En México conocemos a España como la Madre Patria. De esa región (aunque no existía España como Estado-nación en esos tiempos) llegó Hernán Cortés a conquistar y, de alguna forma, colonizar nuestro país.
La Nueva España existió hasta que se consumó su independencia en 1821 y a partir de ahí un nuevo país independiente comenzó a trazar su historia. Hoy, España es un país relativamente desarrollado dentro de la Unión Europea con una buena calidad de vida y una sociedad igualitaria mientras que México es un país en «vías de desarrollo» donde los grandes rascacielos de corporativos (de los cuales, en general, México tiene más y más altos) y los centros comerciales conviven con la pobreza más extremas, la violencia y los caminos sin terminar.
Pero para entender a un país hay que conocer al otro, hay que ponerlo en contraste, y qué mejor que hacerlo con su Madre Patria, de donde heredó gran parte de su cultura. Por eso es que he decidido escribir este artículo estando en España, después de 5 días de pasearme en Madrid y Barcelona, recorrer sus calles y platicar con amigos que están residiendo en este país.
Aclaro que, para este caso, el contraste aplica más para las principales ciudades de ambos países que son con las que he tenido contacto y que es mi experiencia después de pasar varios días en este país, y que como no resido ahí seguramente habrá muchísimos detalles y características de la sociedad española de los que no he reparado.
Estar aquí ha sido para mí me ha generado alguna suerte de conflicto porque la realidad española (que no es perfecta ni mucho menos) me parece que acentúa problemáticas y carencias de nuestro país a las que, por la cotidianidad, ya estaba acostumbrado y tal vez hasta normalizado. Muchas de ellas se pueden explicar, al menos parcialmente, por el rezago económico, pero otras son de carácter cultural y son productos de muchos procesos históricos propios de la colonia y el sistema de castas que se creó en nuestra región.
No cabe duda, para empezar, lo evidentes que son los lazos culturales que México tiene con España, sobre todo si de Madrid hablamos, ciudad que tuvo un mayor influjo en el terreno estructural (político, religioso), aunque ciertamente Barcelona sí llegó a tener cierta influencia sobre México pero ya más bien después de la Independencia y gracias a los intercambios culturales, arquitectónicos y artísticos. Basta por pasear por estas dos ciudades para comprender de donde viene gran parte de la arquitectura levantada en nuestros centros históricos.
Pero aún así, si bien existen muchas similitudes entre ambos países, existen muchas diferencias. Es evidente que la arquitectura colonial mama de la española y pasearte por el centro de Madrid, por el Barrio de las Letras o por el Paseo Gótico de Barcelona hace que te acuerdes más de una vez de México, de sus centros históricos o ciudades como Guanajuato y Zacatecas. Las diferencias, sin embargo, se comienzan a ver ahí mismo porque en España los edificios están mejor cuidados y mantenidos. Los centros históricos en México fueron progresivamente deshabitados mientras que en España vivir ahí puede llegar a ser prohibitivo por la alta demanda. En México al centro histórico se le relaciona con los sectores populares o el comercio informal. En España es irrelevante porque su sociedad casi no está estratificada y las clases sociales son poco notorias.
Y hablando de clases sociales ahí se nos presenta algo que a veces queda inadvertido en la cotidianidad pero que se vuelve grosero y grotesco al hacer el contraste. México es un país muy clasista. Por lo general, la identidad del mexicano está ligado a su clase social. Importa mucho donde vive, qué estudió, en qué trabaja, cuánto gana y qué carro tiene. Esos elementos son una señal muy presente en las relaciones interpersonales y dichos elementos ayudan a clasificar a los individuos en distintos sectores. En España eso es mucho menos notable. Acá es más difícil saber a qué clase social pertenece cada persona y la gente está menos al tanto de eso. A veces para ellos pueden llegar a ser algo insultantes esas distinciones. Los barrios acá son más parecidos, tienden a contrastar menos unos de los otros.
Para el mexicano el dinero como símbolo de status es muy importante, sobre todo en las clases medias y altas. Para el español no lo es tanto. No es que el dinero no le importe, claro que le importa, pero lo ve como más como un medio para el buen vivir que como una señal de status. Pasa algo igual con el vestido, no es que la vestimenta como señal de status social no exista en España, pero ocurre de forma más discreta y menos relevante. En México el vestir, el usar tal o cual marca busca simbolizar el status social de un individuo mientras que en España uno a veces puede vestir bien más por gusto que por ostentación. En nuestro país las mujeres utilizan más maquillaje que en la Madre Patria, donde o no lo usan o lo usan de forma discreta. Naturalmente, todos estos patrones de comportamiento son producto de una sociedad estratificada producto de un entramado de procesos históricos distintos a los de España.
La sociedad en España es más igualitaria no solo por el sistema económico, que sigue siendo un sistema capitalista (claro, con un sistema de seguridad social más robusto) sino por diversos patrones culturales que la configuran como tal. Vivir bien en España puede ser más importante que tener la urgencia de subir o mantener la posición social (lo cual genera presión en la psique del mexicano). Esa presión no necesariamente se traduce en una sociedad económicamente más productiva y es posible que ésta inhiba a los individuos de tomar decisiones acertadas a largo plazo. No es gratuito que los gurús del emprendimiento y diversos coaches tengan mucho más jale en nuestro país. No se trata necesariamente de ascender o ganar más, sino de la urgencia de hacerlo: aparentar, endeudarse para comprar el nuevo carro para apantallar a las personas del sexo opuesto o hasta corromperse para ese fin. México ciertamente mama de la cultura competitiva de Estados Unidos, pero nuestro vecino del norte, a pesar de tener una sociedad más desigual que la de sus pares desarrollados, es una sociedad mucho menos estratificada que la nuestra.
