En redes leo con frecuencia el “Tío Richie Presidente”. Aunque no ha dicho explícitamente que busca la grande, sus movimientos sugieren que lo considera seriamente. ¿Por qué?
Salinas Pliego es de esos empresarios que disfrutan estar cerca del poder. Es innegable que en su trayectoria hay esfuerzo e ímpetu empresarial, pero también es evidente el impulso de sus conexiones políticas y la influencia que ejerce desde su televisora y sus nexos. Apoyó con fervor a López Obrador en 2018 —a quien llamaba amigo— y puso a su servicio lo que tenía a la mano. Incluso los programas sociales que hoy critica se apoyaron en la infraestructura de Banco Azteca.
Algo se rompió. En la superficie se dice que fue por los impuestos que, dicen, el magnate adeuda (yo sospecho que hubo algo más). El giro fue abrupto: si al inicio de ese sexenio Javier Alatorre visitaba Dos Bocas y decía “Me canso ganso”, y Jorge Garralda elogiaba el AIFA, después vimos reportajes durísimos contra los libros de texto y comparaciones de la 4T con los peores regímenes colectivistas. Salinas se presentó como engañado: insiste en que AMLO no era quien creía y culpa a algunos “rijosos” que lo habrían asesorado mal. Como si no supiera quién era, o como si nunca hubiese percibido la vena populista y autoritaria que muchos advertimos.
Pocos empresarios se han atrevido a cuestionar frontalmente al régimen. Mientras algunos callan para “no tener problemas” y otros se benefician con acuerdos y licitaciones «en infínitum», Salinas lo confronta usando los mismos recursos con los que antes lo apoyó. Además, se construyó un perfil público más agresivo: usa sus redes para defender su visión y atacar a los funcionarios que lo critican. Así nació ese personaje que hoy no deja a nadie indiferente.
A esta postura —que más de uno ve como valentía— se suma su creciente simpatía por ideas libertarias y un discurso abiertamente polarizante contra la 4T que ha calado en sectores de derecha, los mismos que lo adoptaron como “Tío Richie”.
Salinas presume no ser parte de la hoy oposición partidista moribunda, aunque en algún momento llegó a formar lazos con ella cuando estuvo en el poder. Tomó nota del fenómeno Milei en Argentina y, poco a poco, adoptó sus símbolos y estética. Con eso ha sabido contrastar con el régimen y plantearse como alternativa sin bailar al son del oficialismo (algo que los partidos opositores no lograron). No se enreda tanto en nociones como democracia o separación de poderes —importantes pero a veces abstractas—, sino que contrapone libertad (libertad negativa en el sentido de Isaiah Berlin) vs. esclavitud (la que, según él, representa la 4T con autoritarismo y dádivas).
En ese marco, Salinas acertó al producir un documental propagandístico para empujar su narrativa y la confrontación. Invitó a Juan Miguel Zunzunegui, un historiador medianito y menor pero con buena retórica y capacidad de divulgación para transmitir sus ideas a la gente común. A los especialistas el documental les parecerá frívolo; a los no especializados, preocupados por la 4T y ajenos a sus valores, puede hacer clic.
Salinas Pliego es un empresario polémico. Además de mantener empresas importantes y muy conocidas como TV Azteca, Elektra o TotalPlay, también se ha envuelto en escándalos: años atrás envió un comando armado para tomar las instalaciones de CNI Canal 40 en el Cerro del Chiquihuite. También usa su televisora para golpear empresarios competidores o políticos incómodos: desde Cuauhtémoc Cárdenas (con el caso Paco Stanley) hasta Citlalli Hernández, de quien se burló por su peso incluso en pantalla. En Estados Unidos ha sido acusado de corromper jueces y violar órdenes, por lo que pagó fianza. Y en redes, sus críticas generan polémica constante.
Ese perfil, en condiciones de normalidad, sería un lastre; en la coyuntura actual podría jugarle a favor: lo muestra envalentonado, dispuesto a hacer lo que quiere y a conseguirlo como sea; un Trump tropical —aunque ideológicamente más cercano a Milei. Ante un gobierno percibido por algunos como corrupto, asistencialista e ineficiente (y razones no les faltan), un “macho alfa” que se presente como lo diametralmente opuesto puede resultar atractivo (aunque algunos dirán que, en corrupción, Salinas tal vez no sea precisamente ejemplar).
¿Sus probabilidades de ser presidente en 2030 si decide lanzarse? Es temprano para un pronóstico fino, pero no la tiene fácil:
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Necesita plataforma: que lo cobijen partidos de oposición o, al menos, uno con aspiraciones reales de conservar el registro.
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Competiría en una elección organizada por un árbitro cuya confiabilidad hoy se discute más que antes, con un gobierno quizá con mayor margen de acción y sin contrapesos.
Si sortea esos dos obstáculos, su destino estará atado a la coyuntura económica (más que a la seguridad). En Twitter la indignación contra la 4T abunda —ahí está su nicho—, pero Twitter no es México. Al día de hoy el gobierno de Claudia Sheinbaum es muy popular (sí, incluso con escándalos como el huachicol o el enriquecimiento dudoso de figuras clave). Si en 2030 el panorama luce parecido, veo difícil que Salinas sea un contendiente que inquiete demasiado al régimen. Pero si la economía se deteriora y la gente siente el golpe en el bolsillo —como en Argentina con Milei—, entonces su discurso podría embonar y crecer como espuma, atrayendo sobre todo a gente apática que de otra forma no hubiera salido a votar. En una mala economía, un empresario que hable de mercado, libertad y progreso, y que sea recordado por confrontar al régimen, puede volverse rentable.
Puede que, aun intentándolo, no prospere. Pero no es alguien a quien el oficialismo deba subestimar ni dar por muerto, menos en estos tiempos. De hecho, la virulencia con que lo atacan podría fortalecerlo en la oposición (hoy minoritaria).
Otra discusión es imaginar un eventual gobierno suyo: si tomaría buenas medidas económicas y sanearía lo dañado por la 4T; si usaría el poder para beneficiar a sus empresas y castigar a quien le incomode; y cómo gobernaría sin algo ni remotamente parecido a una mayoría en el Congreso. No lo sabemos. Hoy es demasiado pronto para construir escenarios de alguien que ni siquiera ha confirmado que lo vaya a intentar.