Sobre la idealización del victimismo

Nov 24, 2017

El mundo actual ha aprendido a idealizar al victimismo. El individuo cree que huyendo del dolor y escondiéndose de él, será más feliz y pleno. Todo lo contrario.

Sobre la idealización del victimismo

Un fantasma recorre el mundo, el fantasma del victimismo.

En el mundo contemporáneo, en este mundo donde se asume que la supresión del dolor traerá inevitablemente la felicidad, donde se asume que menos dolor implica necesariamente más placer (por dolor no sólo nos referimos a aquello que se padece, sino también al sacrificio y al esfuerzo), el victimismo se ha puesto de moda. Queda muy patente dentro de algunas causas sociales.

Para entender al victimismo, primero hablemos del dolor, de la frustración y de la derrota. El dolor y el placer se entienden como opuestos y por lo tanto se asume de forma equivocada que al aminorar los efectos de uno, aumenta, por consecuencia, los efectos del otro. En realidad no es así, quien no ha experimentado dolor, difícilmente conocerá el sentimiento del placer a su máxima expresión. Igual sucede con la derrota y la victoria: quien nunca ha perdido, nunca gozará la victoria como el que sí. O con la tristeza y la felicidad. Quien ha pasado por la tristeza, gozará como nadie más de la felicidad. 

Aquellos sentimientos negativos de los que rehuimos tienen una razón de existir, tienen una función dentro de nuestra psique que busca la supervivencia de la especie. Si ellos no existieran, si nuestro organismo nos garantizara una suerte de éxtasis eterno, nuestra especie hubiera desaparecido de la faz de la tierra ya hace algunos milenios.

El dolor nos invita a superarlo porque éste es la manifestación de una suerte de desequilibrio del cual el organismo se debe de sobreponer. Cuando se muere un ser querido, debemos de sufrir un duelo, mediante el cual el nuestra mente se reajustará para contemplar una nueva vida donde el ahora fallecido ya no forme parte de. El dolor nos invita a salir de la condición en la que nos encontramos. Si nos despiden del trabajo, nos angustiamos, porque esa ansiedad es la que prepara a nuestra mente para readaptarse y no perder el equilibrio en el que se encontraba (por ejemplo, al buscar un nuevo trabajo).

Pero hay otro tipo de dolor, es aquel que asumimos porque haciendo esto podremos obtener no sólo un mayor placer, sino un sentimiento de autorrealización. Es aquel dolor del sacrificio, del esfuerzo, el del postergar placeres mundanos e inmediatos por aquellos más a largo plazo pero que elevan nuestro espíritu, que nos dignifican. Dicho dolor implica un cambio, porque nuestro cuerpo y nuestra mente se fortalecen. Así como cuando levantamos una pesa y sentimos una pesadez en el brazo, pero que ante las constantes repeticiones, se vuelve progresivamente más fuerte. 

Esto también implica una superación del dolor. Lo asumimos para posteriormente superarlo, y cuando lo hemos superado podemos asumir más dolor y así sucesivamente para llegar más arriba, hasta el punto donde queramos llegar.

El victimismo huye del dolor, no lo supera. ¿Cuál es la diferencia? Que superarlo implica enfrentarlo, mientras que huir implica esconderse de él. 

El victimismo no empodera (como algunos ingenuos podrían pensar). Por el contrario, atrofia. Porque la víctima busca quien le proteja del dolor, cede su espíritu y su voluntad a alguien más. Y así, quien se considera víctima se hundirá en un círculo vicioso. Por más se considere víctima, más desválido se sentirá y tendrá más argumentos para reforzar su victimismo.

Ciertamente, vivimos en un mundo en donde no nos encontramos en igualdad de circunstancias. Ciertamente no tenemos la capacidad de sobreponernos a todas (un niño es débil físicamente, la mujer también en cierta medida, una persona con discapacidad no podrá correr en la calle), pero la victimización nos impide desarrollar los atributos y las potencialidades que sí nos permitirían abandonar nuestra condición, ya sea de forma parcial o total. No somos necesariamente responsables si nos encontramos en un contexto de desventaja (como aquellos que nacen en un contexto de pobreza, y con ello se sigue que esa frase de «el pobre es pobre porque quiere» es falaz en mucho de los casos), pero ciertamente podemos hacer algo para sobreponernos a nuestra condición. ¿Qué tan alto llegaremos? Tal vez no lo sabremos. Pero al menos, el que se haya esforzado y haya luchado, se sentirá bien consigo mismo, no siempre ganará, a veces perderá, pero su espíritu quedará intacto.

El mundo posmoderno busca idealizar la victimización. Parece que no pretende que las minorías que puedan encontrarse en desventaja, tales como las personas de color, los LGBT+ o las mujeres se empoderen, que sean aceptados en la sociedad demostrando que tienen las capacidades que sus contrapartes les niegan. Por el contrario, el mundo posmoderno pretende victimizarlos, repetirnos una y otra vez lo tanto que sufren para que, por medio de la conmiseración, evitamos que sufran. Así, nos invitan a ser meticulosos con nuestro lenguaje y a pensar dos veces en ejercer nuestra libertad de expresión porque aquello que se dice puede, en apariencia, afectarlos. La idea no es que se empoderen, sino que huyan del dolor, que no vuelvan a sufrir estrés ni ansiedad. La idea es que busquen protección ahí donde podrían valerse por ellos mismos.

Se entiende que se busque protección cuando la desventaja es tal que es prácticamente imposible colocarse en igualdad de circunstancias. De esto se sigue que sea sensato que a la mujer se le proteja de sufrir violaciones o de ser violentada cuando ella, en casi todos los casos, se encuentra en desventaja física y no tiene la fuerza para defenderse. Se entiende muy bien que las instituciones policiales defiendan a quienes son víctimas del crimen, o de muchos abusos de los cuales es imposible defenderse únicamente con la voluntad propia. Pero no se entiende cuando quien se encuentra en desventaja sí pueda desarrollar capacidades para poder cambiar el estado de las cosas y no lo haga. En lugar de desarrollar dichas capacidades, el mundo posmoderno espera que el gobierno establezca políticas artificiales para crear una igualdad artificial. Así, crea un individuo dependiente de ese artificio, sin el cual no sólo no sería nada, sino que se daría cuenta que su espíritu se encuentra completamente atrofiado. 

Y lo peor es que, cuando el individuo se enfrenta menos al dolor, lo padece más. Así, cualquier cosa le duele, por lo cual la víctima buscará que dicha cosa se prohiba para que después le duelan cosas más pequeñas. Esto es un suicidio, es un atropello contra el espíritu. El individuo se vuelve más desválido que nunca mientras reafirma más y más su condición de víctima. La distancia entre su estado actual y el estado deseado es más grande que nunca. Habrá dejado de creer en sí mismo, y sólo podrá reducirse a una condición de parásito. 

Y así, morirá en vida.