
La peligrosa espiral de polarización
Creo que la polarización creciente que se vive en Estados Unidos, y en buena medida en Occidente, terminará muy mal.
Los cimientos de la democracia están tambaleando. La democracia no es solo ir a votar; es también un consenso tácito: el acuerdo de que nuestras diferencias no se resolverán mediante la violencia. Y ese consenso se está rompiendo.
Desde 2016, con la llegada de Donald Trump al poder y la aparición de sectores fascistoides en la derecha —como la Alt-Right— junto con una izquierda iliberal, poco dispuesta a debatir y más inclinada a cancelar, algunos comenzaron a advertir sobre el peligro de la polarización. Ocho años después, no solo sigue ahí: se ha agravado, y no parece haber un freno.
Pero esta fractura no nació con Trump, ni con la derecha iliberal, ni con lo que algunos llaman la “izquierda woke”. Todo eso son apenas síntomas de un proceso mucho más largo, una polarización que lleva gestándose décadas y que hoy amenaza con arrastrarnos a un escenario muy oscuro.
La explicación de Ezra Klein
En Why We’re Polarized, Ezra Klein sostiene que la polarización es el resultado acumulativo de múltiples factores. Uno de los más relevantes es la transformación ideológica de los partidos: desde los años sesenta, demócratas y republicanos comenzaron a distanciarse hasta el punto en que las familias de congresistas de diferentes partidos, que antes podían convivir sin problema, hoy casi no se relacionan.
A eso se sumó la irrupción de la televisión por cable, que segmentó a las audiencias con noticieros diseñados para reforzar identidades políticas. Así se construyeron burbujas ideológicas en las que la gente se acostumbró a escuchar solo lo que confirmaba lo que ya pensaba.
Las redes sociales aceleraron aún más este proceso, aunque de una forma más compleja de lo que se suponía con la idea de “cámaras de eco”. Lo cierto es que transformaron por completo la manera en que nos informamos, debatimos y compartimos. Nos arrojaron a un entorno comunicativo para el cual todavía no sabemos adaptarnos.
El asesinato de Charlie Kirk
El cobarde asesinato de Charlie Kirk es otro síntoma de esta dinámica: una polarización que se retroalimenta, donde los discursos de odio se intensifican, las facciones se detestan cada vez más y los puentes de comunicación están rotos.
Personalmente, mucho de lo que decía Kirk me parecía aberrante: solía estigmatizar a migrantes y a personas con otra orientación o identidad sexual. Aun así, considero que Ezra Klein (progresista) tiene un punto en algo que escribió en The New York Times: más allá de lo que pensáramos de sus ideas, Kirk hacía política de la forma correcta en un sentido dinámico. Iba a universidades y debatía con quienes quisieran enfrentarlo, generando un intercambio de ideas. Paradójico, sí: alguien con posturas intolerantes que, al mismo tiempo, estaba dispuesto a confrontarlas en público.
Aunque hoy no conocemos al asesino ni sus motivaciones, es altamente probable que discrepaba con las ideas de Kirk. Si él era ultraconservador, lo lógico es pensar que quien lo mató provenía de la izquierda. Y si ese fue el caso, no sería más que otro ejemplo de cómo la violencia política engendra más violencia política.
Redes sociales y discursos de odio

Twitter mostró enseguida el efecto. Muchos aprovecharon para declarar que “la izquierda es asesina” o que “esto es una guerra contra la izquierda”. La narrativa de “nosotros los buenos, ellos los malos”.
Pero la realidad es que ambos extremos han contribuido a este clima. También hemos visto violencia de la derecha: el asesinato de la congresista demócrata Melissa Hortman o el intento de secuestro de Nancy Pelosi, que Trump no condenó sino que ridiculizó.
Afirmar que “la izquierda” o “la derecha” es asesina es una generalización absurda, pero es un discurso útil para estigmatizar al adversario. Y es justo esa banalización la que acelera la polarización: que desde la izquierda se tache de “fascista” a cualquiera con ideas diferentes, o que desde la derecha se lancen eslóganes como “zurdos de mierda”, alentando incluso a romper vínculos familiares con quien piense distinto, como promueve Agustín Laje.
El dilema moral
Entiendo que haya personas incapaces de empatizar con Kirk (quien detestaba la idea de la empatía), sobre todo quienes se sintieron directamente afectados por sus dichos. Sin embargo, cualquiera con un mínimo de sensatez debería condenar lo ocurrido y rechazar la violencia contra cualquier persona.
Es cierto que la mayoría de los opositores a Trump y a las ideas de Kirk condenaron el asesinato, pero también hubo quienes dijeron que “se lo merecía” o incluso lo celebraron. Ese es el nivel de degradación moral al que hemos llegado.
¿Se puede frenar?
Esta violencia política, al tiempo que posiblemente desencadene en más violencia política, seguramente también ocasionará que tanto la derecha como la izquierda que quieran expresar algo (esta por medio a represalias) se terminen autocensurando cada vez más temiendo que algo similar pueda pasar. A raíz de lo que ocurrió, Comedy Central decidió remover la parodia que South Park hizo de Charlie Kirk producto de activistas de MAGA que, enojados, comenzaron a culpar a la serie de lo ocurrido y tanto los demócratas Gavin Newsom, Alexandra Ocasio-Cortez como el derechista Ben Shapiro, decidieron, por la misma razón, posponer o cancelar sus próximos eventos públicos.
¿Cómo detener este clima de odio? No lo sé. Como dije al principio, no soy optimista. Creo que esto terminará en un escenario doloroso y que solo cuando toquemos fondo podremos reflexionar y construir un nuevo consenso. La polarización, el desgaste de la democracia liberal y así como los cambios geopolíticos no muestran un futuro prometedor.
Me gustaría que pudiéramos promover un espacio donde las ideas se enfrenten sin miedo, donde el debate y la confrontación civilizada sean posibles. Pero quizá ya hemos entrado en un punto de no retorno. Y si un hecho tan lamentable como este sirve de pretexto para odiar más en lugar de reflexionar, entonces el panorama es aún más sombrío de lo que imaginamos.