Ya tenemos a los tres principales contendientes para las elecciones del 2018. El próximo presidente será López Obrador, Ricardo Anaya o José Antonio Meade. Falta por definir a los candidatos independientes quienes tienen realmente muy pocas posibilidades de ganar (y si es que juntan las firmas), pero que podrían fungir como comodín y alterar el resultado de la elección.
Si me pidieran apostar dinero por un candidato, es decir, por quien creo que va a ganar y no necesariamente por quien quiero que gane, apostaría por López Obrador.
El destape de Anaya dice dos cosas: primero, que toda la estrategia que orquestó para hacer su necia ambición una realidad le funcionó: es candidato, y logró formar un frente; segundo, hay frente. Esto, por supuesto, no es una buena noticia para el PRI como sí lo es para López Obrador. El PRI no se salió con la suya, la coalición está viva y coleando.
En estos momentos todo el mundo subestima a Ricardo Anaya. Lo acusan de traicionar al PAN y de acabar con su espíritu democrático. La realidad es que este comenzó a apagarse cuando Felipe Calderón comenzó a nombrar a los presidentes de su partido cuando dirigía a este país. Es decir, Anaya no hizo algo muy diferente a lo que también hicieron quienes le reprochan el dedazo. Las acusaciones pueden ser válidas, pero la autoridad moral de quienes lo critican brilla por su ausencia.
Meade tiene esa gran ventaja natural llamada «el voto duro del PRI» Pero el problema para él es que Anaya podría anular algunas de las que serían sus ventajas competitivas. Anaya también se puede presumir como estudiado (doctor en Ciencias Políticas por la UNAM, sabe hablar inglés y francés) y también puede prometer «estabilidad frente al riesgo». Peor para Meade: él solo se puede limitar a ofrecer «estabilidad con continuismo» mientras que Anaya puede vender «estabilidad y cambio». Un cambio edulcorado para quienes no quieren asumir «el riesgo de López Obrador», un cambio a la segura que se limitaría más bien a la «despriízación» del gobierno.
A Anaya le pueden achacar, por ejemplo, el Pacto por México. Siendo presidente de su partido ayudó a orquestar las reformas estructurales y por eso es que no podrá presentarse como una suerte de outsider, no deja de ser parte de la clase política. Quienes se oponen a las reformas con más enjundia son quienes de todos modos no iban a votar por él (los seguidores de López Obrador). El voto antiPRI que no simpatiza con López Obrador y que representa ese tan asediado voto útil está molesto con el gobierno actual no tanto por las reformas (en muchos casos las reconocen) sino por la corrupción y la inseguridad. Ciertamente, Meade tiene una trayectoria más sólida que presumir pero la diferencia entre los dos candidatos es más bien tenue y en esas circunstancias me parece más probable que se inclinen por Anaya ya que es más grande la diferencia entre votar por el PRI que odian (con el fin de que AMLO no llegue) o no votar por él que la diferencia entre Anaya y Meade producto de la percepción que tienen de los dos candidatos.
Meade habla de que para convertir a México en una «potencia mundial» fortalecerá el Estado de derecho, su campaña parece girar ante esta idea. El problema es que es muy endeble (¿Estado de derecho? ¿PRI?) y el propio Anaya se la puede ganar. Anaya seguramente se desligará de los dos sexenios del PAN y de la «guerra contra el narcotráfico» y de la misma forma insistirá en que el PRI es muy corrupto. Así, Meade podría quedarse entre la espada y la pared. ¿Cómo ofrecer fortalecer el Estado de derecho postulado por un partido que si algo hizo estando en el poder en este sexenio fue deteriorarlo y socavarlo, partido del que dijo que los mexicanos le debemos mucho? Y no, de verdad no creo que presumir haber encarcelado a algunos gobernadores pueda ayudar a que al elector se le borre esa percepción.
