
Ay con estos conceptos.
Un esquema meramente binario que no solo sirve para categorizar orientaciones políticas, sino para construir identidades: ¡Yo soy de izquierda! ¡Yo soy de derecha!
Y claro, intentar reducir las ideologías políticas a dos categorías suele derivar en muchísimas ambigüedades. Peor aún: dado que estos conceptos son inherentemente políticos, corren el riesgo de manipularse (como suele ocurrir) para acomodar narrativas, distorsionar significados según convenga, hacer juicios de valor, o marcar una división simplista entre «nosotros» y «ellos».
Además, el hecho de que los conceptos de izquierda y derecha parezcan cambiar según la época complica aún más las cosas. Frente a esta confusión, algunos han decidido incluso afirmar que estas etiquetas están ya obsoletas.
Sin embargo, hay una definición que ha resistido al paso del tiempo y que permanece constante desde la Revolución Francesa hasta nuestros días. Me refiero, por supuesto, a la definición de Norberto Bobbio:
La izquierda se define por la intención de reducir la desigualdad, la derecha por la aceptación, o incluso la justificación, de la desigualdad
No es el mercado ni es el tamaño del Estado; es la actitud ante la igualdad y la desigualdad.
Por ejemplo, la izquierda de la Revolución Francesa no era socialista, pero sí buscaba una mayor igualdad ante la ley y la abolición de los privilegios del clero y la nobleza. La izquierda socialista posteriormente buscó igualdad económica, mientras que la izquierda cultural hoy promueve la igualdad entre sexos, orientaciones sexuales, razas y minorías. Así:
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En la Revolución Francesa, se contrapuso la igualdad ante la ley frente a los privilegios nobiliarios y clericales.
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En el siglo XX, se confrontó la igualdad económica frente a la desigualdad atribuida al esfuerzo, talento o mérito individual.
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En la izquierda cultural actual, se opone la equidad de género a los roles tradicionales (hombre proveedor, mujer cuidadora del hogar).
Confusiones por ahí:
Algunas personas sostienen que lo que define a izquierda y derecha es el nivel de estatismo: según esto, la izquierda sería más estatista y la derecha menos. De ahí incluso surgen afirmaciones que contraponen la igualdad a la libertad negativa.
Esto se concluye porque, efectivamente, la izquierda económica suele recurrir al Estado para redistribuir riqueza. Pero recordemos que el Estado es un medio, no un fin en sí mismo.
Si el tamaño del Estado fuera lo que definiera ser de izquierda o derecha, llegaríamos a conclusiones absurdas como:
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El comunismo solo sería de izquierda radical en su etapa intermedia cuando necesita un Estado muy grande, para luego convertirse en ultraderecha al abolir dicho Estado.
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Todos los anarquismos serían considerados de ultraderecha.
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Donald Trump sería clasificado como «de izquierda» por establecer aranceles e incluso controles de precios.
Por supuesto, esto conduce a que algunos intenten afirmar que el fascismo y el nazismo son de izquierda. Pero esta es simplemente una estrategia retórica para diferenciar entre «nosotros» (los buenos defensores de la libertad) y «ellos» (los malos y opresores). Conceptualmente, esta postura no se sostiene.
¿Por qué?
Porque tanto el fascismo como el nazismo no solo toleraron, sino que promovieron activamente la desigualdad en términos de nacionalidad, raza, jerarquías sociales y un largo etcétera.
Algunos dirán que el fascismo, el nazismo y el comunismo, ideologías que en la práctica generaron graves daños a la humanidad en la época moderna, se parecen bastante entre sí. Y en eso tienen razón: esta similitud se explica a través de la famosa teoría de la herradura, según la cual los extremos ideológicos tienden a parecerse más entre sí que a las posturas moderadas. Ambos extremos son represivos y estatistas, pero una sigue siendo de izquierda (izquierda radical) y otra de derecha (extrema derecha) porque una busca la igualdad absoluta mientras la otra celebra la desigualdad.
Incluso hoy podemos observar cómo las izquierdas más «woke» y las derechas más identitarias (como muchas facciones trumpistas) comienzan a parecerse en sus métodos e identitarismo conforme se acercan a los extremos.
Luego está la noción generalizada de que la derecha es afín al mercado mientras que la izquierda desconfía más de él. Algunos incluso intentan sostener, de manera tramposa, que el libre mercado es «fascista», cuando en realidad fascismo y libre mercado son prácticamente incompatibles. Aunque ciertamente esta diferenciación ha sido constante durante las últimas décadas y durante la Guerra Fría, ni siquiera eso termina por definir esencialmente a izquierda y derecha.
De hecho, durante la Revolución Francesa la izquierda (especialmente los girondinos) simpatizaba más con la economía de mercado que la derecha, que defendía los privilegios del clero y la nobleza. La combinación de libertad e igualdad en un mismo lema («Liberté, Egalité, Fraternité») no resultaba en absoluto contradictoria como hoy algunos sugieren.
Incluso actualmente, observamos un mayor intervencionismo económico en algunos gobiernos de derecha (como el de Trump) que en ciertos regímenes de izquierda socioliberal. A excepción quizás de Javier Milei (quien podría definirse más como ultraliberal que ultraderechista), las nuevas derechas (Vox en España, Orbán en Hungría, Trump en EE.UU.) suelen ser más intervencionistas en la economía que las derechas neoliberales inspiradas en Thatcher o Reagan.
Conclusión:
Por supuesto, es evidente que izquierda y derecha tienen muchas ramificaciones tanto históricas como contemporáneas, y que en cada espectro hay diferencias internas y contradicciones. También es claro que un grupo político se define mejor por lo que persigue ideológicamente que por su congruencia absoluta en la práctica: un gobierno de izquierda cuyos líderes vivan como millonarios sigue siendo de izquierda si sus políticas buscan teóricamente mayor igualdad.
Finalmente, si bien hay otras formas útiles para conceptualizar las orientaciones políticas (estatismo-libertad económica, autoritarismo-liberalismo, progresismo-conservadurismo, materialismo-posmaterialismo, nacionalismo-globalismo), la manera más sólida de definir la izquierda y la derecha sigue siendo, en mi opinión, la de Norberto Bobbio: la izquierda busca reducir la desigualdad, mientras la derecha tolera o incluso justifica la desigualdad.