Peje Todopoderoso

Jul 16, 2018

López Obrador llegará a la Presidencia de la República con más poder que ningún mandatario desde la era democrática de nuestro país. ¿Qué beneficios y qué riesgos podrían haber?

Peje Todopoderoso

Se dice constantemente que el poder corrompe al ser humano.

Yo no creo que sea así, aunque lo parezca. El poder más bien tiende a mostrar al ser humano tal cual es ya que le da el permiso de hacer cosas que en otras circunstancias no se atrevería o no podría hacer. 

Un dictador se vuelve tal gracias, en cierta medida, a la ausencia de contrapesos que le permiten usar el poder de forma indiscriminada. Antes no era un dictador en acto, pero sí lo era en potencia. No es que antes fuera bueno y lo haya dejado de ser, sino que, al adquirir el poder, adquirió también el permiso de ser quien es.

La ausencia de contrapesos le permite al individuo exponer su ser sin restricciones o limitaciones. Los contrapesos aminoran y contienen los riesgos que implican que el sujeto tenga el permiso de expresar lo peor de su ser y que esto se convierta en políticas públicas irresponsables o en la restricción de derechos humanos. Pero esto no implica necesariamente que un individuo se vaya a convertir en un dictador o en un déspota. Si el individuo es bienintencionado posiblemente logre lo opuesto, que utilice el excesivo poder que ostenta en beneficio de los gobernados y para hacer los cambios que un país con contrapesos no le permitiría. Los contrapesos también pueden llegar a ser cínicos y estorbar (basta recordar al PRI en los sexenios de Fox y Felipe Calderón) en vez de acotar los impulsos autoritarios. 

La historia nos muestra que la acumulación excesiva de poder tiende al despotismo pero también nos narra casos de figuras que aprovecharon su posición para transformar la nación de la que estaban a cargo y llevar a cabo cambios que, en otras circunstancias, no se hubieran podido llevar a cabo.

Si bien López Obrador no tendrá un poder absoluto, sí ostentará más poder que cualquier otro presidente dentro de la era democrática de nuestro país. AMLO tendrá mayoria absoluta en las cámaras (aunque no la mayoría calificada para hacer cambios a la constitución). Él lo sabe, todos lo saben, y las estructuras políticas ya se han comenzado a reconfigurar frente a esta nueva realidad. 

Es evidente que López Obrador quiere llevar a cabo transformaciones para reformar este país de acuerdo a su peculiar visión, y para eso busca adquirir un mayor control. De esa forma, él piensa que logrará implementar sus medidas (algunas de ellas loables) de esa forma. Su meta es acabar con la corrupción y reducir la desigualdad. A diferencia del político de izquierdas promedio, él propone un plan de austeridad para recortar gastos dentro del gobierno, y espera que dicho plan se replique en toda la República Mexicana. En ese sentido van los súper-delegados o los «virreyes todopoderosos» como los llama Jorge Zepeda Patterson, y que fungirán como una suerte de «gobernadores en paralelo» con el fin de poder concentrar más poder en el centro y evitar la propia concentración de poder que los gobernadores ejercieron y que permitieron el surgimiento de figuras como Javier Duarte.

López Obrador pretende hace una reingeniería de gran calado. La duda que muchos tenemos es si esta va a llegar a buen puerto. En el mejor escenario reformará la estructura política mexicana de tal forma que logre dar un paso al hacia delante en el propósito de crear ese México más justo y con instituciones más fuertes, necesidades que no han sido satisfechas en el México moderno. Pero el peor escenario es uno donde el gobierno de López Obrador termine haciendo lo opuesto, que es básicamente lacerar o destruir la vida institucional del país y someta la estructura política a sus caprichos. 

Habrá que preguntarnos también el papel que los contrapesos existentes jugarán. No serán muy grandes, pero AMLO tampoco tendrá una ausencia absoluta de contrapesos. Por un lado está el poder político de la oposición que no le permite cruzar por sí solo el límite de la mayoría calificada para reformar la constitución: ¿es pequeña? ¿Es débil? Sí, pero ahí está. También está el creciente contrapeso de la sociedad civil, las cámaras empresariales, los medios de comunicación y organismos de otro tipo.  

Es difícil vaticinar a qué escenario se parecerá más su gobierno. Por un lado, es indudable que López Obrador tiene una sincera intención de pasar a la historia como alguien que transformó al país; no es alguien que parezca haber llegado al poder para enriquecerse. Pero por otro lado tenemos a un López Obrador al que le cuesta trabajo escuchar las voces que disienten, que hace juicios de valor ante las críticas de los columnistas (a los que llama fifís) y que tiene un discurso polarizante. La postura que ha mantenido tras su victoria tiende a parecerse un poco más al primer escenario pero es muy pronto para vaticinar que así será su gobierno.

Y es muy pronto porque un presidente se desempeña de acuerdo al cambiante entorno que se le presenta al llegar al poder y cuya postura debe modificarse a través del tiempo. No sabemos si esa temporal luna de miel con los empresarios se mantendrá por un tiempo o se quebrará a la primera. No sabemos bien a bien siquiera cómo se van a mover las cosas dentro de su propio partido. No sabemos qué decisiones tomará cuando, por poner un hipotético ejemplo, vea que la política de austeridad no es suficiente para llevar a cabo los programas sociales que prometió: ¿sacrificará algunas de sus propuestas o endeudará al país pensando más en el corto plazo? Ni siquiera su Jefatura de Gobierno es referencia dado que era el Congreso el que le aprobaba las partidas presupuestales. 

Solo el tiempo nos dirá qué consecuencias (positivas o negativas) tendrá la presencia de un «Peje todopoderoso» en la silla presidencial. Tal vez tendrán que pasar unos años para que podamos hacer el veredicto. Lo cierto es que AMLO tiene el suficiente poder como para no tener excusas, los resultados de su gobierno recaerán sobre él y casi sobre nadie más.