Anaya tiene la ventaja de saber hablar mejor en público, sabe alzar la voy y despierta más emociones. Un perfil así vende más que un «académico de bajo perfil como Pepe Meade» dentro de unas elecciones en las cuales la indignación con el PRI y el estado de las cosas es muy grande. Si bien las columnas que han escrito sobre el destape de Anaya son muy distintas (algunos lo reconocen, otros no lo perdonan), podría recibir el espaldarazo de intelectuales y gente reconocida como Emilio Álvarez Icaza. Es posible que algunos sectores políticos, intelectuales y académicos que detestan al PRI terminen apoyándolo.
Discurso de destape de Ricardo Anaya:
Discurso de José Antonio Meade:
Por otro lado, el escenario más pesimista para López Obrador es que el voto útil en su contra se vaya hacia el PRI, básicamente porque el PRI tiene una base de votantes duros que sumados al voto útil podría rebasarlo. Por eso es que AMLO está muy feliz, porque el PRI con el voto útil es más fuerte que el frente con el voto útil. Eso no significa de ninguna manera que el frente le pueda ganar, pero creo que el PRI sería más competitivo. El problema del PRI, reitero, es que la tendrá mucho más difícil para captar el voto útil, sobre todo con el frente vivo y coleando.
López Obrador, por su parte, debe jugar a mantener su ventaja e incluso intentar acaparar al menos un poco de voto útil (ese voto antiPRI que tal vez no termina de creer en él pero que podría darle una oportunidad) para amarrar su victoria. AMLO tiene el dilema de mantener contentas a sus bases (con discursos un tanto estridentes) y no asustar a los votantes más cercanos al centro. Así también debe tener mucho cuidado de no cometer errores, no sólo porque en ocasiones suelen ser graves, sino porque la oposición intentará magnificarlos para generar miedo entre la población: ahí está el caso de su propuesta de la amnistía a los narcos, lo cual es evidentemente una propuesta muy absurda, pero de la cual sus opositores se han agarrado para decir que los cárteles van a financiar su campaña. El problema que ya todos conocemos es que AMLO se tropieza mucho y suele ponerse él mismo el pie.
¿Cuáles son las posibilidades? Imaginemos que estamos en la última jornada del futbol mexicano y se juega el pase a la liguilla. López Obrador depende de sí mismo, incluso puede darse el lujo de perder el último partido y aún así clasificar si se da una combinación de resultados, mientras que el frente y el PRI deben de ganar su partido (el frente y el PRI son rivales en el último partido) y esperar que pierda López Obrador. López Obrador tiene un partido relativamente fácil pero tiene fama de confiarse de más y perder con rivales que son fáciles en el papel.
Así, tendremos 3 actores: El PRIAN (representado por el PRI y una parte del calderonismo) y que se colocará a la derecha del espectro político, el frente que como coalición se colocará más bien al centro (y tal vez el único que se acerque un poco al progresismo social, entendiendo que AMLO es muy conservador) y MORENA, que ocupará ese sector de la izquierda intervencionista y nacionalista. De la misma forma, el PRIAN venderá continuismo, MORENA un rompimiento con el sistema y el frente vende más bien un cambio moderado, un «cambio sin riesgos».
Por último no debemos olvidar a los independientes (si es que consiguen las firmas). Dudo mucho que Margarita tenga posibilidades de ganar, menos aún el Bronco. La presencia de Margarita podría debilitar al frente al recordarle a Anaya la «traición» y posiblemente intente golpearlo para robarle voto útil y dárselos a Meade. El Bronco, por su parte, podría quitarle algunos votos a AMLO; seguramente serán muy pocos, pero si la contienda termina muy cerrada (algo probable que ocurra) podría alterar el resultado.
A estas alturas es muy difícil hacer pronósticos. En medio año muchas cosas pueden cambiar, pero como inicié este artículo, creo que al momento López Obrador es quien tiene mayores posibilidades de ganar. Estas elecciones requerirán de precisión quirúrgica por parte de los contendientes porque un paso en falso, una estrategia errónea o hasta unas palabras mal pronunciadas podrían alterar el curso de la elección.