España presume de un gran sistema de transporte público. En sus principales ciudades, el peatón es importante. Las ciudades están muy bien conectadas, tanto por dentro como por fuera. Barcelona, que tiene poco más de la mitad de tamaño que Guadalajara, tiene 12 líneas de metro mientras que Guadalajara tiene 3 y apenas está construyendo su cuarta. La ciudad de Madrid (como ciudad) tiene poco más de 3 millones de habitantes mientras que la CDMX tiene 9 millones. Madrid tiene una línea más de metro que la CDMX. Regresando al tema del clasismo, es notable la diferencia de clase social entre quienes usan automóvil y el transporte público. En España, esto es mucho menos notorio si es que se llega a notar.
Ciudades como Madrid y Barcelona son perfectamente caminables de cabo a rabo, lo cual no ocurre en CDMX o Guadalajara y mucho menos Monterrey donde las zonas «caminables» se concentran en zonas específicas de la ciudad, ciertas colonias o barrios, sobre todo aquellos que tienen vida. Las banquetas en España son amigables y no son muy estrechas. Suelen estar bien cuidadas y siempre están adaptadas para personas con discapacidad. Los automovilistas tienden a respetar el paso al peatón y nunca «avientan el automóvil». Los peatones, de la misma forma, nunca se «atraviesan a la brava», a veces pueden cruzar la calle en semáforo rojo pero solo lo hacen cuando se han cerciorado de que no viene ningún automóvil cerca (porque para eso todos los cruces tienen semáforos peatonales)
La diferencia del respeto hacia la mujer también es drástico. No es que la situación no sea perfecta y no existan problemas que se puedan catalogar como violencia de género, pero me llamó la atención que a las 6 de la mañana mujeres de buen ver pudieran caminar en las calles sin preocupación alguna. En los 6 días que estuve en la ciudad nunca escuché ningún piropo indeseado o una mirada lasciva, lo cual es muy común en México (e incluso pueden llegar a verse en ciudades de Estados Unidos).
Y hablando de género, los roles entre el hombre y la mujer son más tenues que en México, e incluso se ve en el trato que se dan en la calle. En España es común ver a hombres paseando a su bebé en la carriola y, de la misma forma, más de una vez me tocó ver a un hombre cambiar el pañal del bebé en el baño porque sí, el baño de hombres suele también estar habilitado para esas tareas.
De la misma forma, es de notar que España es una sociedad muy liberal. Se nota que la gente con distintas orientaciones o preferencias sexuales se mezclan con la gente sin ningún problema o sin ser juzgados, a diferencia de México donde, si bien se han integrado más con el tiempo, todavía llaman la atención en algunas personas. Así mismo, no es poco común escuchar a los españoles hablando de temas que no serían tan bien vistos en México, como una pareja hablando en la calle de su relación sexual (cosa que escuché más de una vez) e incluso es normal que en la publicidad exterior pueda aparecer un busto de mujer al descubierto (lo cual generaría indignación en el país). La relación de la gente española con el sexo es muy peculiar.
Otra cuestión, a la cual no se le puede juzgar como más buena o más mala, pero que yo prefiero en el caso de España, es que acá la gente es más directa y franca. La gente dice lo que piensa y no se la piensa tanto si aquello que va a decir va a «herir susceptibilidades» y ya sabes qué esperarte de las personas con las que estás conviviendo.
A muchos mexicanos que vienen no les agrada del todo el servicio al cliente en los restaurantes porque a veces puede ser más frío o seco por el hecho de que, al no haber una cultura de propinas, no tienen incentivos para ser «muy» amables con el comenzal. A mi parecer, esto no me parece un problema, y de hecho no pocos meseros fueron amables conmigo, y eso se agradece porque dicha amabilidad la percibí más franca, meseros que platicaban contigo sin ningún interés detrás. Cabe decir que no me gusta la cultura de las propinas (sobre todo en México) porque pienso que, de alguna forma, degrada el trabajo de los propios meseros y eso da excusas para que sus empleados les paguen mal y poco. Yo preferiría que la comida fuera un poco más cara y que esa diferencia de precio sea compensada por la ausencia de propinas.
Todo esto no implica que los españoles no tengan problemas, algunos propios y otros que comparten con nosotros. No todo es miel sobre hojuelas. Acá también existe polarización política, problemas con la migración (migrantes que llegan al país y se encuentran con un escenario muy complicado para sobrevivir), índices de desempleo mayores a los de México, problemas con la vivienda, envejecimiento (que genera presión en el sistema de seguridad social) y un sinfín de problemas como casi cualquier sociedad.
Tampoco esto debería invitar a hacer juicios de valor a nosotros los mexicanos que, a pesar de tener muchos problemas (subrayo la violencia y el clasismo), también es una cultura que tiene varias virtudes y de la cual me siento orgulloso de pertenecer. Hay que recordar que más que la «voluntad» de los individuos, estas diferencias son producto de diversos procesos históricos y dichas diferencias (sobre todo en el aspecto negativo) no van a cambiar de la noche a la mañana pero creo que estos ejercicios sí pueden ayudar a concientizarlos para, a partir de ahí, irlos mejorando para seguir madurando y progresando como sociedad.
Los contrastes sirven, te confrontan, te hacen ver que aquello que dabas por sentado en realidad no lo era tanto, que la cultura tiene una gran importancia dentro de una sociedad, que la moldea y la da forma, que los siglos de historia pesan en la conformación de dicha cultura, que nuestra realidad no es universal, sino que hay muchas, pero a pesar de ello siempre se pueden encontrar algunos patrones que parecen ser constantes en las distintas culturas.
Porque, al final, todos somos seres humanos buscando satisfacer nuestras necesidades. Lo que cambian son los arreglos (culturas) para llegar a ese fin.