Podemos casi tener la certeza de que en las elecciones venideras ocurrirá uno de los siguientes dos escenarios:
- AMLO gana.
- AMLO desconoce el resultado y se arma un conflicto postelectoral (muy posiblemente más fuerte que en 2006).
El primero, y el más probable, porque todo pareciera indicar que López Obrador ganará caminando. «Pepe» Meade no levanta, y Anaya, quien tendría alguna posibilidad (no muy grande) de ganarle, está siendo objeto de una estrategia de guerra sucia que ya ha comenzado a frenar su crecimiento.
El segundo, porque López Obrador difícilmente reconocerá una derrota en unas elecciones donde sólo 3 meses antes se encontraba en franca ventaja. Y porque tampoco es algo inverosímil que «el sistema» utilice una estrategia muy sucia (como la del Estado de México) para hacer ganar a su candidato (cosa aún así casi imposible) o a Ricardo Anaya (aunque dado el escenario actual me parece un tanto más probable un pacto entre PRI-gobierno y AMLO que entre PRI-gobierno y Anaya).
Como quiera que sea, AMLO amenazó, frente a los banqueros, que en el caso del segundo escenario, él no va a amarrar al tigre y se irá a Palenque: lo que quiso decir entre líneas es que «si le hacen fraude» la cosa se pondrá fea y él no se hará responsable por lo que pase. Él y sus seguidores siempre han justificado el plantón en Paseo de la Reforma en 2006 como una forma de contener la ira que existía en ese entonces. Básicamente, aseguran que si no fuera por López Obrador, el llamado fraude hubiera desembocado en una espiral de violencia.
Como todo lo que ocurre con todo lo que tiene que ver con López Obrador, el discurso se ha polarizado. Ambas posturas me parecen rígidas y tal vez un tanto irresponsables:
Primero están quienes justifican a López Obrador, quienes le reconocen haber contenido la violencia en años pasados y que insisten que ni siquiera es obligación de López Obrador no hacer nada ya que los efectos de «el fraude» es responsabilidad de quien lo comete. La postura de AMLO me parece irresponsable porque una declaración así, cuando no ha ocurrido nada, me suena a chantaje.
Luego están los que pintan a un México idílico con sus sacrosantas instituciones como si fueran incorrompibles cuando la verdad es que éstas son más bien muy débiles e incluso han sufrido un deterioro en este sexenio. Las elecciones del Estado de México fueron prueba clara de que, si bien ya es complicado ejecutar un fraude dentro de las urnas o durante el conteo, el INE puede llegar a actuar con parcialidad en todo el proceso y permitir que se cometan graves irregularidades en el transcurso de la campaña que comprometan el resultado (compra de votos, coerción, operación de estructuras y demás).
Las dos posturas tienen un carácter anti-institucional. La primera, porque en lugar de insistir en el fortalecimiento institucional para que las elecciones se lleven en buen término, está ya haciendo un desconocimiento a priori. AMLO no hace mal al crear estructuras que busquen evitar un eventual fraude, pero un desconocimiento anticipado del árbitro es algo grave en un país al cual le ha estado costando mucho trabajo construir instituciones fuertes.
La segunda postura, aunque intente reflejar lo contrario, también comparte ese carácter anti-institucional, ya que tramposamente ignora que las instituciones son endebles y que por lo tanto no es necesario vigilar que funcionen bien. Si se cuestiona su funcionamiento es necesariamente porque el que acusa está mintiendo o busca obtener una ventaja e de ello. No hay siquiera beneficio de la duda y cerrará los ojos ante cualquier eventualidad o trampa que ocurra.
Ambas cosas, a mi parecer, son posibles. Que AMLO pierda de forma completamente legal y desconozca el resultado, o que efectivamente se opere de forma ilegal y se utilice al INE y las demás instituciones para evitar que el tabasqueño pierda y gane otro candidato. El carácter poco democrático de los principales contendientes (AMLO y PRI-Gobierno) abre ambas posibilidades.
¿Y qué pasaría si AMLO no gana (de forma legal o ilegal) y clama fraude? López Obrador no tendría muchos incentivos para «amarrar al tigre» ya que ha dejado entrever que estas serán las últimas elecciones en las que contienda y por tanto ya no se tiene que preocupar por la imagen que va a proyectar en el futuro.
Y el «tigre» se vuelve más peligroso si al cóctel le agregamos la indignación que el gobierno actual ha generado. Posiblemente veamos manifestaciones de violencia que sólo podrían ser reprimidas con el uso de la fuerza del Estado (para lo cual, por cierto, no era estrictamente necesaria la Ley de Seguridad Interior), veamos lesionados e incluso muertos. Este escenario posiblemente sólo podrá evitarse si la derrota de López Obrador es lo suficientemente evidente como para sospechar de un fraude.
Y lo peor que puede pasar es un escenario de violencia, no sólo quienes serán víctimas de ella o por la herida que dejará en la psique colectiva, sino porque, ya de por sí, la poca confianza que los individuos tienen a las autoridades y a las propias instituciones se irán en picada, con efectos muy nocivos para el país.
Más vale que no exista razón alguna para que aparezca algún tigre por ahí.