Mi padre me regaló de navidad un iPhone, ya mi celular anterior estaba viejito (ni siquiera era un smartphone) y tenía muchos problemas al recibir mensajes. En realidad no estaba muy dispuesto a «estar a la moda» con uno de los teléfonos más solicitados en el mercado, pero ya que me lo regalan, lo mejor que puedo hacer es aprovecharlo, y hacer toda la tramitología que se requiere, ir al Telcel a mover mi número de mi antiguo Nokia al iPhone, pagar como 100 pesos por la tarjeta SIM, luego llegar a mi casa y restaurar todo el sistema (porque como antes lo usaba mi papá, ya estaba lleno de muchas cosas que no) etc. Y digo, para mí es fácil, porque yo seguiré con mi plan amigo, y no necesitaré endeudarme para estar a «la moda», pero me pregunto, ¿cuánta gente si lo hacen con tal de sentirse parte de un grupo, de algo o de alguien?.
Para que el sistema neoliberal funcione (al menos en teoría), la gente debe de consumir, consumir y consumir. Para los economistas que forman parte de la tecnocracia neoliberal, una persona es como un «objeto que produce y consume«, porque de esta forma se puede evaluar con las estadísticas que tanto les encantan. Lo que no pueden medir estos tipos, es el impacto social (además del cultural y ambiental) de un modelo económico que basa en el consumo su existencia. Debido a las presiones del mercado por esta dinámica, las empresas nos contratan a nosotros los mercadólogos para buscar convertir los deseos de la gente en necesidades. Nuestra actividad no es perjudicial cuando analizamos un mercado, buscamos cuales de esos son clientes potenciales y le ofrecemos el producto que ellos están buscando (darle a la gente lo que necesita), pero a veces podemos ser maquiavélicos cuando buscamos modificar los patrones de conducta de las personas para incitarlas a consumir (decirles que necesitan), algunas veces con engaños (a veces tan simulados que pasan por una actividad normal, y otras veces tan descarados que es ya necesaria la intervención de las autoridades).
A veces la dinámica consumista es tan fuerte, que crea modelos de conducta en los humanos que los hacen depender de los objetos materiales, ya no tanto para satisfacer sus necesidades, sino para modificar su sentido de pertenencia y de filiación con ciertos sectores sociales. Naturalmente como el humano tiene una tendencia a querer más y más (eso lo sabemos muy bien los mercadólogos) lo aprovechamos para orientar esa tendencia humana hacia la compra de productos; entonces si el consumidor no tiene la capacidad para comprar cierto producto, se frustra, y ahí entra la necesidad de endeudarse, uno de los motivos que a la larga ha deteriorado al mismo sistema económico.
Este problema no es percibido por un economista, porque no se percibe en el crecimiento del Producto Interno Bruto de un país, o en el Coeficiente de Gini, o en cualquier metodología para evaluar los índices microeconómicos o macroeconómicos de un país. Esto lo perciben ya no los sociólogos, sino los psicólogos y psiquiatras que cada vez reciben a mas pacientes deprimidos porque la dinámica de mercado (quiero aspirar, por lo que tanto tengo que comprar, lo que me causa una frustración, la cual solo podría resolver con el endeudamiento, que a la larga también me causa una frustración) muchas veces socava la integridad no solo mental, sino física de las personas. Lo peor de todo, es que cuando el individuo logra tener su producto, al cabo de un tiempo se acostumbra a él, y ya no satisface la necesidad que si logró al momento de su compra, por lo cual el individuo entra en un círculo vicioso.
Erich Fromm, cuando el capitalismo no era tan «salvaje» como lo es ahora; decía que los humanos entrábamos en esta dinámica del tener, como si fuéramos engranajes que alimentan al sistema; y que esta dinámica era tan fuerte que los que la promovían no dejaban de ser víctimas de ella. Ahora el ser humano es valorado por los bienes materiales que tiene y por su posición social (dada mayoritariamente por la acumulación de riquezas), ya no es valorado por el ser, ni por sus aportaciones a la sociedad. Una persona que vive en una mansión en uno de los suburbios más prestigiados de Estados Unidos «vale más» que un científico que ha aportado avances en la sociedad, o más que un pensador, o un maestro, o un doctor que se «rompe la madre a diario» para salvar vidas.
Esta dinámica del consumo, nos está alejando cada vez de nuestra esencia humana, y nos ha orillado hacia un mecanismo de supervivencia. El hombre, independientemente de su posición social, debe de «sobrevivir» de acuerdo a su modus vivendi, cualquier descenso en el escalafón social implica una degradación como persona (recalcando que importa más el tener que el ser). El hombre «moderno» no puede desapegarse de sus bienes materiales, porque son los que lo determinan. El prestigio, el éxito, son dados por la cantidad de bienes materiales que posea. Si tengo muchos bienes, entonces he sido una persona exitosa en la vida, de lo contrario no.
Somos de cierta forma esclavos del consumo. Nadie nos obliga a hacerlo, como si estuviéramos en una sociedad totalitaria, pero si decidimos no hacerlo, podríamos estar fuera del sistema.