulatinamente, leyéndolo en los periódicos, o viéndolo en los noticieros, que verlo representado en una pantalla de cine, en donde la dramatización de la corrupción e impunidad que imperaba en las altas esferas de poder son atestiguadas por una sala llena de espectadores, predispuestos a culpar a un personaje en particular, y a un partido en especial.
La historia personal de Andrés, quien está a cargo de la investigación paralela, ayuda a darle mayor dramatismo a la trama, la cual se antoja predecible al irse acercando el final –cuyo desenlace me reservaré para no echarle a perder el momento a algún lector o lectora que no la haya visto– y que también contribuye a identificarse con quienes resultaron directamente afectados por los acontecimientos del 23 de marzo de 1994.
A pesar de que la película en sí es un trabajo cinematográfico válido, cuyo guión tiene un amplio valor histórico, que ayuda a las nuevas generaciones a conocer lo ocurrido hace casi 20 años, es difícil creer que no haya existido la doble intención de afectar al Partido Revolucionario Institucional al producirse su estreno a escasas semanas de las elecciones; mucho más cuando la cinta de 62 millones de pesos fue financiada por Conaculta CINE, organismo que ya ha recibido críticas por parte de integrantes de la Academia Mexicana de las Artes por mostrar cierto favoritismo político.
Por lo pronto, el filme de Carlos Bolado, quien prepara ya el estreno de otra película controversial, donde relata el movimiento estudiantil del 68, la cual será estrenada días antes de la conmemoración de la matanza de Tlatelolco, logra remover aquellos sentimientos de desesperanza, indignación y rabia, ante la posibilidad de que los autores intelectuales del magnicidio se muevan cómodamente en el círculo cercano de quien pretende llegar a la Presidencia de la República; a revivir aquel rumor que corrió por las calles de que habían sido ellos quienes fríamente habían ordenado el asesinato de un candidato que muchas y muchos habíamos llegado a considerar como a uno de nosotros, alguien que buscaba saciar nuestra hambre y nuestra sed de justicia.