¿Cómo hablar con un progre?
Ese es el título del libro de Gloria Álvarez Cross, la afamada politóloga libertaria oriunda de Guatemala que saltó a la fama por sus férreas críticas a la izquierda y al populismo latinoamericano, y quien es invitada a muchos foros en distintas latitudes del mundo gracias a la facilidad que tiene para comunicarse y explicar sus ideas.
Pero en su libro no logra responder esa pregunta, ni siquiera se esfuerza en contestarla. Se sobreentiende que si una obra plantea establecier diálogo con quien piensa diferente, este tendría que proponer algún ejercicio para «ponerse en los zapatos del otro» y así poder debatir y persuadir.
En vez de eso, Gloria Álvarez caricaturiza al progresista, le da una sola definición y aprovecha para hacer críticas sobre su incongruencia y sobre las falacias o disonancias congitivas en las que suelen caer. Algunas de sus críticas son válidas y atinadas, pero constantemente cae en las mismas falacias y disonancias que ella misma critica.
Por ejemplo, Gloria Álvarez nos dice que los progresistas ven todo en blanco y negro y no son capaces de ver las tonalidades grises. Pero esa es la misma forma en la que ella los juzga, como si todos los progresistas fueran iguales y pensaran exactamente de la misma forma. Inserta dentro de la misma definición a izquierdistas moderados y radicales; afirma que los progresistas odian a Estados Unidos pero en otras ocasiones dice que admiran a Obama; luego dice que todos admiran a Cuba y Venezuela; después habla del progresismo de la socialdemocracia española que en realidad tiene que ver poco con Cuba. La realidad es que eso que Gloria llama progresismo tiene matices muy diferentes.
El libro empieza muy flojo, incurre una y otra vez en la falacia del hombre de paja por medio de una caricaturización forzada del progresismo. Varias de las actitudes que Gloria menciona son comunes en algunos progresistas, es cierto (y lo notamos acá en México con varios de los simpatizantes de López Obrador), pero ella mantiene una postura un tanto similar de superioridad moral, tratando de mostrar que ella es la que carga con la razón y la verdad objetiva mientras que los otros son ignorantes, hipócritas y cínicos. Gloria los acusa de dogmáticos, pero su crítica parte de una postura también muy ideologizada y dogmática.
La realidad es que las disonancias cognitivas existen dentro de todo el espectro político. El libro Political Brain de Drew Westen muestra cómo tanto los demócratas como los republicanos de Estados Unidos suelen hacer juicios con base en sus afinidades políticas de forma mucho más contundente que en la evidencia. Gloria siente que se está blindado de estas disonancias y toma incluso las inconsistencias del progresismo para hacer juicios de valor. Pero se equivoca.
Al principio parece que le trae «muchas ganas» a los progres. Tanto que termina alabando a Donald Trump:
Trump ha reivindicado la capacidad individual de los ciudadanos para lograr su propia felicidad, de la que la Constitución estadounidense habla. La capacidad de los ciudadanos para decidir sin imposiciones, para gastar su dinero sin que el Estado intervenga en ello, para construir una sociedad en la que nadie determine lo que los demás deben de hacer.
Parece que las vísceras jugaron un papel más importante que la razón, parece que la disonancia cognitiva hizo su chamba en la mente de nuestra querida Gloria. Trump no es un libertario, ni siquiera un promotor del libre mercado. Es un populista de derechas proteccionista dispuesto a cerrar sus fronteras para proteger a los trabajadores estadounidenses de los «malévolos extranjeros». ¿Qué dirá Gloria ahora que Trump ha iniciado una guerra comercial contra México, Canadá y la Unión Europea subiendo los aranceles a varios insumos?
Gloria caricaturiza a un progre como un individuo con ideas obsoletas, flojo, que no lee, que no sabe nada de economía, intolerante, que detesta la cultura del esfuerzo pero a la vez es parte de la burguesía (eso que algunos llamamos izquierda caviar), es hipócrita, cínico, y a la vez suele tener dinero, tanto que algunos son ricos, tan ricos como los que critican tanto. Esa es una caricaturización muy reduccionista porque entonces no se podría explicar por qué hay «progres» que sí tienen abundante dinero, por qué varios de ellos son líderes de opinión, artistas o hasta políticos o burócratas destacados (que para ello se necesitó esfuerzo). Gloria pone en una misma canasta al manifestante que se droga y tarda 10 años en terminar sus estudios y al académico progresista con maestría y doctorado en universidades de renombre que le ha tenido que batallar para obtener una beca y para encontrar una plaza en una universidad de prestigio.
Gloria también ignora que hay muchas personas que toman posturas progresistas en el terreno de lo social pero no en lo económico. Y no me refiero al libertarismo (que concuerda en el terreno del matrimonio igualitario, por un decir) sino que, mientras que defienden el libre mercado en lo económico, sus posturas sociales están muy influenciadas por corrientes que parten del postestructuralismo o de la Escuela de Frankfurt.
A medida que se avanza en el libro, sí se puede percibir cierta mejoría y algunos momentos un tanto lúcidos donde Gloria se centra en algunas tesis muy específicas de los progresistas que exhibe con argumentos. En la parte central hace algunas críticas suyas que valen la pena y que logran salvar un poco su obra, pero al final, en el epílogo, regresa a otra vez a la crítica visceral y reduccionista.
¿Qué puede dejar un libro cuya misión no es dialogar con un progresista sino caricaturizarlo? Creo que muy poco. Este es de ese tipo de obras que solo logran reafirmar las posturas ideológicas de los lectores. Pienso que, aunque cita algunos autores importantes como Tocqueville, Locke, Platón o Friedrich Hayek, entre otros, parece que el libro tiene una base filosófica muy débil. No porque sea un libro fácil de leer (un libro no necesita ser complejo ni pesado para demostrar tener un buen bagaje filosófico), sino porque en el texto a veces falta sustancia, falta «carnita». Gloria recurre a muchos lugares comunes y preconcepciones, y si bien entiendo que este es un libro de divulgación y no uno académico, creo que incluso para el género se queda corto.
No soy muy progresista, tampoco soy libertario y no simpatizo del todo con Gloria Álvarez, aunque me parece una mujer inteligente y agradezco varias de sus críticas a los regímenes populistas en sus videos de Youtube. Tal vez por eso esperaba un poco más de este libro, lamentablemente se queda muy corto si hablamos de una de las principales divulgadoras del libertarismo en nuestro subcontinente.