Javier Lozano es uno de esos políticos folclóricos que tienen presencia dentro de la opinión pública por su personalidad. Y no porque dicha personalidad sea atractiva; por el contrario, es una persona que cae mal, es intransigente, tiene cara de pocos amigos, pocas veces se le ve sonriendo y cuando sonríe lo hace de forma mezquina. También es cínico, mentiroso, autoritario, hábil, y no es algo que a Lozano le moleste, esa es la imagen que ha querido proyectar en los medios y, sobre todo, en Twitter.
«No sean ordinarios», reza su hashtag con el cual reta a la opinión pública. Como un perro que enseña sus dientes, advierte que siempre está en posición de atacar; no importa si se trata de actores, activistas, políticos o tuiteros comunes y corrientes, Lozano está listo para clavar los colmillos sobre sus opositores. En Twitter se comporta como un Donald Trump atacando a diestra y siniestra pero, a diferencia del mandatario estadounidense, es más frío y calculador, sabe qué fibras tocar para encolerizar a quienes se oponen a él.
Para Javier Lozano todo se vale, es uno de esos políticos modelo que representan la ambición desmedida de poder, el vacío ideológico y de convicciones y al cual no le preocupa que lo dejen en evidencia. Así, puede un día renunciar al PAN argumentando que dicho partido ha perdido sus valores y ha sido secuestrado por un «pequeño dictador» para presumir, al día siguiente, una fotografía integrándose a la campaña de «Pepe Meade» con el candidato y el presidente del PRI Enrique Ochoa Reza (la marcha imperial de Star Wars comienza a sonar).
No importa que su cinismo lo deje en evidencia. Por el contrario, pareciera ser su propósito: criticó a Anaya porque dice que él hizo cualquier cosa para ser candidato del PAN: impuso su candidatura, se hizo del partido y traicionó gente. Pero eso algo muy parecido a lo que ha hecho el propio Lozano dentro del servicio público. Como panista que era hasta hace un par de días se comportó como priísta en las redes compartiendo y retuiteando tuits del candidato Meade y de otras cuentas priístas. Lozano traicionó al PAN dentro del PAN, traicionó a sus simpatizantes legislando, en muchas ocasiones, en contra de sus intereses y del pueblo en general.
Tal vez le moleste que la ambición de Anaya le haya sido suficiente para ser candidato presidencial (y en una de esas, presidente) mientras que él, con toda su grandilocuencia y su adicción por los reflectores, aspira casi siempre a puestos un poco más medianos: vicecoordinador de mensaje de la campaña de «Pepe Meade».
A Lozano le gusta el protagonismo, le gusta que lo vean, le gusta hacerse notar, le gusta provocar. Se presenta como un hombre muy docto y culto, hasta corrige la ortografía de sus críticos (aunque luego la RAE diga que él era el que estaba mal) pero a pesar de su cultura todo es relativo para él, la única cosa que es absoluta es su ambición.
Si el PRIAN existe ese es Lozano y sus amigos, quienes se autonombraron los «rebeldes del PAN» y cuya rebeldía consistía en trabajar en favor del régimen del PRI, y a pesar de esa traición hacia el electorado panista, se presentaron como víctimas, se quejaron de que el partido ha perdido su esencia cuando ellos la mataron una y otra vez. Lozano nunca perdió su piel priísta, fue un lobo del PRI que sobrevivió en las aguas panistas por más de una década.
Personas ambiciosas que hacen lo que sea por ganar poder hay muchas, pero a Lozano le gusta presumirlo. Por eso cae tan mal.