Oct 24, 2025

Casi 230 kilómetros caminados en 12 días. Eso decía mi reloj inteligente. Afortunadamente tengo buena condición física.

Yo, mi mochila, solos, caminando sin parar.

Mi mochila tenía un termo con agua, un cargador para el celular (porque usar el GPS drena la batería) y tanto mi pasaporte como un Kindle ubicados estratégicamente para que los carteristas no tengan acceso a ellos.

En Madrid, Barcelona y Londres el clima era relativamente frío y no pesaba tanto esa sensación incómoda de sudor. Ello me permitió caminar como nunca lo hice en mi vida.

Cada día quemaba el doble de calorías que quemo cuando voy al gimnasio. Tuve que comer mucho para poder compensar todo lo que quemaba, era una barbaridad. Carbohidratos y proteína sobre todo.

Y así, a pata, exprimí las tres ciudades, me sumergí en ellas. Londres fue parecido a Madrid, clima frío pero cómodo. Bastaba mi suéter. En Londres no vi el sol en 5 de los 6 días que estuve pero nunca llovió más que el clásico chipi chipi londinense que molesta más bien poco.

Solo en Barcelona me llovió y el clima se puso loco. Bajando el cerro de Montjuic y dirigiéndome al Mediterráneo, llovió con un viento tal que amenazaba con volar mi paräguas. No sabía si guardarlo o no porque llovía, dejaba de llover, y así, no paró.

A pata me impresioné de lo que mis ojos veían. Escogí de forma muy acertada el orden y número de días de las ciudades: primero 3 días en Madrid, 3 en Barcelona y 6 en Londres. Y así, caminando, muchas veces repetí ¡wow! Ningún viaje me había impresionado tanto. Ciudades que me sacaron de mi zona de confort.

Madrid me impresionó demasiado y aún así fue la que menos me impresionó de las tres.

Caminando sus calles me di cuenta de las dinámicas sociales que se viven en el país. Calles con vida ya a las 6 de la mañana, mujeres bellas caminando sin miedo a que alguien les acose o les mande un piropo desafortunado. Esto no es México, esto es algo bastante distinto, el contraste me dejó ver muchas de las carencias que desafortunadamente tiene mi país.

Así, caminando, me di cuenta que los roles de género están mucho más atenuados, que la gente puede platicar en la calle de cosas que en México son tabú, que las clases sociales son mucho menos evidentes y que la gente que va de reventón a la Gran Vía es muy similar a la que se sube al transporte público.

Caminé. Contemplé la arquitectura, el urbanismo, el diseño de las calles, las normas escritas y no escritas, las formas de vestir. Las mujeres españolas son realmente bellas.

Barcelona es otra cosa. Es, de alguna manera, la antítesis de Madrid en muchos sentidos. Dos ciudades demasiado contrastantes en un mismo país. Parecía un cuento de hadas donde hasta la vegetación (muy peculiar y un tanto extraña) parecía creada por el propio Gaudí. Es la ciudad más diferente a cualquier ciudad en la que he llegado a estar o conocer. Bella, algo extraña, te confronta, te saca de quicio. El Barrio Gótico te recuerda a Guanajuato por momentos por sus callejones pero es, a su vez, un lugar demasiado distinto.

Pero es la Barceloneta y su Mediterráneo una cosa loca para quienes solo habíamos conocido la playa en nuestro país. La brisa, el olor a sal, pero en un entorno frío y en una dinámica completamente distinta. Es una pasada.

Caminaba, tomaba fotos, pero contemplaba. Me ponía a meditar sobre lo que veía, reflexionaba, le daba vueltas, me preguntaba los por qués, contrastaba.

Llevaba un libro de Noah Harari sobre la inteligencia artificial que leía en los restaurantes, y me preguntaba cómo serían estas ciudades si los escenarios fatalistas que él plantaba llegaran a ocurrir. Trataba de recordar libros y lecturas pasadas, mis clases en el CIDE mientras contemplaba el Parlamento Británico en Westminster.

El acento español, el catalán y posteriormente el elegante acento inglés. El multiculturalismo, el ajetreo, ¿cómo será la vida de las personas que están frente de mí? ¿cuáles serán sus intereses?

Postrarme frente a la Sagrada Familia o la Abadía de Westminster con la boca abierta. Entrar a ellas para recordar que mi capacidad de asombro no se ha perdido aún y no querer salir de ahí. Mis pies sobre la tumba de Darwin, Newton o Hawking. Hasta aproveché para grabar, en tono de broma, un video pidiéndole perdón a Darwin por las afirmaciones de una amiga bióloga para posteriormente mandárselo.

Amé el frío londinense. Me abrazaba mientras hacía mis largas caminatas, un suéter bastaba. Un amigo que vive allá y que no me pudo ver (hasta que coincidimos en el aeropuerto) me daba recomendaciones de lugares no tan conocidos pero demasiado asombrosos. Uno de los mejores tés que he probado con la mejor vista, un mercado en Mayfair que era una iglesia, Borough Market.

Otro que sí pude ver me llevó a Camden Town y fuimos a Abbey Road a emular la portada del disco homónimo de los Beatles. Se lo dediqué a una amiga que es muy fan.

Londres es tan impresionante que no deja que tus ojos descansen. Es tan estético y tan precioso. Ahí, y por eso mismo, hice la caminata más larga, de Westminster hasta Tower Bridge pasando primero por el Borough Market y por el Tate Modern (nunca un museo de arte moderno me había gustado tanto) y de ahí de retache al mismo lugar pasando por la City de noche. Quedé molido.

A veces me perdí, con todo y el Google Maps. Y lo disfruté.